Uno de los actores más sobresalientes que han utilizado la técnica de captura de movimiento, Andy Serkis, conocido por dar vida con sus gestos a Golum en El señor de los anillos y a César en la trilogía contemporánea de El planeta de los simios, tuvo un nuevo reto ante sí cuando decidió debutar en la silla de director para la cinta Una razón para vivir, cuyo título original en inglés es Breathe.
Robin Cavendish (Andrew Garfield), un joven cuya vida corría con naturalidad y se desempeñaba en diversas actividades, sufre de polio en la década de los años 30 y su cuerpo queda prácticamente paralizado en su totalidad. Las ganas de trascender y sacar adelante a su esposa se ven puestas en entredicho cuando la depresión lo invade. Su caso es irreversible, según la opinión de los médicos.
Sin embargo, la voluntad y amor de su esposa Diana (Claire Foy) le dan un segundo aire y lo impulsan a esforzarse para primero salir del nosocomio y después llevar un estilo de vida lo más ordinario posible, con todo y sus aparatos que lo mantienen en el mundo. Además, la ayuda de sus amigos, cuyo ingenio lo ponen en otro nivel en comparación con otras personas en la misma condición, hace de su caso un parteaguas para el tratamiento de la enfermedad en aquella época.
Una razón para vivir es una historia de amor y superación, cuyo objetivo es romper los paradigmas de los expertos. Escrita por William Nicholson (Los miserables, El gladiador), la trama acerca al espectador a los personajes y sus aventuras, pero con un problema de ritmo. No por ser lenta, sino por querer contar tantas anécdotas, pues no se enfoca en una en concreto, aleja la atención de un desarrollo con mayor consistencia y trascendencia. Como lo dicta la fórmula aplicable para muchas obras: menos es más y en este caso menor número de situaciones hubieran permitido un mejor desempeño de otras pocas.
Las actuaciones son convincentes, pero sobre todo se sienten conectadas, como si Foy y Garfield en verdad tuvieran una relación sólida y estrecha. Esto logra empatía con la audiencia y un mayor acercamiento con los hechos relatados. Es agradable que en momentos difíciles ambos logren sacar a flote su lado endeble para generar la emoción necesaria en cada escena.
Por otro lado, el trabajo de Serkis tiene sus detalles. Pese a abordar un tema que puede llegar a ser conmovedor, no logra un sentimiento al unísono de tristeza o alegría. Más bien tiene tintes indefinidos, pese a haberlo intentado sobre todo con el desenlace. Sí logra sacar provecho a los intérpretes y darle ritmo al largometraje, pero quizá acelera un poco en esto último y por momentos se percibe que la producción va corriendo en vez de dosificar su tiempo.
Donde no hay nada a reprochar es en el departamento de arte. El equipo fue minucioso con los detalles para lograr transportar al público a diferentes décadas a partir de los 30 y hasta la mitad de los 90. La sillas de ruedas, el teléfono y la decoración de los distintos lugares logran el cometido de retratar lo más parecido a la realidad las diferentes épocas.
En conclusión, Una razón para vivir es una cinta bien actuada, pero que corre por alcanzar el objetivo del desenlace en algunos momentos. Se nota que es una ópera prima, el primer paso para empaparse de experiencia de Andy Serkis.
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Desde su aparición, Netflix ha permitido saciar el hambre de millones de amantes del cine que se rinden ante nuevas series, documentales y otras propuestas como si fueran adictos.