Los fanáticos están hartos de la antigua idea que se vendía de los superhéroes.
Ya quedaron atrás los números brillantes y positivos en los que Clark Kent y Steve Rogers representaban los valores norteamericanos junto con la fortaleza e inteligencia invencible de Bruce Wayne y Tony Stark. Los fanáticos ya no demandan historias ridículas que entretenían a los niños; exigen realismo oscuro y descaro ante la idea de tener poderes especiales.
Ahora más que nunca personajes como Deadpool, Logan y cualquier antihéroe reciben un reconocimiento mayor, convirtiéndose en partes esenciales de la cultura popular.
“Misfits” encaja perfectamente en esa línea: una serie sobre jóvenes poderosos inadaptados que sólo piensan en sexo, fiesta y drogas.
Con esos placeres, ¿cómo no decir adiós a Batman?
“Misfits” llegó en 2009 a las pantallas de la BBC con un concepto reformado pero bastante extraño de los superhéroes. Llamándolos “inadaptados”, reúne a cinco delincuentes juveniles que realizan su servicio comunitario. Después de que un rayo cae, se ven transformados en seres con poderes supernaturales. Pero no son héroes. Se mantienen como chicos odiosos sin salvar al mundo… excepto cuando es necesario. La serie se permite no contarnos sus crímenes y dejar que lo descubramos con sus personalidades.
Cada uno de los protagonistas parece representar diversas imágenes de la adolescencia; como una especie de “The Breakfast Club” moderno pero mucho más crudo, donde la unión entre todos nace a partir de un asesinato, no una conversación. Sus poderes son una cruz metafórica que les hace enfrentarse a sus más profundos demonios, su único escape se convierte en los placeres banales que se mencionaron previamente: el deseo de perderse en el alcohol, el placer o simplemente dejarse llevar por el flujo de las drogas.
El deportista fracasado puede viajar en el tiempo, la mujer grosera y superficial puede escuchar los pensamientos de las personas, la niña popular atrae violentamente a cualquier persona que toca, el chico tímido es invisible y el mayor imbécil de todo el grupo no encuentra su habilidad.
A diferencia de cualquier otro trabajo enfocado a los superpoderes, “Misfits” no se esfuerza en explotar los talentos de sus personajes, sino que los integra en el aspecto personal; los hace ver tan insignificantes como cualquier otro elemento en la vida de un adolescente. En lugar de enfocarse en salvar al mundo, crea preguntas existenciales sobre qué conlleva poseer dichas maldiciones siendo sólo una mente débil, apenas conociéndose, y acerca de la insignificancia de las relaciones en un mundo que parece tan simple y tan complejo a la vez.
La magia de la serie radica en su sencilla producción. Sin la imperiosa necesidad de mostrar las habilidades de sus personajes, permite enfocarse en la fotografía, que es una de las más extrañas que han llegado a la BBC y a la T.V. en años recientes. No ocupa demasiados colores y aporta la sensación de que los personajes se encuentran en un lugar sin identidad, al igual que ellos. Algunos desenfoques impiden ver que existe un mundo aparte del lugar donde están destinados a cumplir su condena. Es llamativo y a la vez triste, una mejora influenciada por “Breaking Bad” y “Mad Men”.
A excepción de unas cuantas secuencias, la mayor parte de los episodios toma lugar en una institución gubernamental sin nombre, identidad y con actividad prácticamente nula. Sólo los uniformes naranjas de los jóvenes resaltan en un escenario gris, pero aunque el sentido común dice que están en Inglaterra, parece que se encuentran en medio de la nada, separados del mundo. Una metáfora más de la adolescencia.
No sólo el aspecto visual nos reafirma que estamos viendo a un grupo de adictos con superpoderes y problemas existenciales, el soundtrack está lleno de canciones de The Rapture, The Crubs, Florence + The Machine, LCD Soundsystem y decenas de himnos que acompañan a la perfección el nihilismo que evocan los personajes junto con su indiferencia ante un mundo que –aunque parece inexistente– quiere cambiarlos de una forma u otra. La música también refleja esa dualidad en la serie: pasa del exceso y los momentos hilarantes a una constante tragedia personal en cada uno de los protagonistas.
“Misfits” no es precisamente “The Dark Knight” en una versión indie, resulta más como una mezcla entre el dulce nihilismo de “Skins” y el enfoque filosófico de “Doctor Who”, serie que usa la ciencia ficción para resolver problemas morales y hacer preguntas sobre el lugar del hombre en el mundo. Es una obra que alaba el recuerdo de la adolescencia y –al presentarlo en un contexto tan extraño– no resulta como un aleccionamiento absurdo, sino como una aventura en la que es fácil reflejarse.
“Misfits” demuestra que un adolescente con poderes es igual de propenso a perderse en un hoyo de olvido con el propósito de olvidarse del mundo. Es mucho más oscuro que cualquier trabajo reciente y aunque en sus últimas temporadas redujo su calidad considerablemente, sus primeras tres temporadas valen la pena por el viaje, la experiencia y el reencuentro con un pasado personal que se creía olvidado.
Al mirar la pantalla de pronto no parece imposible tener poderes. Es más fácil cuando no es Superman el que aparece en pantalla, sino un chico con problemas emocionales, peleando por avanzar en la vida.
Puedes ver “Misfits” en Netflix.