En los últimos años, Santa Fe, una de las zonas más exclusivas de la Ciudad de México se ha ganado fama por convertirse en uno de los principales centros de oficinas —«Mordor Godin» dicen algunos— al cual miles de personas se mueven día a día. Un reportaje de Animal Político indica que en el 2015 se realizaban 850 mil viajes diarios, acumulando hasta 26 días enteros al año en el tráfico —que también se ha vuelto característica de la zona—.
Pero antes de ser un centro de oficinistas, Santa Fe también era conocido por ser una zona súper exclusiva, con el desarrollo de grandes corporativos, centros comerciales dirigidos hacia el sector de la población con mayor poder adquisitivo y viviendas que hasta la fecha se cotizan en millones. De acuerdo con el artículo de Paulina Villegas para The New York Times, la zona comenzó como un basurero donde vivían unos cuantos pepenadores, además de los pueblos y comunidades aledañas, mismos que actualmente han sido devorados por esta “mini-ciudad”.
El proyecto de Santa Fe lucía sencillo, pretendían levantar la economía del entonces Distrito Federal y enfocarla al turismo, los comercios y el entretenimiento; en el mismo artículo, se explica:
«El proyecto de Santa Fe respondía a una lógica de desarrollo que imperaba en el país: la apuesta por un modelo neoliberal de apertura comercial que incluyó la privatización de empresas paraestatales, el desmantelamiento de subsidios, la reducción del proteccionismo y la apuesta por la inversión extranjera».
No obstante, este proyecto implicó un gran cambio en el estilo de vida y de sustento de los pobladores originales. Sí, pepenadores, pero también campesinos, cuyos ingresos dependían de sus cultivos y la leche de sus vacas, como la familia Carmona, eje central en el citado artículo, quienes ahora son los últimos campesinos de esta zona, y que con el paso del tiempo han presenciado la reducción de las zonas verdes, el alza de los impuestos y el fin de un modo de vida que hace no más de tres décadas caracterizaba ese lugar.
«La historia de la familia Carmona representa, en muchos sentidos, un choque de visiones y las contradicciones que se vivieron en distintos rincones el [sic] país desde finales de los ochenta, cuando la apuesta por la liberación económica comenzó a producir, además de beneficios, una mayor desigualdad económica y el desmantelamiento de la pequeña producción, sobre todo en el sector agropecuario».
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