Hay quienes dicen que para conocer un país no hace falta otra cosa más que acercarse a su gastronomía; sin embargo, el caso de México, al igual que en muchos aspectos, es mágico, pues sólo hace falta acercarse a su variedad de panes para conocer una buena parte de su cultura. Desde los cuernos, bolillos, orejas, moños, cocodrilos o cocoles; prácticamente detrás de cualquier pieza de pan hay una historia única que vale la pena ser contada o conocida a través de las papilas gustativas de quien las come.
Gracias al menú de panaderías como El Manantial en el estado de Querétaro, hay quienes piensan que ya todo está hecho, dicho u horneado; en pocas palabras, que cualquier pan que se nos venga a la mente ya existe en las charolas de algún negocio tradicional o si no, por lo menos alguien ya hizo un equivalente. Sin embargo la magia y el ingenio del mexicano han apostado sus últimas cartas para demostrarle a los escépticos que el pan todavía tiene terrenos inexplorados.
Acostumbrados a creer que todo debe quedarse intacto tal cual fue concebido, hay quienes se han olvidado de que buena parte de la cocina mexicana nació a partir de locas combinaciones. Por fortuna ese no fue el caso de los maestros panaderos del El Manantial quienes crearon la “Manteconcha”; que no es otra cosa más que la combinación perfecta de dos de las piezas más amadas por los consumidores habituales de pan dulce en México: la concha y la mantecada —también conocida como panquecito.
Este invento que muchas personas han considerado el “crossover perfecto” se convirtió en tendencia la mañana del 14 de agosto, apenas unas horas después de que El Manantial abriera sus puertas. De inmediato miles de usuarios de todo el país se adelantaron a decir que si la perfección existiera seguramente luciría como una manteconcha. Y es que no se trata de otro movimiento jiribilloso como los que se acostumbran en la Internet, sino que en esta pequeña pieza se han mezclado dos iconos de la panadería mexa para crear, aunque suene exagerado decirlo de esta manera, el pan de nuestra generación.
Si bien hay quienes dicen que en el Estado de México y Puebla ya se había visto algo similar, no en una, sino en varias panaderías; lo cierto es que poco importa quién lo hizo primero. La manteconcha es el ejemplo perfecto de que a veces sí nos sale muy bien aquello de jugar a ser Dios y eso es lo que realmente debería importarnos.