Presentación y adaptación de la receta por Julieta Flores Jurado
«Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios unas cucharadas de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las miga del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en, mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo?»
-En busca del tiempo perdido, Vol. 1. Por el camino de Swann. Traducción de Pedro Salinas
La magdalena remojada en té de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, es el ejemplo literario más célebre de los poderes sobrenaturales de la comida para evocar y transformar. En contraste con muchos de los platos célebres en la literatura, como las codornices en sarcófago que prepara Babette, la gran chef francesa exiliada, en el cuento de Isak Dinesen “El festín de Babette”, el faisán asado de Danny, el campeón del mundo de Roald Dahl, o el aromático estofado de carne en Al faro de Virginia Woolf, las magdalenas no necesitan una ocasión festiva. Son un símbolo de la infancia irrecuperable, de mundos que ya no existen, pero también representan la revelación en lo cotidiano. Esto no significa que puedan prepararse sin cuidado: como muchos de los platos más sencillos, necesitan planeación y una técnica precisa. Afortunadamente, muchos buenos panaderos han afinado todas las etapas y aunque esta receta puede parecer algo larga y detallada, no es compleja. Los ingredientes son básicos y el resultado es verdaderamente profesional. El perfume de limón es el sabor clásico, pero puede usarse también naranja o un poco de vainilla. En fin, estas magdalenas son tan bonitas y deliciosas que hacen totalmente disculpable el tener una copia de Por el camino de Swann manchada con marcas de dedos y mantequilla.
Basadas en la receta de Fabrice Le Bourdat, de Blé Sucré.
Ingredientes para 24 magdalenas. Pueden duplicarse para servirle el té a un batallón.
Necesitarán únicamente una herramienta especial: un molde para magdalenas. Generalmente son de aluminio con cubierta antiadherente, y tienen espacio para 12 magdalenas. También los hay de silicón, aunque son menos comunes y no los he probado. Si no tienen este tipo de molde, pueden usar una charola para muffins y capacillos de papel. Las magdalenas no tendrán la tradicional forma de concha, pero sabrán igual de bien.
Si quieres leer más textos como éste visita La Langosta Literaria, el punto de reunión para celebrar que la literatura no se agota nunca.
Descubre también las recetas de Frida Kahlo y los libros que te enseñarán el arte de escribir