Desde pequeños crecemos con la figura de personajes animados que nos muestran con empatía situaciones de la vida, a veces de una manera divertida, triste, o cruel. La palabra Disney posee un significado emotivo para nosotros, ya que sus películas nos han marcado y han pasado de generación en generación. Esta compañía nos ha mostrado muchos cuentos de hadas en los que presenta a una princesa que desea encontrar el amor y ser salvada por un príncipe. De esta manera, nuestro pensamiento y aspiraciones se construyen con este ideal; sin embargo, al crecer, nos decepcionamos cuando nos damos cuenta de que la realidad es muy diferente.
Las historias de Disney también tiene sus excepciones, una de ellas es la reciente película “Moana”, con la que ha alcanzado lo más cercano a la perfección. A pesar de que el relato guarda fórmulas que ya hemos visto en incontables ocasiones, esta cinta posee una trama por completo distinta a las que Disney nos tiene acostumbrados.
La historia muestra el mito inicial en el que conocemos a Te Fiti, la isla madre cuyo corazón ha sido robado por el semidiós Maui, y la princesa Moana, quien enfrenta una tragedia —la muerte de su abuela, la “vieja loca” de la aldea— y la búsqueda de su identidad, que se ve cuestionada ante la disyuntiva de tener el poder de “controlar” el agua del océano pero no poder usarlo por órdenes de su padre, quien le prohibió a ella y a los aldeanos adentrarse en las corrientes marinas ante los peligros que éstas esconden.
Así Moana, junto con el semidiós Maui, iniciará una aventura épica a través del océano con el fin de encontrar una isla legendaria para salvar a su pueblo, y en el camino tendrá que enfrentar a criaturas marinas, conocerá tradiciones milenarias y submundos impresionantes.
De la mano de Lin-Manuel Miranda, el genio creador detrás del fenómeno de Broadway “Hamilton”, las canciones son el complemento sonoro ideal para los grandiosos escenarios que nos presenta, quizá los más bellos que se han visto en una producción animada, aunque el alma de la película sin duda es Moana.
El carácter entregado de esta princesa que se niega a serlo, su determinación para encontrar su camino y la imperiosa necesidad de responderse quién es, funcionan de manera casi mágica para construir esta fábula conmovedora y altamente efectiva.
Elimina los clichés que caracterizan a las cintas de Disney, pues no se muestra el típico conflicto en el que la princesa debe ser rescatada por un héroe, sino la idea de que las adolescentes son aguerridas, capaces de experimentar aventuras y de salvar al mundo; a Moana se le describe como indomable y apasionada, una soñadora que siente un vínculo extraordinario con el mar.
Esta película pone en evidencia el esfuerzo de Disney —una de las compañías más emblemáticas e influyentes de la industria y de la cultura popular—, y su convicción por modernizarse, crear relatos que eliminan estereotipos y sean más inclusivos para que conecten con un público más diverso.
En caso de que quedaran dudas después de la magnífica “Zootopia”, y claro, el ridículamente exitoso fenómeno de “Frozen”, Disney está experimentando su mejor momento desde el llamado “renacimiento” en la década de los 90, iniciado con “La Sirenita”, de la misma dupla que dirige “Moana”, Ron Clements y Don Hall.
Es una dicha poder ver que uno de los grandes estudios de cine haga algo con tanto corazón y con resultados tan satisfactorios, pues pocas películas nos transmiten tanta alegría y felicidad como lo hace “Moana”.
**
Muchas de las películas que vemos aún están cargadas de estereotipos que sólo refuerzan los pensamientos machistas y el control que se ejerce sobre las decisiones de las mujeres, y a pesar de que existen directores que desean cambiar estas ideas a través de sus películas, aún queda mucho por hacer, tal como se evidencia en las escenas machistas que ignoraste en tus cintas favoritas.