Cuando se habla de Minimalismo, generalmente, se hace referencia a la obra de un grupo de artistas norteamericanos de la década de los 70: Donal Judd, Robert Morris, Walter de María, entre otros. Aunque en la actualidad el término se haya difundido tanto, que se habla de él como si fuera un estilo de moda, cuando más bien se trata de una estrategia conceptual.
Aunque la obra de estos artistas guardan grandes diferencias formales, se les agrupa de forma heterogénea con la característica en común de la búsqueda de la simplificación de una manera crítica. Donald Judd no estaba de acuerdo con el término minimalista, ya que consideraba que su escultura no era tal de forma absoluta. El único objetivo que perseguía, según él, era alejarse de la apariencia y de la representación.
Cuando se habla de algo contenido, de formas simples, en lo que todo accesorio ha sido reducido al máximo, se dice que es minimalista, substrayendo cualquier referencia o alusión. Desde esta perspectiva hay muchas cosas que pueden ser minimalistas: un poema, un vestido, una ópera, un mueble o un objeto de arte.
En arquitectura, el término minimalista empieza a ‘escucharse’ a mediados de la década de los 80. Sobre todo relacionado con la tradición Oriental o con el diseño de modas.
El Minimalismo en la arquitectura, se refiere a la obra que tiende a la búsqueda de una máxima tensión formal y conceptual utilizando, de forma restringida y racional, volúmenes puros, simples y aislados. Incluso, se busca la transparencia, simulando la desmaterialización de los objetos.
La realidad es que en sentido estricto la arquitectura no puede ser minimalista, sería, en todo caso: esencialista o reduccionista. Es una lástima, ya que miles de desarrolladores de casas de ínfima calidad utilizan el término como un adjetivo aspiracional en sus ventas. La arquitectura, al ser habitable y útil, va en contra del sentido estricto del Minimalismo.
Arquitectos que vale la pena seguir, independientemente de su etiqueta ‘minimal’, serían: John Pawson, Souto de Moura, Tadao Ando, David Chipperfield, Alberto Campo Baeza, Claudio Silvestrin o Aires Mateus. Ellos han llevado su obra al límite compositivo en un afán de reducir al máximo los elementos formales en aras de una expresividad contundente, con una manufactura impecable y una espacialidad digna de destacar.
La música minimalista es un tema muy interesante a profundizar. Se le considera minimal a todas las piezas que se componen en una sola armonía tonal, con un ritmo lento y un pulso constante. Se valen de frases musicales cortas, con pequeñas variaciones durante periodos largos de tiempo. En muchas ocasiones recurren a la discordancia y a la atonalidad.
Hay una discusión sobre cuál es la primera pieza musical minimalista y su origen como concepto. Se atribuye el empleo del término ‘música minimalista’ , por primera vez, a Michael Nyman, en 1968, refiriéndose en un ensayo al compositor inglés Cornelius Cardew. Sin embargo, están en la disputa In C, de Terry Riley (1964), y 4:33, de John Cage (1952).
Existen varias características relacionadas o pertenecientes al Minimalismo como: la abstracción, la autoreferencia y la materialidad, la percepción global del objeto, el egoísmo, el silencio, la atopía y la atemporalidad, etc.
El Minimalismo pretende llevar al límite y generar la máxima tensión utilizando los mínimos recursos, captando las esencias puras de los objetos. Es autoreferencial, ya que el objeto vale por sí mismo. Su materialidad es suficiente para ser arte, pues fuera de él no hay nada.
Intenta eliminar cualquier alusión, así libera al arte de toda función referencial, didáctica, simbólica o metafórica, como en el arte renacentista. La obra no apela ni evoca a nada que no sea ella misma. “Renuncia a la historia en nombre de la intensidad de la experiencia formal”. [1]
Plantea, además, formas perceptibles de manera global e instantáneas, fragmentarias, gestálticas. Éstas se dirigen de una forma ‘directa’ al espectador. “Es una arte que elude a cualquier contaminación sensualista que vaya más allá de la pura percepción de formas”. [2]
Es un arte intelectual, un juego en ocasiones pedante. Es irónico, es una voluntad de ausencia. Se proclama como ‘un decir que no dice nada’. Es fragmentario y no anhela la universalidad.
Busca ser un arte que converse directamente con el intelecto, así se renuncia a cualquier alusión liberándose de toda función referencial, didáctica, simbólica o metafórica. Así, el objeto no apela ni evoca a nada que no sea el mismo. Es autoreferencial e incluso tautológico. Además, “se pretende alcanzar de la manera más pura la primacía de la percepción corporal vivida por el espectador recorriendo el espacio configurado por los objetos minimalistas. Para ellos se renuncia a la historia en nombre de la intensidad de la experiencia formal”. [3]
Es egoísta, ya que no es un diálogo artista/espectador; es un monólogo en el que al artista no le interesa la trascendencia, sino la simple expresión.
Es atópico. Se presenta como un ‘objeto independiente’ que no tiene alguna referencia hacia el lugar/medio. Como tal, el objeto puede ser transportable a cualquier sitio.
“Nada de interioridad, por lo tanto, nada de latencia. Nada, tampoco, de ese recogimiento o esa reserva de la que habló Heidegger al cuestionar el sentido de la obra de arte. Nada de tiempo, en consecuencia, nada de ser únicamente un objeto, un “específico” objeto. Nada de recogimiento, por lo tanto, nada de misterio. Nada de aura. Aquí nada “se expresa” porque nada sale de nada, porque no hay lugar o latencia…”. [4]
Además, es atemporal. No está sujeto al tiempo, no existe en sí mismo porque sería una forma referencial. Si se le tratara de ubicar en un tiempo/espacio perdería su carácter minimal, pues se establecería en torno a él una identificación retórica.
“Surge como reacción al despilfarro, a la sobreproducción de información. Hay, también, un rechazo a la genialidad y a la estética del original persiguiendo el máximo de racionalidad y fundamentando unas nuevas concepciones del espacio, la escala, la percepción y la composición a partir de la repetición de formas que aluden a la industria y la seriación”.[5]
Se debe entender al minimalismo como una estrategia de pensamiento, una forma de conceptualizar la vida y hacerla arte. El término ha sido tan devaluado y mal aplicado que es una lástima ver que ya todo es minimalista por sólo tener una pobreza conceptual y material. Se debe retomar la base de sus enseñanzas, alcanzar la máxima expresividad a través de la mínima expresión. En una época de tanto ruido, en la que tantas cosas se han dicho y mediatizado, retomando las palabras de Peter Zumthor: hay que lograr “que lo sencillo impacte”.
[1] Montaner, Joseph Maria. La modernidad superada. Minimalismos. Editorial Gustavo Gili.
[2] Op cita.
[3] George Didi-Huberman, Lo que vemos, lo que nos mira, Manantial, Buenos Aires, 1997, p. 55.
[4] George Didi-Huberman, op.cita. p.34
[5] L.Lippard. New Cork Setter, Art international, Nueva York, junio de 1965.