El temor a ser diferentes suele ser un tema recurrente en medio de las tradicionales narraciones de cómic; una percepción sobre el dolor y el temor que nace del heroísmo. Durante buena parte de su historia, Marvel ha puesto especial atención al poder como atributo. No sólo como una percepción de la individualidad del hombre —esa noción sobre la identidad que el superhéroe representa como símbolo alegórico—, sino sobre cómo lo extraordinario puede expresar ideas muy concretas sobre el género humano. Tal vez por ese motivo la casa editorial ha hablado del miedo, la vulnerabilidad y la angustia existencial para construir percepciones sobre la heroicidad de enormes matices emocionales. Esto construye un punto de vista híbrido, estimulante y extrañamente original, que con frecuencia basa su efectividad en la capacidad de mostrar universos privados y singulares.
Desde Spider-man —que llegó a los estanquillos de todo el mundo en el año 1962— hasta The Gifted —quizá la serie que mejor explota el terror colectivo como reflejo del poder—, el dolor íntimo y la vulnerabilidad adolescente creó toda una nueva noción sobre el poder como expresión personalísima. Y es esa versión del individuo como reflejo del sufrimiento moral la que brinda a The Runaways —basada en el cómic homónimo publicado por primera vez en el 2003— su original propuesta y su fresca comprensión sobre el héroe invisible y sus padecimientos.
Marvel apuesta por una fórmula semejante a la de The Gifted —el aislamiento y el desarraigo pernicioso entre una sociedad de iguales—; sólo que en esta ocasión la trama parece más interesada en cierta vuelta de tuerca hacia un misterio inquietante que en percepciones más intimistas. Con una puesta en escena inteligente y un ágil guión, The Runaways medita sobre lo misterioso desde un punto de vista casi irracional, en medio de la inquietud adolescente y los dolores del tránsito hacia una inmediata adultez. Como si se tratara de una nueva generación de superhéroes nacidos al calor de una comprensión sobre la juventud; mezcla de cierto nihilismo intelectual y el cinismo propio de nuestra época . La serie asume el riesgo de hacerse preguntas levemente superficiales sobre lo que nos hace distintos en medio de un estándar social y cultural opresivo.
Pero también se trata de una serie de adolescentes para adolescentes —o esa parece ser su intención primaria—, por lo que The Runaways adecua su lenguaje y su análisis sobre la personalidad y los espacios desde una óptica sencilla y casi humorística. Bajo la producción de Josh Schwartz y Stephanie Savage —creadores de The OC y Gossip Girl—, la serie se asume desde una perspectiva ambigua que se beneficia desde una doble lectura obvia: por un lado, The Runaways resulta atractiva tanto para los padres como para los hijos; y por el otro, toma riesgos calculados para crear interconectar líneas narrativas que analicen la realidad a partir de dimensiones distintas. El mundo adulto se refleja en el juvenil, y entre ambas cosas el show brilla como metáfora de la desesperación juvenil y un cuestionamiento moral adulto.
Para el dúo Schwartz-Savage, se trata una reinvención del mundo de los superhéroes y los dotados de capacidades especiales que tiene como escenario los soleados y lujosos alrededores de la playa adyacente a Los Ángeles. Además, la serie toma el riesgo de innovar sobre escenarios y propuestas, lo que le permite avanzar desde el tradicional “misterio” —que anuda la trama a todas sus implicaciones— y la tradicional concepción de Marvel sobre los superpoderes. The Runaways goza de una puesta en escena limpia y bien planteada, repleta de referentes al buen cine de Ciencia Ficción; e incluso depurados análisis sobre lo que dota al hombre de humanidad. Entre teoremas sobre bioingeniería, una secta religiosa extrema y extrañas aseveraciones sobre el futuro y la preeminencia de las especies, The Runaways crea una Universo rico en matices y versiones sobre la realidad que, sin duda, refresca el género del superhéroe.
Claro está, una combinación tan variopinta puede no ser lo suficientemente compacta; pero los previsibles altibajos se compensan con una rara dosis de humor que funciona gracias a su inteligencia y una valoración sobre la comicidad más allá de lo obvio. Los elementos heroicos y la Ciencia Ficción construyen un entramado con poderosas reminiscencias que el Universo Cinematográfico de Marvel ha elaborado con tanto cuidado. Más allá de eso, Schwartz y Savage experimentan con una trama que reflexiona sobre la salvedad de lo heroico en lo cotidiano con apreciable inteligencia. En la serie, el superhéroe debe lidiar no sólo con el asombro que despiertan sus capacidades, sino con la simplicidad de lo cotidiano. Una batalla esencial que los productores asumen como una sucesión de reflexiones sobre lo moral, lo ético, lo real y lo profundamente espiritual.
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A pesar de su buen ritmo, los primeros capítulos de The Runaways parecen apresurados y hasta en ocasiones confusos; sin duda, una consecuencia de la necesidad del guión de presentar a casi dos docenas de personajes, entre niños y padres convertidos en una especie de mezcla asombrosa de tipologías y estereotipos. Por momentos, la frenética sucesión de rostros e historias parece torpe y poco trabajada; pero de algún modo —en parte gracias a sus líneas argumentales bien definidas, y también a la química y carisma de su elenco— la serie logra remontar sus momentos más bajos, y analizar el tapiz de narraciones desde cierto dinamismo argumental de enorme interés emocional. El universo adolescente está plasmado en todos los rudimentos del canon tradicional, pero además hay un desenfado fresco y gracioso que avanza a través de la serie como una mirada renovadora en un género en el que parece que todo está dicho.
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