«Soy una criatura voluble y lunática. Se me ha acabado la pasión, y recuerden que es mejor quemarse que apagarse lentamente. Paz, amor y comprensión. Kurt Cobain».
Es mejor quitarle la vida a un animal moribundo que dejarlo sufrir durante horas; apagar sus ojos antes de que continúen soltando lágrimas infinitas. Pero, ¿podríamos hacer lo mismo con una persona, incluso si no tiene una herida mortal? ¿Lo haríamos con alguien que no tiene voluntad de vivir y que cada segundo desea estar muerto?
Nadie sabe realmente lo que sucedió las horas previas a la muerte de Kurt Cobain. Ningún oído supo si cantó durante esas horas, si hablaba en voz alta o si se mantuvo en silencio peleando contra su deseo de quitarse la vida. No hubo ojos que testificaran que, efectivamente, se había disparado después de terminar de escribir aquella carta en la que decía que no se sentía vivo, que no tenía pasión y que, a pesar de —aparentemente— tener todo, no tenía nada.
Entonces, ¿cómo contar una historia de los últimos días de Kurt Cobain?
A los pocos años de que el músico falleciera y de que lo encontrara un trabajador en un charco de sangre junto a su escopeta, el director Gus Van Sant había pensado en crear un filme sobre los últimos días del compositor de Nevermind, pero no quería implicarse en problemas legales ni ser irrespetuoso con la viuda, Courtney Love, a quien consideraba demasiado perturbada por los hechos como para provocarle aun más daños psicológicos. Por eso motivo decidió crear una historia a partir del mito; similar a como hizo Todd Haynes con Bob Dylan en I’m Not There, Van Sant eliminó el nombre de Kurt Cobain, de Nirvana y de cualquier persona implicada y como su protagonista eligió a Blake, un personaje ficticio moldeado a partir del músico.
El proyecto fue titulado Last Days y desde un inicio fue considerada la tercera parte de una trilogía tácita que había creado Van Sant en torno a la muerte, y justamente retrata eso. Aunque ninguna secuencia revela explícitamente ese momento en el que Kurt (o Blake) decide quitarse la vida, todo el filme tiene un aura fúnebre que persigue a los personajes a cada momento. La historia, al igual que el resto de la trilogía, está narrada de una forma poco convencional. No tiene una estructura clara y el diálogo parece improvisado por los protagonistas, pero es tal esencia incierta la que hace que el trabajo sea más relevante que cualquier documental que hable sobre la muerte del músico.
Con una cinematografía simple y melancólica, similar a los filmes anteriores de Van Sant, la historia sigue a Blake después de escapar de un centro de rehabilitación (tal como lo hizo Cobain días antes de su suicidio), mientras expresa distintos pensamientos a sí mismo y a sus compañeros de casa (quienes son un producto de la ficción del director). El cineasta usa el resto de los personajes como un medio para descubrir lo que sucede dentro de la mente del protagonista y deja que las imágenes hablen por sí solas. Con un mínimo esfuerzo es posible mirar el sufrimiento y confusión dentro de la mente del músico y la presión que recibe constantemente de las personas a su alrededor. La actuación de Pitt, a pesar de ser simple, evoca completamente a aquel Cobain mítico en el que hemos creído por más de 20 años: silencioso, incómodo, harto y, aunque está preocupado por su hija, no tiene la fuerza ni la voluntad suficiente para continuar.
Gracias a esos elementos, Last Days resulta hipnótica, tanto así que se hace innecesario insertar alguna canción de Nirvana o de hacer una referencia directa a la vida del músico; su figura es tan representativa que sería imposible confundirlo con cualquier otra persona y Van Sant tiene la sensibilidad suficiente para saber qué momentos explotar sin hacer más grande el mito en el que todos hemos creído. Es decir, en lugar de crear un trabajo que realce la figura de Cobain, muestra de forma mundana y simple (incluso asemejándose a una especie de home movie) lo insignificantes y duros que debieron ser esos momentos para el verdadero músico.
A pesar de que algunos críticos afirmaron que era aburrida, tediosa y que estaba lejos de retratar el alma de Cobain, actualmente es reconocida como uno de los mejores trabajos de Van Sant y uno de los filmes que lidian mejor con su suicidio. La obra no busca culpables ni un motivo en específico; su tema principal es la confusión, la soledad y la incertidumbre que vivió en su mente. Los personajes alrededor del músico sirven como el móvil que lo lleva a la epifanía de que ya nada tenía sentido y era «mejor quemarse» a seguir sufriendo como un animal moribundo. Con eso en pantalla es imposible exigir más datos, diálogo o una canción y, de hecho, las composiciones que le dan alma a la película, aunque no son de Nirvana, tienen aquella tristeza y violencia que no volverá a aparecer en la escena musical en un largo tiempo.
Last Days es simple, pero no es para todos. Sólo aquellos que busquen comprender la mente de Kurt retirándolo de su pedestal y verlo como el individuo común que era verán este trabajo como una obra compleja que desnuda al Dios que creó la generación X y que lo regresa a la inmundicia en la que le fascinaba enterrarse. Gus Van Sant ya había demostrado con Elephant y Gerry que no necesitas la realidad para contar una historia verídica; lo único que se requiere es robarse el alma del personaje y dejar que la audiencia haga el resto del trabajo.
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