Una de las características que acercarían el cine de un mito como Manoel de Oliveira al de otro que está a la mitad de su carrera cinematográfica, como Hong Sang-soo, es la revisión y la corrección. O quizás deberíamos dejarlo en ‘revisión’ a secas.
En la película de 1999 La lettre, Oliveira pone en práctica algunos de esos distintivos que seguirá afinando durante la década siguiente. Y es que su ratamiento musical, por ejemplo, encuentra una continuación en la ópera que inaugura Belle toujours: existe la intención de dejar constancia de la música en directo, como si el cine fuese una excusa para grabarla y guardarla en escenas de larga duración. Además, Oliveira juega con el tema de la profesionalidad del músico: una escena en la que Pedro Abrunhosa canta a grito pelado se ve interceptada por otra en la que el mismo cantante ha cambiado de registro; se encuentra en un centro cultural, rodeado de intelectuales y cierta clase acomodada.
Por otra parte, La lettre puede ser vista como una puesta al día de La Princesse de Clèves, de Madame de La Fayette, trasladada del siglo XVI al XX y con unos personajes que, asimismo, se actualizan. Lo mismo vemos en Singularidades de uma rapariga loira, adaptación de un cuento de Eça de Queirós, en el que el anacronismo en que consiste coger la trama original y adelantarla unos cuantos siglos no afecta su comprensión. En esta última desorientan las actitudes anticuadas de los personajes, pero, en realidad, ¿qué no confunde en el cine de Oliveira? Resulta difícel entender lo que piensan sus personajes si no se interpreta la película como un conjunto. Las decisiones de algunos crean una especie de caos, imposibilitan que el espectador se identifique con ellos y, sin embargo, dejan una sensación tranquilizadora.
A partir del recuerdo, el público ahonda en lo visto, se sigue preguntando por sus misterios. Pero en Oliveira, como en el cine de otros grandes, uno acaba por aceptar que no se puede analizar cada sentimiento, reacción o respuesta. El espectador no es Dios, desde luego, ¿por qué resolver sus incógnitas sobre lo que se muestra en pantalla? ¡Mejor que se las apañe!
La valoración que se haga de Manoel de Oliveira siempre tendrá relación con la concepción que el crítico tenga del cine en sí mismo. Porque no sólo se trata de películas, sino que se habla de una teoría cinematográfica equiparable a la de André Bazin; una teoría que se conoce a través de las obras en las que el cineasta la ha aplicado y no en libros de texto. En definitiva, hay un choque de libertades: la de alguien incorruptible como Oliveira, con la del espectador, quien, dependiendo de qué tanto esté dispuesto a abrirse de mente, aceptará el cine del portugués como algo excelente o, bien, lo considerará basura.