Desafortunadamente, el reflejo sólo me mostraba a una mujer cansada, triste, con los ojos hinchados y sentada detrás de una barra iluminada y, en efecto, mi aspecto se debía a los estragos de una relación intensa, cruel y putrefacta de la cual estaba saliendo al fin. Mi mejor amiga, a mi lado tomaba mi mano mientras me secaba las lágrimas, mismas que brotaban sin sentido de mis ojos y arruinaban el maquillaje que usaba para ocultar mis penas.
«Pobre de ti, te ves destruída desde que tu novio te dejó».
«Estoy bien. Todo pudo haber sido peor, podría verme como esa chica».
«Pero es un espejo».
Pero no sólo ella lo vio, también otras personas en el bar que amablemente me extendían pañuelos, más tequilas, el control de la rockola y hasta un micrófono para cantar “Como la flor” a todo pulmón. Cantaba tan alto que seguramente él me escuchaba sentado en la cama, leyendo poesía triste abrazando a su nueva conquista, esa guapa y estilizada chica que resultaba más interesante que yo. Pero al mismo tiempo recordaba lo aburrido e incómodo que era estar con él. Jamás soltaba el celular y yo sólo necesitaba que me mirara al menos una vez, pero no, nunca pasaba.
Pero nunca pude evitarlo. Él era así y yo nunca fui buena para lidiar con los problemas, siempre preferí escapar de esas situaciones tan comunes que se vuelven incómodas, que molestan y terminan por aturdir, por cansar e incomodar. Siempre prefería volar y en mi mente lo hacía mientras mascaba chicle, así que cuando él empezaba a hablar de lo incómodo que le parecía estar conmigo, fingía locura e imaginaba que me iba por ahí, impulsada por el aire de la goma de mascar sabor frutas.
Lástima que sólo era un sueño. Ojalá hubiera volado por el cielo, en cambio, tuve que tolerar cientos de momentos incómodos y horrendos que tal vez me parecían mucho más grandes cuando mi mundo comenzaba a volcarse. Pasear en las calles me aterraba, tenía que subirme a camiones llenos de personas que estornudaban, que hablaban, comían y se reían dejando mi organismo una plaga de bacterias y de sensaciones pegajosas en las que la piel interactuaba con la de otras personas contagiándose de sudores, ardores, ADN y quizá alguna enfermedad.
Pero todo esto detonó en mí el valor de la añoranza. Recordaba día a día esas situaciones que me hicieron única, que me obligaban a decir «claro, me voy a broncear para verme sensual» y terminaba siendo una grotesca demostración de lo que podía hacer el sol sobre una pequeña e indefensa mujer que únicamente trataba de gozar la playa, pero al fin de cuentas, también me formó como persona, porque ahora puedo reírme de esas situaciones y simplemente mirar atrás y ser feliz.
Sólo me quedan los recuerdos pasados como aquellos días en los que podía ver a mamá en la puerta esperando por mí, con todo y mi vestido repleto de helado de vainilla y el cono simulando un cuerno de unicornio, un simple animal que aunque hoy parezca absurdo, hace años, me hacían sentir fuerte. Ahora, me emociona el hecho de batirme cual niña, aunque mamá no pueda limpiarme.
Pero ya crecí y ahora pienso que no importa si no tengo a nadie más a mi lado o si lloro por un hombre, basta con amarme a mí misma aunque tenga la necesidad de recostarme en la cama cada día y mirar el celular esperando un milagro que me haga sonreír y ¡oh redención! De pronto aparecían cosas banales un bello vestido que pensé que me harían feliz y en realidad sólo eran calmantes momentáneos, como el paracetamol con los dolores de cabeza y de pronto estaba triste de nuevo, pero con un vestido hermoso que engrosaba mis piernas y moldeaba mi cintura… recostada en la cama.
Pero al final de cuentas, no soy ninguna princesa de cuento y la vida es difícil, llena de circunstancias tan comunes y absurdas. Y es que sólo necesitaba un café, no un príncipe.
«Necesito café, ¡ve, ve, ve!»
Por eso mismo, logré encontrar mi lugar en la vida y en las ilustraciones de Comicada, una cuenta de Instagram que refleja cada momento de la vida, no importa si es incómodo, feliz o triste. Las ilustraciones son una burla a uno mismo, a la sencillez y a la simplicidad de las cosas, que en ocasiones se vuelve algo completamente absurdo y sin sentido, pero nuestra paranoia colectiva nos obliga a hacerlo cada vez más difícil.
«¡Sostén mi mano, te resbalas! ¡Nooooooo!»
De este modo, encontramos que cada uno de los dibujos son parte de nuestra vida y nos representan a todas, no sólo a mí, sino a ti y a todas las mujeres posibles. Vivimos, sentimos, lloramos y nos ocurren situaciones traumáticas, y esta ilustradora lo plasma en cada línea y en cada sentimiento de empatía.
Por esto, nos reímos, pero al mismo tiempo sufrimos con la pena que nos provoca una caída. Sentimos que se nos desprende la cara de vergüenza, con la falta de experiencia al usar tacones o la forma tan ajustada del vestido que nos hace una pancita incómoda. Pero sí soy feliz, así somos felices… o eso intentamos.
Pero está bien tener decepciones amorosas de vez en cuando, caerse en medio de la calle, bailar creyendo que nadie nos ve o equivocarnos con el corte de cabello. Esas son experiencias penosas, malvadas y trágicas, pero al mismo tiempo nos ayudan a formarnos como seres humanos reales. No porque no lo seamos, sino porque a veces tenemos complejos que nos hacen creernos más de los que somos y no es así.
«Córtame sólo las puntas».
…
«¡Te dije que las puntas!»
«¡Ah! Es que escuché que querías que te quitara todo el maldito cabello».
Las ilustraciones son sencillas y están iluminadas con tonos planos, pero son muy concisos ya que son la viva imagen de nuestros días y nuestro sentir. Es por ello que aunque soy el reflejo de esa mujer ebria en la barra del bar, destruída, cansada y harta de la vida, soy la misma de siempre, la que se ha ido formando gracias a las experiencias y las vivencias, pero es normal y es un gran avance en la vida.
Sigue el trabajo de Comicada en su cuenta de Instagram y déjate envolver por las ilustraciones de todas estas mujeres que nos representan en trazos simples y llenos de historia, misma que puede ser la mía, la tuya o la de la propia ilustradora.