El Líbano tiene un nuevo rostro que lo represente a nivel mundial: se delinea los ojos de negro y le gusta pintar de coral sus labios. Sí, por más increíble que parezca, la nueva cara del Líbano es una mujer y es cineasta: Nadine Labaki.
Esta actriz, directora y escritora llegó para romper esquemas tanto en un país machista, debido a las creencias fanáticas religiosas de sus ciudadanos, así como en su vocación al cine, un arte que se ha visto acaparado por el sexo masculino. La despampanante libanesa, con solamente dos filmes Caramel (2007) y ¿Y ahora a dónde vamos? (2011), ha logrado postularse en el marco del cine internacional como una de las principales directoras del momento.
Vi su película hace sólo unos meses. La maestra de literatura Francesa decidió intercambiar la clase por un cine-forum del otro lado de la ciudad. A ser sincera, no me encantó la idea. Hacía más frío de lo normal y el hecho de tener que pedalear de un extremo al otro de Lyon, me enervó. El aire pintó mis dedos de púrpura y mis orejas de rojo. Llegué a la sala de cine para encontrarme con una película Libanesa doblada al francés. Et maintenant on va où ? No era de extrañarse, en Francia se tiene muchísimo más vigente la situación política y social de Medio Oriente.
Sentada en una de esas butacas púrpuras, reí a carcajadas, lloré un par de veces y me sentí identificada con muchos de los personajes. ¡Es una obra de arte! ¿Cómo lo supe? De regreso a casa ya no me importó el frío. Había valido la pena.
El 7 de mayo de 2008, la historia parecía repetirse en el Líbano. Beirut se había convertido una vez más en zona de guerra. La televisión nacional mostraba imágenes de enmascarados con armas y granadas. De nuevo, el país se encontraba sumergido en un conflicto liderado por sus dos principales religiones: cristianos contra musulmanes.
¿Y ahora a dónde vamos? es, como lo describe la directora, una pequeña película, de una pequeña aldea en Árabe; una misión imposible, un sueño difícil de convertir en realidad. La historia retrata la manera en la que las mujeres de una comunidad aislada afrontan la lucha, esto desde un punto de vista humorístico y trágico.
Comienza con los habitantes del pueblo reunidos delante de una televisión, la única en la aldea. Una presentadora Libanesa en ropa muy ajustada comienza a hablar, los hombres, todos, abren los ojos emocionados y comienzan a codearse. No a diario se ven mujeres con ese cuerpo y esa vestimenta andando por ahí. Las esposas de la aldea suben a la colina para desactivar la conexión televisiva. No querían evitar que sus maridos se excitaran viendo a la presentadora. No. Lo que querían era impedir que supieran lo que estaba pasando a las afueras del pueblo: una lucha sanguinaria entre religiones. Si ellos no se enteraban, los musulmanes y cristianos de la población seguirían llevándose bien y la vida en comunidad no se vería afectada.
El filme relata todos los intentos de estas mujeres por evitar que sus esposos e hijos se enteren de lo que sucede a las afueras de la pequeñísima realidad en la que se encuentran. Estas tentativas van desde milagros falsos, como una estatua de la Virgen María aparentemente llorando, hasta contratar a strippers de Europa Oriental para ir a vivir un rato a la aldea y espiar a los hombres pasmados por lo exótico de sus nuevas vecinas.
Vemos ahí, en pantalla, a la mujer Libanesa que se reúne con sus amigas en la cocina a planear cómo mantener a sus hombres cegados. Ellos creen que no hacen más que hornear galletas. Labaki nos muestra a una mujer astuta que le hace creer al hombre que él tiene el poder mientras ella mueve las cartas, disimuladamente, por debajo de la mesa. La directora fue capaz de crear una coqueta conmemoración a la resistencia femenina.
La habilidad de Nadine Labaki de traducir su contexto a un lenguaje capaz de ser comprendido por el mundo entero merece que nos pongamos de pie y le demos un fuerte aplauso. “Llevo una relación amor odio con mi país”, nos dice. Ella percibe, analiza y entiende la situación de su patria para transmitirla en la pantalla grande con matices cómicos y trágicos. Una innata creadora de historias capaces de marcarse en la mente del espectador. Labaki inspira a muchos otros a enmarcar el contexto en el que viven, denunciar injusticias por medio del arte y hacer, a cuantos se pueda, conscientes de los abusos que se esconden en nuestro entorno. “No soy más que alguien que observa demasiado”. Pues bien, seamos como ella, observadores inexorables.