Texto por Adriana Guzmán
¿Qué harías si supieras que tu nombre, tu carrera y tu reputación te permiten hacer la película que te venga en gana? Pues así, Alfonso Cuarón hizo Roma. En este filme es claro que el director mexicano está dándose el gusto de su vida. La película es un amoroso, doloroso e intenso recuerdo de la “colonia Roma”, ese barrio del entonces DF que ha cambiado mucho desde 1970.
Filmada en una grandiosidad visual e impecable blanco y negro, con un sonido expresionista y envolvente, que espero no se pierda en Netflix, con una dirección de arte de una precisión exquisita y con planos que casi siempre llaman la atención, Roma es hoy por hoy la obra maestra de Alfonso Cuarón.
La cinta relata la infancia en una familia, la de los Cuarón, pero poniendo el eje en la nana indígena, Cleo, interpretada por Yalitza Aparicio, quien es el personaje principal de una historia que la envuelve y enreda: la de una familia, la de una clase social, la de una ciudad, la de un país.
La película arranca mostrando la cotidiana labor de Cleo limpiando el caserón de la familia en “la Roma”, ocupándose de cada detalle. Cuando los niños llegan es claro que la adoran y ella también a ellos. La familia, sin embargo, está en problemas y queda claro de entrada que el padre está abandonando a su mujer y a sus hijos.
Frente a una madre angustiada y que tiene que sacar sola adelante a sus hijos, es Cleo la que sostiene más que nadie el orden familiar. Pero la nana tiene también su propia vida y sus salidas los fines de semana la hacen experimentar otro mundo y con ella la película sale a la calle del Distrito Federal en 1970, con una ambientación y descripción impecable e incluso de los problemas de esa época.
Cuarón alterna entre esos dos universos: el intimo/familiar y el público/social. La recreación de época y la caligrafía cinematográfica son notables pero desvían la atención por momentos del drama humano de un personaje que vive una encrucijada fuerte y dolorosa.
Mientras más se complica la historia de Cleo, de la familia y también la del mundo que los rodea, el director logra que la emoción fluya, a través de una mirada de la nana, un comentario gracioso de alguno de los niños, un dibujo y la angustia callada de una madre que no se atreve a contarle a sus hijos lo que está realmente pasando con su padre.
Como espectador, Roma se siente en la piel, afecta los sentidos y las emociones; y es imposible no salir de ella con lagrimita, temblorosa e impactada.
Roma es sin duda un homenaje literal a una mujer que se desvive por cuidar y proteger a los hijos de sus patrones. Y si bien uno aprecia ese sacrificio y esa devoción, no puede dejar de ver las claras injusticias sociales que esa misma situación pone de manifiesto. Que en el momento de mayor alegría familiar, Cleo se ocupe de ir y venir preparando la comida para sus patrones no deja de ser un tanto irónico y políticamente discutible.
Es cierto que la historia está contada desde el amor de un niño por su nana y por admirar, casi 50 años después, los sacrificios y esfuerzos que esta mujer hizo para ser la querida empleada y, hasta la madre sustituta para esos chicos que pasaban un momento complicado.
Sin duda, Roma se va a llevar muchos de los premios a los que aspira, será, salvo sorpresas, la mejor película extranjera del Oscar y muy probablemente sea fuerte candidata en muchas otras categorías, pero da igual sino lo gana. Ya Cuarón paso por eso, en realidad ya ganó al inmortalizar sus recuerdos.
Es la mirada de un niño, Alfonso el más pequeño y el más cercano a Cleo, para quien el mundo –la calle, las fiestas, las marchas, el centro, el cine, los paseos– es un lugar inmenso e inasible, demasiado grande para ser abarcado por la mirada. Pero el recuerdo es en realidad de ese niño ya adulto que se da el lujo, por que puede, quiere y sabe como homenajear a la mujer que realmente lo crió.
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