“Devuelvo al pueblo lo que de la herencia artística de sus ancestros pude rescatar”.
Diego Rivera
Después de días intermitentes en los que la lava salía a toda marcha de las fauces de un volcán, los habitantes de la zona sur de la Ciudad de México corrían despavoridos en un intento de salvar su vida; para su suerte, la mayoría lo logró. La lava avanzaba a toda marcha mientras el mundo era tragado por los surcos calientes que cubrían la tierra. Aquellos lugares donde había aldeas, ahora se distinguían sólo por la piedra volcánica que cubría más de seis metros de lo que antes existió. Los cuicuilcos huyeron a Teotihuacán y parecía que nunca más habría vegetación; sin embargo, la tierra sanó, la vegetación endémica surgió y así, muchos años después, comenzaron a repoblar el sitio.
Los intelectuales de México decidieron tomar este resurgimiento en sus manos. Diego Rivera, Luis Barragán y Carlos Contreras presentaron un proyecto para urbanizar la zona; así surgiría Jardines del Pedregal, cuya primera casa fue construida por Max Cetto.
Diego se enamoró del sur y creó un sueño museístico para los amantes del arte y la cultura. Así fue como todas las piezas prehispánicas que desaparecieron con la erupción, ahora se reivindicaban. Imitando las casas de los dioses (también conocidas como teocallis), el muralista ensalzaba la cultura prehispánica. Aunque el artista mexicano más emblemático del siglo XX murió sin ver terminado un sueño, el arquitecto Juan O’Gorman y su hija Ruth Rivera supervisaron la construcción y diseño.
Diego disfrutaba de largas caminatas en la zona arqueológica de Teotihuacán, miraba con cuidado a su paso, intentando encontrar piezas antiguas de aquella civilización; al toparse con alguna la observaba con detenimiento, la tocaba y la chupaba para poder reconocer su autenticidad y mostrarles veneración. Durante esos recorridos adquirió un buen número de figurillas para su colección, la cual aumentaría con el paso de los años gracias a compras que hacía en el “Mercado Volador”, ubicado detrás de Palacio Nacional en la Ciudad de México, donde adquirió figurillas únicas de las culturas mesoamericanas que habitaron en el actual territorio de la República.
Deseoso de compartir con su pueblo el arte ancestral que cuidadosamente había resguardado, adquirió cuatro hectáreas de terreno para construir un museo que fuera el hogar de las 59 mil 400 piezas que formaban su acervo; sin embargo, sólo se quedaría con 2 mil metros para éste fin, la otra mitad la donaría para la construcción de casas en lo que hoy es la colonia San Pablo Tepetlapa.
Con su inquieta creatividad comenzó a diseñar el recinto. Buscó construir un espacio armónico y estéticamente único; así, se apoyó de Frank Lloyd Wright para poner en práctica la arquitectura orgánica. A Rivera le quedaba claro que el museo debía hacer honor a las civilizaciones antiguas, por lo que tomó de referencia las edificaciones prehispánicas y decidió emular un “Teocalli”de tres niveles.
El edificio fue construido con roca volcánica, la mayor parte proveniente del volcán Xitle, cerca del Ajusco y el interior representaría la cosmogonía del Universo. En el primer nivel se encuentra simulado un inframundo, un espacio poco iluminado con el que Diego se identificaba mucho, pues se consideraba un “Demonio Blanco”; en ese sitio está representado el descenso al xenote sagrado, simbolizando la entrada al mundo subterráneo “Xibalba”.
Cada esquina está dedicada a los cuatro elementos: Tierra, Agua, Aire y Fuego; simbolismo que se repetirá en los dos pisos superiores. A lo largo de los techos de las salas, la serpiente descarnada es un símbolo constante, elaborado con la técnica de “mosaico colado”. Las escaleras angostas asemejan a las que se encuentran en la tumba maya del rey Pakal, aquí se exhiben piezas de los teotihuacanos, mexicas, olmecas y tlaticos.
Los planos estaban completos, pero la mano del muralista no logró alcanzar el siguiente nivel, parecería una coincidencia poética que su vida terminara cuando el inframundo estaba listo para él.
En la segunda sección, que simboliza “El Mundo”, se levanta la serpiente y la Deidad Xolotl para dar la bienvenida en los mosaicos colados llenos de color; las salas son más iluminadas y las piezas originarias de Veracruz, Jalisco, Colima y Nayarit, simbolizan la fertilidad, las familias y la vida cotidiana. En la parte central se encuentra un amplio espacio, pensado originalmente para ser el estudio de Rivera. Hoy este sitio alberga bocetos de sus murales, como el controversial “El Hombre en la encrucijada” de 1933, que tendría como destino la torre Rockefeller, pero jamás vería la luz por las inconformidades políticas que representaba.
En el tercer nivel se encuentra “El Supramundo”, lugar donde habitan los dioses. En este sitio nuevamente se manifiesta el equilibrio de los cuatro elemento, y en los techos existen diversas alegorías a la serpiente, misma que continúa representando al Dios Quetzalcoatl; esto se complementa con la terraza que da vista a la cúpula que domina el “Teocalli” y se puede observar el área ecológica que rodea al edificio.
La construcción fue finalizada en 1963 y se inauguró al año siguiente, cumpliéndose así el sueño de Rivera.
Pocas son las cédulas informativas que se encuentran: Diego Rivera no quería un museo lleno de tecnicismos ni frivolidades intelectuales; deseaba que a lo largo de las 23 salas y 2 mil piezas en exhibición que componen el “Anahuacalli”, se pudiera apreciar la belleza de las creaciones ancestrales y cómo han evolucionado con el paso del tiempo.
Diego diseñó un museo único en su clase, lleno de simbolismos tanto prehispánicos como personales, por lo que se debe poner atención a lo que guarda cada rincón. Recorrer esos pasillos es conocer parte de la historia de México y de Rivera mismo.
**
Diego Rivera es uno de los muralistas más importantes que forman parte de nuestra cultura, por ello conoce sus 10 murales y su significado. Además, Rivera pintaba a su hermano muerto y otras cosas que no sabías de él.
**
Para conocer más sobre el museo, visita su página oficial:
http://www.museoanahuacalli.org.mx