En mayo de 2012, se convocó la participación de varios despachos internacionales para diseñar un edificio que solamente albergaría espacios de oficinas, y que llevaría por nombre 425 Park. El cliente, L&L Holding Company, determinó varios requisitos que debía tener la construcción, tales como la validación LEED, tener espacios flexibles, transmitir un lenguaje contemporáneo y otros más burocráticos. Los finalistas fueron: Zaha Hadid, Rem Koolhaas, Richard Rogers y Norman Foster.
Tal vez por coincidencia o por azar, los 4 finalistas comparten un pasado con el que se les puede ligar en el ejercicio de presentar un proyecto y validar qué tanta congruencia tiene con su obra. Cada par defendiendo posturas que contrastan entre sí. Por un lado, Zaha como la hija pródiga de todo el séquito de seguidores de las teorías radicales de Koolhaas, quien entra a escena como un teórico controversial, quizá, como un Le Corbusier actual, con fundamentos complejos y fuertes, pero que pocos consiguen entender por ser entorpecidos por su lenguaje; por el otro lado, se encuentra el fantasma de lo que en los 60 se conoció como TEAM 4, un grupo británico de arquitectos que sólo duró 4 años, pero que dejó una huella marcada en la búsqueda de la arquitectura de ambos, Rogers con la obsesión por la legibilidad de sus edificios, aportando un nuevo lenguaje para la interpretación del espacio servido y servidor, y Foster, como discípulo de Buckminster Fuller, logrando que sus edificios, visualmente, pesen cada vez menos. Los cuatro con un Pritzker en una mano y su aportación a la historia de la arquitectura en la otra.
El capricho
El objeto que ocupa el lugar sobre la mesa podría ser la lámpara que ocupa un buen lugar en el lobby de algún pretencioso hotel. Un cuerpo con trastornos de identidad, la añorada suavidad de la forma que nunca llega y la incomodidad de permanecer en un lugar para el que no está hecho.
Zaha Hadid, premio Pritzker en 2004, queda en silencio tras no poder expresar el propósito de la forma de su edificio; su mano derecha, Patrick Schumacher, interrumpe el desierto de palabras al extender esa interrogante como la justificación de una nueva elegancia que no se podía alcanzar antes del siglo XXI, para ellos, una elegancia que no la portan dos vecinos que descansan exquisitamente sobre Park Avenue: la Lever House (’52) y el Seagram Building (’58); o quizá, la empolvada anarquía malinterpretada por un adolescente en el cuerpo de un arquitecto.
La presentación continúa y no dejan de aparecer imágenes impresionantes de la figura; Schumacher no traga saliva sin haber detallado cuidadosamente el residuo de espacios que ha dejado el corsé de 200 metros de altura. Espacios que no aparecen por la insistencia de mostrar un sinfín de vistas que alardean de haber capturado la forma más bella jamás vista, cuando aparecen los aleatorios espacios interiores, se desata la percepción de estar observando diez edificios diferentes a pesar de seguir hablando del mismo.
Sin haber elogiado nada más que el capricho, Zaha destaca por el vacío de palabras que dejó en la sala, acompañado por la desnuda impresión de no haber sido capaz, ni siquiera ella, de entender su propio proyecto.
El tropiezo
La crónica destaca la personalidad de un teórico al hacer referencia de su manifesto ‘Delirious New York’, publicado en 1978, después de haber vivido y documentado por cinco años la sugestión adquirida por esa ciudad. Rem Koolhaas empieza por compartir su fascinación por la racionalidad en la retícula neoyorquina y las posibilidades que puede desatar al equilibrarla con su opuesto, sintetizada a su manera a través de las manos de Salvador Dalí con su método paranoico-crítico.
Después de entablar su racionalización del edificio, el 23° premio Pritzker revela la multifacética torre haciendo hincapié en el lujoso juego de luz sobre sus diversos perfiles. Su fijación por el aspecto exterior desplaza la calidad de los espacios interiores, pero retoma su importancia al explicar el esquema que mejor describe su obra, la sección libre, rescatando su particular y continuo recorrido por el edificio a través de la intención interior entre sólidos y vacíos.
Al ser un prisma hermético que deja a la imaginación lo que sucede por dentro, se percibe un tropiezo que rompe la sincronía de la teoría con la práctica. Sin ser el edificio que mejor muestra el trabajo de Koolhaas, sí es un recordatorio de su búsqueda, un claro ejemplo de la congruencia y continuidad conceptual de su obra.
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La lectura
El primero en mencionar tres puntos importantes que habían quedado olvidados en el baúl de lo subestimado: la historia, la situación en el entorno y la gente. Richard Rogers, premio Pritzker en 2007, comienza por declamar la más bella interpretación que pueda tener un edificio al tomar prestadas las palabras de Goethe, refiriéndose al Seagram Building como música congelada y bautizándolo como el Mozart de los rascacielos.
Graham Stirk, socio de Rogers, toma la presentación en sus manos para introducir su preocupación como despacho. Hablando de sus proyectos anteriores, resalta la jerarquía que le dan al espacio público, no sólo para la gente que ocupará el edificio, sino para la que lo transitará como tercero, haciendo clara su integración a la ciudad por medio de plazas que le regresan la escala al peatón.
Sin saltar agresivamente al proyecto, se desliza delicadamente sobre la atención de los clientes hablando de sus intereses y lo que quieren comunicar con el edificio. Entra en la mesa la antítesis de las primeras dos propuestas, dejando a un lado la abstracción para darle la bienvenida a la contundencia. La legibilidad en los proyectos de Rogers es la característica más reconocible de su obra, identificándose por la insistencia de un carácter expresionista, fácil de leer en el edificio. No sólo por el inconfundible exoesqueleto, también, por sus elementos de servicio que narran paso a paso la funcionalidad en todos sus rincones, haciendo un homenaje a la lectura y racionalidad de la arquitectónica.
El oficio
Las permanencias de lo que fue el TEAM 4 son notorias cuando se escucha al Pritzker de 1999, Norman Foster, destacar los mismos intereses de integración urbana y carácter público que Rogers, al igual que el lenguaje característico de ambos: la estructura como el organismo que contiene a todo el proyecto y hace claras las intenciones que se busca en los espacios interiores.
Lo que distingue a Foster de los 3 competidores es la irrevocable importancia que le da a la historia. No solamente al mencionarla, pero remarcando su entendimiento por la evolución del rascacielos para dejar claro que su edificio no será sólo un capricho que se desvanecerá con la tendencia superflua del momento, sino que se desplantará como un recordatorio de lo que ha vivido urbanamente Nueva York, dejando la constancia de un antes y un después.
Su sencillez al hablar del proyecto hace parecer que el uso de una computadora solamente le quitaría tiempo. Ágilmente complementa con palabras lo que se aprecia en sus láminas de presentación, cambiando una por otra con la destreza de un malabarista, dejando clara su comprensión por las necesidades de los clientes y cómo su proyecto las soluciona.
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Al destapar la lámina con su inconfundible dibujo en lápiz y a mano alzada, queda fuera de lugar cualquier duda de su unión con el proyecto, se ve al arquitecto vinculado con su pasión, casi recitando todas las cualidades que lo hacen ser la decisión correcta. No es la impresión de ver el primer dibujo que no ha sido hecho por una computadora, lo que hace diferente a Norman Foster, es entender el respeto que se le debe dar al oficio de la arquitectura.