Despertar, trabajar, ir a casa, dormir; un círculo vicioso que el stablishment moderno nos ha impuesto como modo de vida; la opción de disfrutar el silencio, dormir y relajarnos ahora sólo es una más de las funciones biológicas que debemos atender con el único fin de que no afecten nuestro programado ritmo de existencia.
Los medios y la sociedad nos bombardean con una gran cantidad imágenes, anuncios espectaculares y sonidos estridentes que captan nuestra atención desviándola de los verdaderos regalos de la vida. Las ciudades se han convertido en grandes desiertos habitados por seres autómatas que, sólo al ser sorprendidos por la muerte, se darán cuenta que estaban vivos en un mundo que los distrajo de sus ganas de trascender.
¿En realidad vinimos al mundo sólo para formar parte del engranaje de una gigantesca máquina de consumo y producción masiva? ¿Ése podría ser el verdadero significado de estar vivos? Enfrentarnos a esta realidad tan dolorosa puede llevarnos al punto más alto de la depresión, y con justa razón; no puede ser posible casi como nuestro cuerpo, la esperanza y la libertad que se nos otorgaron al nacer, se han ido deteriorando al correr de los años.
Al parecer la libertad existe en nuestros mejores sueños, esos que nos reconfortan a la hora de dormir –si es que nuestras actividades lo permiten–. El único instante en el que nos percatamos de que nuestra alma aún está con nosotros es cuando la promesa de que nuestra estancia en este mundo va a mejorar aún nos entusiasma y nos ayuda a levantarnos cada mañana.
El artista visual Craig Becker explora y plasma este eterno pesar del hombre moderno en su serie “Scratch”, conformada por imágenes construidas a través de la yuxtaposición de texturas y recortes que reflejan el cansancio colectivo de las personas ante la presión social a la que se someten todos los días buscando el bienestar definitivo que les permita perseguir sus sueños con la certeza de que todo va a estar bien.
Los rostros que logran verse en las imágenes de Becker pertenecen en su mayoría a personas de edad avanzada cuyas miradas se pierden en el horizonte como buscando aún la posibilidad de cubrir todos los sueños y ambiciones que se plantearon a lo largo de sus vidas y que aún no han conseguido.
La ausencia de expresión embona perfectamente con las esperanzas muertas de la sociedad y con el conformismo que nos llevó a adaptarnos a algo peor que el desierto más feroz: el ritmo de vida citadino.
Muchas de estas siluetas presentan un aspecto seco y desgastado, a pesar de los colores, se puede percibir un vacío inquebrantable; no debe sorprendernos que las texturas usadas para lograr estos efectos visuales hayan sido tomadas de elementos urbanos como paredes y aceras; después de todo, las grandes ciudades no son otra cosa más que infiernos de concreto.
Ahora mismo, resulta difícil plantearse este escenario tan crudo sin sentir lástima por uno mismo y tristeza por aquellos que vienen detrás de nosotros. ¿Qué les deparará el destino? Debemos detenernos a pensar en lo que nos estamos haciendo, pues en nuestra búsqueda de comodidad nos vamos haciendo un daño irreparable, no sólo física sino espiritualmente. Es necesario un cambio de paradigmas para que volvamos a sentirnos completamente vivos y sin la carga de este mundo viciado por el consumo.
Guardar
Guardar
Guardar