La primera vez que dejé que me rompieras el corazón fue cuando…
Realmente no sé muy bien si fue cuando te burlaste de la forma en la que me vestía, cuando me gritaste groserías mientras lloraba como una niña de 5 años o si fue cuando confesaste que estabas conmigo sólo por lástima (esas no fueron tus palabras exactas, pero no quiero hacer este texto más pesado de lo que ya será).
Dependiente, mentirosa, tonta, posesiva, loca, fachosa, aburrida y otros adjetivos parecidos fueron los que usaste cada una de las veces que decidiste terminarme sin siquiera verme a los ojos. Mientras mencionabas la larga lista de razones por las que no querías estar conmigo yo me hacía más pequeña –literalmente, mi espalda se encorvaba, mi cabeza se agachaba y mis brazos y piernas se replegaban a mi cuerpo por inercia–. Obviamente, al hacerme menos tú te volvías más: más poderoso, más sabio, más acertado, más perfecto, más que yo…
Además de la tristeza, lo que trozaba en cubitos mi corazón era la angustia de nunca saber qué decir o hacer para que volvieras a quererme (como si eso fuera algo que tuviera que pedirse). Llorar como siempre lo hacía te desesperaba la mayoría de las veces, pero otras te obligaba a detenerte, te hacia arrepentirte o te llevaba a herirme aún más, pero tus reacciones jamás eran constantes ni predecibles. Tus cambios de temperamento –junto con tus ideas contradictorias– me lastimaban más que tus insultos; inclusive un poco más que las veces que te atreviste a empujarme o jalarme del brazo (acciones que me costó trabajo entender que son inadmisibles).
No hubo mentiras (o eso creo), pero la forma en la que decías la verdad me partió en varias partes. Me dividiste entre la que te amaba, la que te odiaba, la que te tenía miedo, la que no podía seguir contigo y la que no podía vivir sin ti. Votaste con cinismo todo lo que intenté hacer por ti y aquello que te di, lo hiciste para después recogerlo y convertirte –una y mil veces– en mi salvación más romántica.
Entonces… la primera vez que me rompiste el corazón supongo que fue cuando dejé que lo hicieras. Siempre supe que contigo la historia sería así, intensa, ambivalente y dispareja; pero preferí sufrir tus dudas en lugar de tu ausencia. Dudabas de mí, lo hiciste desde que me conociste; nunca supiste si yo era la mujer de tu vida o el origen de tus problemas. Te debatías entre mis palabras y las que los demás usaban para ponerte en mi contra, vacilabas entre lo mucho que te gustaba y lo poco que podías tolerar de mí. Desconfiabas de mis inseguridades y odiabas las tuyas, pero jamás dudaste en hacerme la única responsable de todo.
La culpa de que nuestra relación se volviera imposible, según tú, siempre fue mía, y supongo que eso fue lo que terminó por rasgarme el ya agotado y débil corazón que me quedaba. Después –ya casi de manera automática– tus respuestas ausentes, tu paciencia muerta, tu prisa por terminar y tu indiferencia ante mi sufrir fueron mermando los pedazos descompuestos de mí (los pocos que quedaban).
Esperar que lo nuestro mejorara, intentar que valiera la pena, fingir que yo ya no era “ella” (la que te desquiciaba) y pretender que me amabas igual, me mantenía ahí, a tu lado. Yo te sentía perfecto para mí, pero tú siempre me consideraste una persona descompuesta, incompleta y sin las respuestas que tú necesitabas. Así que me dejaste ir, decidiste que el tiempo debía curarme (como si no lo hubiéramos intentado antes), elegiste ser parte del final y te aseguraste de no hacerme parte de la solución.
Supongo (y no por elección, sino porque no tuve opción) que ésa fue la última vez que me rompiste el corazón. Ya no me duele la distancia que pusiste entre nosotros, porque ya no hay un “nosotros”; tampoco me lastima que prefieras vivir cualquier otro momento, en lugar de los que podías compartir conmigo; mucho menos me tocan tus ofensas y promesas no cumplidas. Lo único que me arde todavía es no saber si la próxima vez que decidas venir a “salvarme” seré capaz de decirte que no; pues sé que la única forma de no permitir que me vuelvas a romper el corazón es quitándote esa oportunidad.
Las ilustraciones de Agathe Sorlet me recuerdan, de una forma muy extraña, a todo lo que hiciste antes de decidir que ya no me necesitabas. En los trazos de esta artista identifico las hirientes emociones que viví durante tres años, mismos en los que me mantuviste entre el sí y el no, entre un cerca y un lejos de ti . El trabajo de eta ilustradora describe ciertas situaciones que me cegaron con tal de estar a tu lado. Si tú también quieres conocer más sobre el trabajo de Agathe Sorlet visita su cuenta de Instagram.