-¿Por qué estás triste?
-Me hablas con palabras y yo te miro con sentimientos.
-Imposible hablar contigo. No tienes ideas. Sólo sentimientos.
-En los sentimientos hay ideas.
—”Pierrot le fou” (1965)
Observa este extracto de una de las películas más importantes en la historia de Francia.
En una sola toma, Anna Karina, la actriz principal, camina de izquierda a derecha exclamando su aburrimiento y sólo se detiene para hablar con Jean Paul Belmondo, su compañero. Durante unos cuantos segundos, discuten brevemente y continúa su camino gritando las mismas frases una y otra vez: «¿Qué más puedo hacer? No sé qué hacer»
¿Qué estamos viendo?, y ¿por qué parece causar un impacto tan fuerte en tan pocos minutos?
¿Son personajes o son ellos mismos?
La escena podría ser un sencillo cortometraje, un espectáculo callejero de dos minutos; incluso un poema o una canción. Pero en realidad es la vida misma.
El ritmo de la escena es marcado por los pasos en el agua y la voz de Karina, la música se hace más grande una vez que Belmondo lee las líneas que escribió en el diario que tiene en sus manos. El encuentro es espontáneo, un accidente fantástico con inicio, desarrollo y un final ambiguo. Sin ver el resto del filme conocemos a los personajes que interpretan esos actores, o al menos eso creemos. «No es una película, es un intento de hacer cine», dijo Jean-Luc Godard, quien aseguró que este extracto –al igual que gran parte de la película– fue improvisado, pues su único propósito era presentar «la vida misma», con escenarios inesperados, palabras súbitas y constantes decepciones.
El realizador no pretendía crear otra historia de detectives ni un relato de amor, quería representar la vida en todo su esplendor. En el libro “Godard on Godard”, donde él mismo comenta sus trabajos, afirma que esa creación en específico no es un filme en la tradición norteamericana sino un ejercicio sobre el cinema verité, estilo fílmico que se asemeja al cine documental y presenta la vida diaria sin profundizar en los personajes, de la misma forma en que observamos a las personas en el parque o en la calle –asumimos su personalidad e imaginamos sus historias, pero nunca sabemos realmente lo que sucede en sus mentes–; y lo logra de una manera extraña, incluso surrealista.
«Quería contar la historia de la última pareja romántica, los últimos descendientes de “La Nouvelle Héloïse”, Werther y Herman y Dorotea».
Godard no tenía un guion antes de comenzar a filmar (o al menos eso es lo que afirmaba, ya que Anna Karina reveló tiempo después que el hombre tenía una excesiva obsesión por el detalle) y le pidió a los actores improvisar a partir de distintas escenas. Obras de Renoir, Matisse, Picasso y hasta Modigliani aparecen como un acompañamiento a los diálogos representando así la duda constante que tiene un espectador frente a una pintura: ¿qué significa realmente? Y la realidad que muestra Godard puede que no tenga una explicación clara, sino que sólo es «una pila de agua que se llena y se vacía a la vez», como lo describió. Es decir, Godard quiso usar el cine como una forma de narrar lo que tenía en mente: los diálogos improvisadas lo llevaron al arte y –a su vez– esas pinturas lo llevaban a otros escenarios. El filme es una serie de secuencias que parecen un simple accidente o el destino de una pareja.
Dentro de la locura del romance de los personajes principales, Marianne (Karina) y Ferdinand (Belmondo), podemos ver restos de momentos cotidianos que a simple vista parecen absurdos, pero que, si los ponemos frente a una cámara, son más relevantes que cualquier obra de arte. Godard tiene la insólita habilidad de recuperar lo insignificante de la vida y convertirlo en un elemento fantástico. La locura, o el engaño, en el que viven los personajes, les hacen admirar la decadencia del mundo y nos hacen reconocer que sólo la insania de estar enamorado o de estar aferrado a una ideología nos puede dar calma en este plano de la realidad.
Lo anterior se demuestra con el simple apodo del personaje principal. “Pierrot” es el nombre de cariño que le da Marianne a Ferdinand en honor al payaso deprimido de las antiguas comedias italianas, ya que –para ella– él vive deprimido por ser tan consciente de su existencia, mientras que ella está triste porque sólo quiere vivir. Están juntos aunque no se entienden, viajan unidos, pero no tienen una verdadera conexión, es la audiencia quien tiene el trabajo de identificar lo que ve en pantalla; de saber qué elementos que miran en Belmondo o en Karina les recuerdan a su vida diaria. Cada vez que Marianne le dice “Pierrot” trata de identificarlo y catalogarlo para tratar de entenderlo, sin embargo, el hombre siempre le responde que su nombre «¡Es Ferdinand!» para librarse del juicio de su amada y volver a su autonomía. Es un constante conflicto el que vive la pareja.
En su libro “How to Watch a Movie” el galardonado crítico David Thomson catalogó a “Pierrot le fou” como un increíble viaje del cual es imposible retirarse. La película le grita a la audiencia que preste atención. Si pudiera compararse con una obra literaria sería con cualquier trabajo de James Joyce. El mismo Godard afirma, tanto en la cinta como en su libro, que el estilo que usa es similar al devenir de la consciencia que usaba el autor en sus novelas. Sin embargo, el trabajo del director no se enfoca en la mente de los personajes, sino en sus propios pensamientos como realizador. Ve a los amantes y explota su alegría, sufrimiento y dolor, incluso los obliga a interactuar con la audiencia para recordarles que ellos también son parte de una historia, por ese motivo es casi imposible alejarse de la pantalla. Aunque cada escena puede olvidarse una vez que la siguiente aparece, los espectadores esperan tomar sentido de lo que sucede y continuar con el viaje.
Godard, en sus entrevistas, rememora cómo los artistas surrealistas solían acudir a las funciones del cine durante unos cuantos minutos como una forma de experimentar y de averiguar si podían entender una cinta sin saber nada de la introducción ni del final. Esa técnica es replicada en “Pierrot”: los cortes son rápidos, el tema se olvida y gran parte de los diálogos sólo parecen recuerdos de una época antigua romántica que ya no existe. Sin embargo, todo va cobrando sentido. El director sitúa a la audiencia en medio de una ciudad desconocida para que comience a reconocerla lentamente y la llene con sus recuerdos.
Ferdinand y Marianne viven en una fantasía, una que nos gustaría vivir a nosotros. Sin embargo, esa aventura eventualmente se desgasta y comienza a destruirse, como cualquier relación en la vida real. “Pierrot le fou” es una oda a la locura y la intensidad como ya no se ha visto en el cine. Diálogos ilógicos, escapadas de amantes en éxtasis y cortes rápidos que mezclan la música con la pintura, el cine y la vida en general. Es un caos mirar la película pero también lo son nuestras experiencias.
“Pierrot le fou” es un filme incomparable. Incluso hablando de él, Godard parece enfocarse en otros temas y en la relevancia de observar la vida diaria. Ignora la existencia de la película; sabe que existe de forma independiente y que no es una fuerte historia, sino sólo la existencia humana con sus tristezas, alegrías y manías. Por ese motivo, Anna Karina resulta tan hipnótica caminando en el agua gritando: «¿Qué más puedo hacer? No sé qué hacer», porque es la audiencia la que se mira en la pantalla, con su fragilidad y duda, sólo perdiendo el tiempo… en el ciclo de la vida.
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Referencias
“Godard on Godard” de Jean-Luc Godard, 1972.
“How to Watch a Movie” de David Thomson, 2015.
“Better Living Through Criticism” de A.O. Scott, 2016.
IMDB
Roger Ebert