“El secreto de la felicidad es tener gustos sencillos y una mente compleja, el problema es que a menudo la mente es sencilla y los gustos son complejos”. Con esta frase del maestro Fernando Savater pretendemos dar un preámbulo a la comparativa que viene a continuación entre una de las películas de terror que marcó a un par de generaciones y su “refrito”. Los refritos no son malos en sí, el problema con los refritos es que muchas veces le quitan la esencia original a las obras. El pasado 14 de septiembre se estrenó uno de las películas de terror más esperadas de este año, IT (ESO), y al parecer el resultado no fue el esperado.
Si algo podemos asegurar es que no es culpa de los espectadores que se encariñaron —por decirlo de alguna forma— con la primera versión. Esa versión que después de verla, no permitía cerrar los párpados en la regadera por vigilar la coladera a pesar del jabón entrando a los ojos, todo por el miedo a que la coladera comenzara a abrirse y de ella saliera un espeluznante payaso. Esa primera versión que te hace desconfiar de espacios cerrados y oscuros; esa primera versión en la que vemos a un Pennywise hecho con maquillaje y no con computadora. Quizá porque en ese entonces los efectos por computadora eran muy limitados, o quizá porque alguien se esmeró en mostrar un monstruo real, algo palpable, eso que solo los buenos maquillistas logran transmitir. Eso que simplemente es aterrador, algo que sólo se entiende en un nivel psicológico, que se adhiere al pensamiento y no sólo te hace tener sobresaltos durante la proyección de la película. Eso.
La primera diferencia entre ambas versiones es el payaso. En la primera versión hay un payaso con un toque muy infantil, muy parecido a Bozo —el payaso que inspiró en primer lugar al personaje—; un aspecto muy al estilo de mediados del siglo XX que logra perturbar con la pura apariencia al espectador. La caracterización del payaso de la primera versión, mezclado con la excelente actuación de Tim Curry, logran un efecto atemorizante en el espectador con el simple hecho de mirarlo. Por otro lado, Bill Skarsgård —quien interpreta al nuevo payaso— en realidad no es mal actor; sin embargo, el estilo medieval-renacentista-isabelino-victoriano del nuevo Pennywise, mezclado con tanta computadora, no termina de enfatizar el temor que debe sentir el espectador. Y al final, entre escena y escena, el público siente que está viendo una caricatura de terror, que por muy atemorizante que pretenda ser, no deja de ser una caricatura.
No está mal usar la computadora para lograr mayor impacto visual, no es que las animaciones digitales no puedan ser aterradoras; el problema es que se abusa del recurso en este personaje. Y a los creadores se les olvidó que la mejor computadora jamás reemplazará por completo el trabajo que ofrecen los artistas y maquillistas. Para dar mayor énfasis a este último punto, comparemos el Joker de Jack Nicholson y el de Heath Ledger. Para superar el excelente trabajo que hizo Jack Nicholson en su tiempo, no se necesitaron efectos de computadora ni un cambio radical en la vestimenta entre uno y otro. Un trabajo preciso por parte de los maquillistas —llevado de la mano con la excelente actuación de Heath Ledger— y la pizca de una demencia más moderna fueron suficientes para actualizar al Joker sin caer en lo comercial y barato.
Aunado a lo anterior, otro elemento que dejó mucho que desear en esta segunda versión es el grupo formado por los niños protagonistas. Sinceramente a nadie le gustaría haber pertenecido a un grupo de amigos llamado “El club de los perdedores”. Cuando eres un niño que sufre violencia escolar y familiar, lo que menos necesitas es que te recuerden constantemente lo patética que es tu vida y lo mal que lo pasas tanto en la escuela como en tu casa. Sin embargo, en la nueva versión y contra toda lógica, los niños parecen orgullosos de llamarse “El club de los perdedores”. Recordemos que en primer lugar Bowers llama así al grupo de amigos que siempre molesta. Desde esta premisa, ningún niño tendría la madurez mental de tomar una ofensa de ese tamaño y convertirla en un sarcasmo para poder salir adelante en cada situación difícil. Pero eso no parece ser un problema para el nuevo Richie, quien siempre les recuerda a sus “amigos” que son “El club de los perdedores”. Analizando la mentalidad de los niños de la primera versión, se puede notar que en verdad sienten el rechazo social, se ven relegados y prácticamente son parias de su comunidad. A diferencia de la nueva película, en la que su amistad se forja más por las circunstancias y las tristes coincidencias que por un verdadero afecto nacido de una amistad auténtica. Aunque el Richie de la versión anterior hace un par de chistes con el insulto de Bowers, al final los chicos terminan aborreciendo ese apodo y prefieren llamarse a sí mismos “Los 7 de la suerte”.
Esta pequeña pero importante diferencia entre una y otra versión hace más realista el desarrollo psicológico de los personajes; y, por ende, la versión anterior transmite el verdadero sentimiento de desesperanza en los niños al verse a merced de un monstruo que se alimenta de sus miedos mientras tienen que lidiar con un mundo de adultos que no creen en sus “fantasías”. Un grupo de amigos que está orgulloso de llamarse “El club de los perdedores” y que actúan en la escuela como si nadie los hostigara —mezclado con escenas cómicas, chistes burdos e infantiles, y una banda sonora muy “rockera”— da al traste con lo que una película de terror tendría que ser.
Enfatizar estas diferencias entre ambas producciones nos da un panorama más amplio para que el lector juzgue por sí mismo la calidad de cada trabajo. Los personajes —tanto el villano como los héroes— cambiaron en esencia; en esta nueva adaptación ya no vemos a Pennywise, sino a un monstruo que le gusta asustar niños para matarlos. En cambio, en la versión original vemos en pantalla a un personaje que más allá de ser un monstruo, es la metáfora y representación de los miedos. ESO de 1990 apelaba a un miedo psicológico, el cual era indescriptible, la gente está de acuerdo en que no reconoce a ciencia cierta por qué esta figura inspira tanto miedo. No se trata de que el maquillaje, la voz o los ademanes sean perturbadores, la atmósfera y el desaliento de los niños de aquella película nos hacen sentir realmente desesperanzados.
La nueva adaptación no termina de generar esa atmósfera aterradora que se requiere para una película de este calibre. Los niños, más que niños relegados, parecen una tribu urbana aparte, los chistes constantes del nuevo Richie restan al dramatismo que la película debería tener; Pennywise actúa como payaso de circo en todo momento, siendo que el verdadero Pennywise actuaba como payaso de circo sólo para atraer a los niños a sus trampas mortales, y una vez dentro de su guarida les hacía sentir un terror absoluto bajo una forma más macabra. Definitivamente, lo más rescatable de esta nueva adaptación son las actuaciones de Nicholas Hamilton (Henry Bowers) y de Stephen Bogaert (Alvin Marsh, el padre de Beverly Marsh). La película logra generar tensión en un par de escenas; sin embargo, más que una película de terror es una película de sustos.
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