Laberinto indescifrable. Selva de smog, pantano de ratas y traspatio olvidado. ¿En qué te convertiste Ciudad de México? Aún recuerdo cuando caminaba por las calles y el sol iluminaba las enormes extensiones de hierba y tierra húmeda. Hoy, una enorme serpiente sobrevuela de Norte a Sur la capital, con el único fin de sostener móviles erráticos que transportan a seres desalmados. Cuando las flores empezaron a marchitarse y el ambiente se tornó gris, me llegó a la cabeza una pregunta, ¿acaso son necesarios los segundos pisos y las otra construcciones que entorpecen nuestro nuestro hogar?
Porque hay que decirlo sin rodeos, en México se construyen vialidades, puentes y líneas extras del transporte público, con un único fin: hacer negocio. ¿Qué pasó con aquella idea de que el gobierno debe velar por el bienestar de sus ciudadanos? A mí parecer (y creo que el muchos habitantes), quienes ordenan construir tal o cual cosa, no es para que cientos de personas crucen el Viaducto o Av. Revolución de forma segura, sino para que en los contratos multimillonarios se lleven a su bolsillo un gran porcentaje de dinero.
El ejemplo más claro del ineficiente e injusto manejo del presupuesto gubernamental está en la construcción de la Línea 12 del Metro; el cual tuvo un costo aproximado de 26 mil 247 millones de pesos. En teoría, la ruta beneficiaría a cientos de miles de mexicanos, quienes tendrían un camino directo a sus casas y trabajos, pero tras unos cuantos días de uso, la mitad de la ruta fue cerrada por fallas de seguridad. ¿Qué pasó? Los materiales que usaron en la construcción eran de paupérrima calidad, lo que podría provocar un descarrilamiento del vagón.
Bueno, ¿y qué pasa si queremos obras de primera calidad? Entonces tenemos que hacer negocios limpios, acuerdos justos y alejarnos del temible halo de la corrupción. De lo contrario empresas como ICA, SAB de CV, Alstom Transport, Alstom Mexicana y Carso Infraestructura y Construcción, se llenarán sus bolsillos con un trabajo pésimamente estructurado y de calidad.
Otros ejemplos de mala planificación urbana y, muy probablemente, corrupción son los segundos pisos de la CDMX que inauguró Andrés Manuel López Obrador, quien durante su mandato mandó a construir el Distribuidor Vial San Antonio, la temible serpiente voladora de el Periférico.
El único punto a favor del acto de Andrés Manuel es que, hasta la fecha, el segundo piso se construyó con recursos del gobierno capitalino y puede ser utilizado de manera gratuita. Caso opuesto a lo que sucede con las vías que construyó Marcelo Ebrad, quien argumentó que la administración pública no contaba con los recursos necesarios y decidió optar por una inversión privada. ¿Cuál es el resultado? Tarifas ridículamente caras para recorrer unos cuantos kilómetros sin tanto tráfico.
Esperen, ¿los segundos pisos fueron la solución a los congestionamientos vehiculares de la Ciudad de México? Un estudio realizado por los investigadores Hanse y Huang, escritores del artículo científico “Road Supply and Traffic in California Urban Areas”, señala que el efecto de nuevas vialidades rápidas sobre la disminución del tránsito es de cinco años. Al cumplirse la fecha, la densidad de tráfico se sobrepasa a sí misma y ahora no hay sólo un laberinto inerte de automóviles, sino un piso extra de tráfico y lenta muerte.
En palabras de Adriana Lobo, directora ejecutiva de World Resources Institute, “la ciudad tiene cáncer y le estamos dando aspirina doble. No hay ninguna Megalópolis que a base de incrementar su capacidad vial haya logrado resolver su problema de movilidad”. ¿Por qué? Cuando se construyen segundos pisos se crea un fenómeno llamado “tráfico inducido”, la gente piensa que ya hay espacio para transitar y se empecina a viajar en auto.
Cuándo entenderán que con los 5 millones de automóviles que hay en la CDMX, ni con tres pisos de pistas sería posible descongestionar las calles. ¿Cuál es la solución? Desalentar el uso de los autos y fomentar el del transporte público, como el metro, los corredores cero emisiones y el tradicional microbús. Llegando a este punto se avecina otra gran contradicción, ¿por qué debemos usa un trasporte donde nuestra vida corre peligro? Quizá el exceso de carros es una respuesta a los problemas de inseguridad que existen en las calles.
Los problemas de la ciudad son de seguridad y accesibilidad, no de tránsito. Si queremos desahogar las calles debemos exigir que el gobierno tome medidas drásticas para mejorar la eficacia del transporte público. De esta forma, será más atractivo llegar a nuestro destino con 20 pesos, a tener que pagar 150 por unos cuantos litros de gasolina.