El galardonado filme “Moonlight” (2016) de Barry Jenkins hace un uso magistral de elementos cinematográficos que trabajan al unísono, como una delicada sincronización de emociones y personajes, para lograr una sublime obra de arte.
A través de tres capítulos que cubren un lapso de casi dos décadas, conocemos la historia de Chiron. En su primera etapa, él es un niño tímido —interpretado por Alex Hilbert— apodado “Little” por su tamaño y su personalidad reservada; en el siguiente capítulo ya es un adolescente (Ashton Sanders) atormentado por sus compañeros de secundaria, atraviesa su despertar sexual y al mismo tiempo se confronta con su realidad hostil; por último, en tiempo presente, Chiron (Trevante Rhodes) es un joven que se hace llamar “Black”, con un destino aparentemente resuelto pero que aún atraviesa la profunda búsqueda de su identidad, aquella que no logra descubrir del todo.
Teniendo como telón de fondo los barrios más pobres de Miami, donde la epidemia del crack se ha apoderado de la mayoría, incluyendo la madre de Chiron —interpretada por Naomi Harris—; “Moonlight” resulta un estudio inigualable sobre la realidad de las ignoradas minorías en nuestro vecino país del norte, que más allá de las particularidades geográficas o demográficas que pudiera tener con otros países, su conclusión es un mensaje universal.
No es sólo una historia de raza, aunque el protagonista sea negro; no es sólo una historia de la comunidad LGBTTTI, aunque el protagonista sea gay, y no es sólo una tragedia de la pobreza, aunque el protagonista sea pobre. Todos estos temas forman parte de la película de la misma manera en que moldean la identidad de Chiron, mas no lo determinan.
El director Barry Jenkins logra un balance delicado al tratar la vida de su personaje principal, pues la autenticidad de su historia tiene raíces en su realidad y en la de su guionista, Alvin McCraney —autor de la obra teatral “In Moonlight Black Boys Look Blue”, en la cual se basa la película—, quienes crecieron en un Miami que encierra historias olvidadas, segregadas, pero muy humanas y es increíble que este tipo de cintas las veamos poco en cartelera.
Con una espectacular fotografía, James Laxton mantiene el control de una cámara que retrata los contrastes de los personajes, los espacios, la oscuridad y, claro, la sutil luz de luna, para construir una narrativa visual cargada de memorables y poéticas imágenes.
Asimismo, lo que a Richard Linklater con “Boyhood” le llevó 12 años finalizar con un sólo actor, a Jenkins le costó “únicamente” encontrar a los tres diferentes intérpretes de Chiron, quienes de manera casi surreal comparten los mismos gestos y miradas, manteniendo así la esencia del personaje en sus distintas etapas.
En suma, ver “Moonlight” es enfrentarse a un golpe emocional brutal, es perderse en las miradas melancólicas de sus personajes, es reflejarse en sus sueños rotos, en su identidad resquebrajada, en el mundo que les niega su realidad, es trascender etiquetas, estereotipos y raciocinios, es desenvolver poco a poco las capas que usamos en el mundo como disfraz, el color de piel, la orientación sexual, la clase social, el lugar de origen, para mostrar que en los momentos más íntimos y certeros somos seres humanos, tal vez extraviados en nuestro destino, acaso derrotados en un refugio eventual, pero al final auténticos, únicos y con una esperanza a veces inexplicable de querer avanzar y reencontrarnos.
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Gracias al cine podemos conocer muchas historias que nos han dejado con el corazón destrozado, pues nos muestran la realidad brutal en la que vivimos, como las películas latinoamericanas que nos hacen perder las esperanzas…