Nada me gustaría más que aplaudir la participación de Salma Hayek en Eternals, la más reciente película de Marvel; nada me gustaría más que sentirme profundamente orgullosa y conmovida ante el video en el que Salma rompe en llanto al recordar el momento en el que vio su rostro moreno como una superheroína de una de las franquicias cinematográficas en la historia.
De igual modo, nada quisiera más que sentirme profundamente satisfecha con la nominación de Yalitza Aparicio a los Oscar por su protagónico en Roma, de Alfonso Cuarón, o por sus múltiples apariciones en revistas y eventos de moda. También quisiera celebrar la presencia de Diego Luna en la saga de Star Wars o el más reciente anuncio de que Gael García dará vida a Hombre Lobo en un especial de Disney+.
Sin embargo, hay algo que tengo presente desde hace un par de años y que me hace mirar con recelo ya no tanto la inclusión de estos actores y actrices en proyectos de Hollywood sino la celebración que hacemos de ello como si se tratara de un logro inaudito. Y es que la representación como fin en sí misma es inservible, pues ésta termina por convertirse en simulación. Me explico.
Por supuesto que reconozco que la aparición de estas figuras en películas y series de gran alcance mundial me parecen aplaudibles en el sentido de que habrá infancias y adolescencias que se sientan representadas y que comiencen a pensar que existe un presente y un futuro en el que ellas, ellos y elles podrían dedicarse también a estas profesiones. Es decir, que existe un mundo en el que la discriminación racista comienza a erradicarse, ¿pero esto es realmente cierto?
Permítanme llevar la conversación a un área que me atraviesa mucho más: al yo ser una mujer trans, celebro enormemente que celebridades como Laverne Cox o Eliot Page destaquen en Hollywood y que den visibilidad a las poblaciones trans, pero me parecería un error celebrar dicha representación en medios como si ésta realmente estuviera propiciando cambios sustanciales en las vidas de todas las personas trans, particularmente de las más precarizadas.
¿Qué tanto sirve la representación en medios a personas trans trabajadorxs sexuales?, ¿qué tanto sirve en países como México en los que sólo la mitad de sus estados permiten el cambio de identidad sexogenérica mediante trámite administrativo?, ¿realmente contribuyen a generar un cambio en la percepción que la sociedad tiene de nosotrxs?, ¿o propicia también una reacción negativa entre aquel sector de la población profundamente transfóbico y conservador?
Mis preguntas, claro, no significan que yo abogue por tal cosa como frenar la inclusión de personas trans en medios de comunicación, pero sí me parece que la representación debe ir acompañada de otras estrategias discursivas que permitan un cambio sustancial en las prácticas discriminatorias contra poblaciones vulneradas. De lo contrario, estos mundos ficticios en pantalla serán simplemente eso, escenarios que detonan frustración cuando al desenvolvernos en el día a día nos topamos con que no somos seres bienvenidos en espacios educativos, de salud y laborales; cuando nos damos cuenta que seguimos siendo personas mal pagadas y carentes de los derechos más básicos.
Vuelvo ahora a la inclusión de actrices y actores racializados en pantalla y tomo el caso de lo que ocurrió y sigue ocurriendo con Yalitza Aparicio (a quien dicho sea de paso admiro y aplaudo). El protagónico de esta actriz en Roma y su posterior nominación al Oscar propició que decenas de marcas vieran la posibilidad de incluir a la mexicana como rostro para sus campañas y de esa manera lograr vender sus productos mediante un discurso de inclusión… falsa inclusión.
Y digo falsa porque estaríamos equivocadxs si pensamos que el éxito de Yalitza Aparicio permite, de facto, que el resto de personas indígenas y racializadas puedan acceder a la serie de derechos y privilegios con los que ella ahora cuenta. Y es por eso que también aplaudo a Yalitza o a Tenoch Huerta, figuras que saben que su visibilidad en pantalla no basta, y que en el día a día se encargan de luchar contra el racismo, un problema estructural al que no se le puede hacer frente únicamente a través de la representación en medios.
El video en el que Salma llora por su participación en Eternals me pareció más una estrategia de marketing por parte de Marvel y Disney que una genuina intención por generar conversación en torno al racismo en Hollywood. Y ojo, que jamás me atrevería a poner en duda el genuino sentimiento y emoción de la mexicana al participar en este proyecto, pero sí cuestiono la forma en que el estudio, y posteriormente medios de comunicación, explotaron el clip para convertirlo en algo viral a nivel mundial.
Tenemos esfuerzos de Yalitza, Tenoch y Salma en materia de combate al racismo, sí. ¿Habrá en algún momento la intención por parte de estos grandes estudios para sumarse a la lucha más allá de una representación en pantalla que les reditúa economómicamente? Porque sí, si rebelarse vende, en el mundo actual la diversidad y la representación también lo hacen.