Revitalizando el oficio de ser madre, Charlize Theron lo hace de nuevo y se entrega totalmente a Tully, aumentando de peso para ajustarse a su personaje. El director canadiense Jason Reitman suma fuerzas con Diablo Cody —guionista de la película Juno (2007), ganadora del Oscar a Mejor Guión Original—, para tocar el tema de la maternidad pero visto a través de una mujer alrededor de sus 40 años.
De asesina serial en Monster (2003), protagonista furiosa en Mad Max: Fury Road (2015);,malvada reina en Snow White and the Huntsman (2012) y agente secreta elegantemente vestida en Atomic Blonde (2017), la versatilidad y entrega de Charlize Theron no tienen límites. Cuando decide meterse en la piel de los personajes que interpreta, no vacila en explotar todo su potencial sin perder ningún detalle por mínimo que parezca.
Este año se enfunda en Marlo, una madre entregada en cuerpo y alma al cuidado de sus dos hijos: Sarah y Jonah —Maddie Dixon-Poirier y Asher Miles Fallica—, este último con un tipo de trastorno atípico de conducta que requiere el doble de atención. La rutina, dominada hasta este momento, se complica con la llegada de su tercer hijo; por lo que su adinerado hermano Craig —Mark Duplass— le ofrecerá como regalo los servicios de una niñera nocturna para que la asista con el cuidado del recién nacido. Al principio la idea le parece descabellada, pero abrumada por las nuevas tareas acepta la oferta. Es así que comienza a formarse un extraño y fuerte vínculo con Tully —interpretada por Mackenzie Davis—, la desafiante niñera que cambiará su vida.
Tully es un testimonio fehaciente del sacrificio que realiza una madre por la crianza de sus hijos. Una labor exhaustiva y sobrevalorada que no permite titubeos, que redobla su dificultad cuando la pareja no se involucra en la labores domésticas o lo hace muy poco, como en el caso de Drew —interpretado por Ron Livingston—, el marido de Marlo que se la pasa embobado en sus videojuegos. Bajo estas circunstancias, el personaje de Theron se ve obligado a construir sus propios escenarios en donde inconscientemente puede verse cara a cara con sus miedos, su mecanismo de defensa es tal que deja de lado su papel de víctima para ahorrarse la lástima de los otros, incluso la de sus hijos.
El drama poco a poco se convierte en una visión fantástica donde Marlo sueña que es una sirena. Hasta este momento no sabemos con exactitud si el hecho es una reminiscencia de su juventud, inmadurez o tal vez sea parte de su locura. Hacia la segunda mitad del metraje, el espectador es testigo de la religiosa complicidad entre Theron y Davis. La química entre ambas rebasa la pantalla, su juego incluye ligeros coqueteos, pláticas introspectivas, acciones absurdas y un sinfín de elementos que nos van acercando a lo más profundo de aquel océano, refugio del indefenso ser.
Tras sufrir un accidente automovilístico, llega la esperada redención. Cuando Marlo decide abrirle la puerta a Tully, también entran sus peores miedos; y en vez de evadirlos, elige habitarlos para defenderlos aunque casi le cueste la vida. El filme es una fuerte sacudida que rechaza la rutina y explora los límites del autoengaño. Afortunadamente, el precio que tiene que pagar la entregada madre no es tan alto, pues en el escape descubre que el camino a la felicidad se encuentra escondido entre sus miedos.
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