En abril de 2017 el mundo entero se escandalizaba por medio de las redes sociales gracias a una chica indonesia que mostraba la evolución de su tatuaje abrasado. Cientos de usuarios y conjeturas se unieron al fenómeno, ocasionando mitos y burlas que le dieron vuelta a la esfera virtual; todo un gran espectáculo hasta que se descubrió que Pasuda Reaw –nombre de la joven– había decidido hacer esto como una solución “práctica” a la remoción de uno de sus diseños sobre el cuerpo, tras el cansancio y problema que le resultaba presentarse así al colegio, alguna instancia pública y sentirse discriminada o incómoda en diversas situaciones sociales.
Los resultados, al parecer, fueron aún más desastrosos de lo que ella imaginó y sus fotografías se hicieron virales por la misma causa. Según los testimonios de la misma mujer, aplicó un químico sobre su tatuaje –se presume que fue alguna de esas cremas irresponsables que se venden como milagrosas pero en realidad ocasionan una exfoliación fatal– y esperó simplemente lo mejor; lo que ella no sabía era que este producto lo que hace es ampollar la piel, desprender dramáticamente el tejido y que este método debe usarse como última opción para borrar un diseño, ya que de hecho no lo borra en sí.
Sabemos que es muy complicado conseguir el dinero y los medios para una cirugía láser o que es realmente tedioso asistir periódicamente al dermatólogo para eliminar el rastro de lo que alguna vez pensaste se vería por siempre cool sobre tu piel; sin embargo, recurrir a otros técnicas es volver a la Antigüedad, ¿no es cierto?
El registro más antiguo que se tiene de una persona tatuada fue un cazador que data de 5.300 años a.C., el cual tenía en su espalda y rodillas tatuajes lineales y puntos sencillos; asimismo existe el caso de la sacerdotisa Amunet en Egipto y los antiguos pobladores de Polinesia. En los últimos casos se trata de diseños decorativos, rituales o tribales que servían como una especie de carnet o identificación ya fuese de rango o adoración, así que ¿habría motivo para querérselos quitar en algún momento? Probablemente no. Aún así, se tiene registrado que para quitar alguno o recurrían a la dermoabrasión o definitivamente cortaban la piel tatuada para después suturarla.
Una de las tantas versiones antiguas de la dermoabrasión se daba con el papel de lija. Raspaban la piel del sujeto con una hoja de este material o con piedra pómez hasta quitar la mayor cantidad de piel posible. Incluso esto podía hacerse con sal en la Antigua Grecia; eso que hoy controlan los especialistas por medio de lidocaína y epinefrina –la salabración–, antaño se instauró por el físico Aecio de Amica para quitar tatuajes a esclavos, criminales y mercenarios.
Las cosas no evolucionaron mucho a lo largo de la historia. En 1928 el Dr. Marvin Shie implementó la remoción del tatuaje por medio de la quema de piel; el sujeto no bromeaba al respecto y sugería en sus publicaciones y consultas el utilizar una plancha caliente para mover los diseños de la piel. Esto, obviamente, ocasionaba lesiones e infecciones que opacaban el hecho de tener una enorme cicatriz sobre el cuerpo tras la decisión de sus métodos.
También en los años 20 se acostumbraba generar ámpulas sobre los tatuajes por medio de agujas ardientes y que dichas heridas fueran levantando de a poco la piel del paciente. También existió un auge en torno a la eliminación de piel capa por capa con instrumental quirúrgico o la decisión de tapar un diseño con otro más grande o del interés presente del tatuado.
La ciencia ha avanzado lo suficiente como para dejar atrás las arcaicas exfoliaciones químicas o las salabraciones, incluso los recortes de piel; hoy sabemos que la cirugía láser es nuestra mejor opción, además de 1) una decisión absoluta y consciente de lo que queremos sobre nuestro cuerpo, 2) un cambio radical en la percepción que tenemos de quienes se tatúan y 3) una cultura médica que nos invite a visitar a un especialista antes de tomar medidas drásticas y propias de siglos pasados.
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