En un beso puede irse la vida.
Hay mujeres que al verlas a los ojos provocan que de nuestras bocas salgan las palabras menos pensadas: “pídeme que mate”. Leer esto puede parecer absurdo, pero la historia está llena de ejemplos para demostrarnos que, en efecto, el amor y la devoción hacia una mirada profunda y misteriosa, que se antoja, puede llevarnos a cometer los actos más oscuros.
Si hiciéramos una historia de las mujeres fatales, deberíamos remitirnos a las primeras civilizaciones para encontrarnos con la diabólica diosa sumeria del amor, Ishtar, o con Dalila, aquella que condujo al poderoso Sansón a su perdición. No obstante, ni siquiera la historia contada en el “Libro de los jueces” se compara con la de Mata Hari, la doble espía holandesa que –durante la Primera Guerra Mundial– tenía en su poder los secretos de importantes oficiales alemanes y soviéticos.
Gracias a su incomparable belleza y su habilidad para atraer a los hombres por medio de la excitante danza árabe de los siete velos, no le fue difícil obtener todo tipo de información. Estos datos fueron enterrados durante mucho tiempo para asegurar su propia seguridad, Mata Hari se encontraba en medio de un conflicto armado que amenazaba con destruir al mundo. Su sensualidad nunca la abandonó, ni siquiera la mañana del 15 de octubre de 1917 cuando un grupo de soldados estuvo a punto de fusilarla. La musa pidió que no se le vendaran los ojos para que pudiera recibir las balas del arma con un coqueto guiño y un beso al aire, como si estuviera saludando a la muerte.
Para muchas personas la imagen de la femme fatale es sinónimo de empoderamiento y sensualidad. La idea de dominar el mundo con un simple movimiento de caderas nos hace pensar en la fragilidad del hombre y de cómo éste –respondiendo a sus instintos animales– puede convertirse en una bestia mansa a merced de quien le promete el cielo, aunque sea una ilusión…
Sólo la sensualidad femenina es capaz de magnificar el carácter misterioso que la tinta da a la piel. Esa combinación es la que se convierte en un irresistible exotismo capaz de atrapar las miradas más exigentes.
Los diseños que simulan ser piezas de lencería son, por alguna extraña razón, el motivo por el cual muchos quieren arrancar la ropa de una mujer hasta encontrase con la pureza de su piel. Justo como si quisieran descubrir la manera en la que se pueda llegar al cielo por medio de la carne… Aunque quizá, su peor error es ignorar que la tierra prometida se encuentra entre las llanuras del cuerpo expuesto, un oasis para la vista.
Ignorantes de su fatal destino, muchos se entregan a los bienes que promete ese arco formado por las piernas de alguien que ha vencido a la muerte con su extrema belleza. Aquel tatuaje será la antesala de un ritual mortal, en el que la única beneficiada es aquella preciosa figura que ha aprendido a apoderarse del mundo con el simple trazo de tinta que pinta sus eróticos muslos.
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