Durante el siglo VII, ante la dificultad para conseguir algo tan preciado como el papiro egipcio y lo costoso y laborioso que era hacer pergaminos, se popularizó una práctica de economía bastante útil: reutilizar el material ya existente para plasmar nuevos textos. De esta costumbre surgieron los palimpsestos, que se refiere a todo documento que conserva huellas de uno anterior en la misma superficie, pero borrada expresamente para dar lugar a uno nuevo. He aquí una imagen gráfica de la intertextualidad, el fenómeno que describe la relación existente entre textos de una misma cultura, un parentesco estilístico, estético o moral, por decirlo de alguna forma. ¿Podría hablarse de una relación similar, como un vaso comunicante, entre narrativas de géneros artísticos diferentes pero estrechamente vinculadas como la literatura y el cine o, sin ir más lejos, entre un escritor y un cineasta?
En Los amores imaginarios (2010), segunda producción del canadiense Xavier Dolan; Francis y Marie asisten a la fiesta de cumpleaños de Nicolas, el objeto del deseo de ambos. Absortos, lo observan bailar con Désirée. Estas imágenes se intercalan con incisos de las ilustraciones que el cineasta, crítico, pintor y escritor ocultista francés Jean Cocteau incorporó en la edición original de El libro blanco (1928), obra que recoge, con una máscara de anonimato, los tormentos de su situación sentimental y vida sexual, homosexual en su mayor parte. Este breve relato fue escrito en 1927, durante unas vacaciones de Navidad que Cocteau fue a disfrutar en Chablis en compañía del escritor Jean Desbordes. De vuelta en el plano cinematográfico, estas interrupciones intermitentes en el hilo narrativo de la película corresponden a las pulsantes fantasías homoeróticas de Francis, interpretado por el propio Dolan.
El ritmo de la escena lo impone el flash confuso de una luz estroboscópico y de pronto la realidad se asemeja a un videoclip desde el punto de vista de Francis, es decir, de Xavier Dolan. En este momento su personaje da con una salida como un modo de actuar frente al conflicto que los atormenta, como un adicto con su droga: consigue lo que quiere y si no lo consigue entonces fantasea con que lo hace. Es una salida provisoria, como tapar un agujero con una flor. En este sentido, no es arbitrario el modo que encuentra para representar la libertad y la felicidad, pero al mismo tiempo muestra la esencia de la sexualidad homoerótica como una artista de su autoengaño y de la fantasía. Es evidente el eco de Cocteau: “Astucia es la fatalidad que se disfraza, que nos produce la ilusión de ser libres y que, al fin de cuentas, siempre nos hace caer en la misma trampa”.
“Son inmensos los privilegios de la belleza. Actúa incluso sobre aquellos a los que parece no importarles nada”, reflexiona Cocteau. La belleza como un tema universal o, mejor dicho, como un Universo en sí, en sintonía con los referentes de la realidad. En el cine de Xavier Dolan puede identificarse un elemento muy pop, que se moviliza en función de una belleza dentro de los linderos de lo contemporáneo. No funciona como una idea vacía de la belleza plástica por sí, que le da más gusto a la moda que al cine; en realidad su filmografía está lejos de desvalorizar el guión en pos de la estética, pero queda claro que la belleza estética ocupa un lugar sagrado dentro de su creación como elemento narrativo y materia esencial de su quehacer artístico. He aquí un diálogo de Laurence Anyways (2012, tercer largometraje de Dolan): “—¿El look es importante para ti?
—No sé, ¿acaso el aire es importante para los pulmones?”.
Existen pocas cosas tan peligrosas como una madre tomando decisiones en la vida de su hijo. Yo maté a mi madre y Mommy, los trabajos posteriores de Dolan, tienen como tema principal la maternidad. La primera trata sobre un adolescente que en su último año de secundaria tiene el deseo de independizarse de su madre, con quien mantiene una relación hiperconflictiva, que aborda valientemente hasta recrear una perturbadora fantasía de adolescente: él viste de esmoquin y su madre de novia. Mommy transcurre en una Canadá ficticia con un proyecto de ley que permite al padre de un chico con problemas de comportamiento, en situación de apuro financiero, peligro físico o psicológico, valerse del derecho moral y legal de entregar a su hijo a cualquier hospital público evitando cualquier proceso.
“Intentaba obtener una calma relativa que no hacía sino atrasar la catástrofe”, la frase de Cocteau resuena como anunciación de otra imposibilidad en la conflictiva búsqueda de la libertad sexual. En Mommy existe una especie de continuación de Yo maté a mi madre, con un hijo más conflictivo que parece justificar la decisión de una madre para dejarlo en manos del Estado. No queda alternativa. Cada uno tiene un solo lugar al cual pertenece y precisamente es la sociedad la que les dificulta su encuentro. En otras palabras, crea el segundo cajón de la cómoda para meter esas cosas que no son ni tan importantes ni tan iguales. Las palabras de Cocteau aparecen como un susurro que flota y vive en el alma de Dolan y deja entrever la tensión entre lo autobiográfico y lo ficcional como una interrogante para el director.
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¿No has visto nada de Xavier Dolan? Dale rienda suelta a tu curiosidad.