Qué familia no es disfuncional, cuál vida no tiene algo de oscura. Llega un momento en que no hay nada que perder, en que las apuestas están hechas y simplemente te dejas llevar. Es en ese momento cuando todo cobra un verdadero sentido y entonces se puede creer en todo, en cualquier cosa, en lo más mínimo.
En la lista de los nominadas al Oscar como Mejor Película en 2014, Nebraska representó, quizá, la historia más modesta y simple de sus competidores; sin embargo, fue esa simpleza la que la convirtió en una gran película. Un filme que nos recuerda, una vez más, que el cine es contar historias y que para hacerlo no se necesita mucha parafernalia.
Son tres los personajes centrales de esta película. Woody Grant, interpretado magistralmente por Bruce Dern, un hombre viejo con demencia senil quien un día se encuentra con una carta en la que dice que ha sido ganador de un millón de dólares. Para reclamar el premio tendrá que ir desde Montana hacia Nebraska. Una locura, sí. Todo parece ser una estafa, una simple y vulgar campaña publicitaria, pero Woody se empeña en creer que es un ganador. Así es como David (Will Forte), su hijo, vendedor de equipos de sonido y a quien recién su novia ha abandonado, decide acompañar a su padre, aun cuando Kate (June Squibb), su madre, le dice que se está volviendo tan loco como su padre.
Este viaje en carretera se convierte en la oportunidad del reencuentro entre una familia. Aunque Woody y David se reconocen el uno al otro, Kate y el hijo mayor, Ross (Bob Odenkirk), también hacen parte de esta road movie en la que nos damos cuenta que nunca es tarde para soñar, para creer y para devolver un poco de amor a esos seres queridos que, por más familia que, siempre tendrán algo oculto que no podremos llegar a conocer nunca del todo.
El guión escrito por Bob Nelson y nos lleva lentamente a conocer el interior de cada uno de los integrantes de la familia Grant. Es precisamente la construcción de personajes lo que se destaca en este filme dirigido por Alexander Payne, un hombre que sabe perfectamente cómo inspirar a través de la melancolía, como lo recordamos en About Schmidt (2002). Aquí, sin duda alguna y aclarando que todo el reparto hace un extraordinario trabajo, se debe destacar a June Squibb, quien con su personaje lleno de sarcasmo, saca las más grandes carcajadas.
El blanco y negro de la película no es casual, con él nos internamos en esa atmósfera gris y algo depresiva. Montana, Nebraska, podría ser cualquier lugar, donde parece que el tiempo pasa sin que pase nada. Donde las motivaciones no existen y sólo queda la rutina diaria. Pero aunque la vida se nos muestre en blanco y negro, siempre tendremos algo que dar y algo que buscar. El blanco y negro no siempre es melancolía, algunas veces sólo significa que las cosas son más simples de lo que creemos y cuando reconocemos esa simpleza, es hora de vivir.