Llegas a los 25 y te das cuenta de que tus padres te tuvieron a esa edad y tú ni siquiera tienes pareja. Pero no es que no quieras, al contrario, te mueres de ganas de recibir un abrazo cada mañana de ese chico con bigotes tupidos y piel morena; pero no eres más que su amiga, casi su hermana. Deseas con todo tu ser que te tome de la mano y te dedique una canción, tú le corresponderías con un poema y cientos de besos. Serías capaz de decirle “te amo” sin esperar respuesta y le dedicarías noches de insomnio imaginando un futuro juntos o planeando una cita perfecta. Desafortunadamente, tu vida es muy distinta: él no te quiere así y debes tragarte las lágrimas cuando te cuenta sobre la chica con la que sale, sientes que quieres matarla porque ella baila bien y tú no puedes mover los pies de forma sincronizada. Tus abrazos no lo reconfortan como los suyos y aun así lo escuchas con ánimo, lo saludas con gusto y le besas la mejilla con la esperanza de que, algún día, te mire como algo más que su mejor amiga. Sin embargo, muy dentro de ti, sabes que no pasará.
No tener una pareja te perjudica, lastima e incomoda, en especial cuando tus amigas comienzan a tener hijos y tú sólo eres la tía soltera y cool. Aunque te causa risa y te muestres como una mujer fuerte, por dentro mueres por tener –en un futuro próximo– un pequeño que juegue fútbol, que pida helados y al que puedas enseñar tus películas favoritas de la infancia. No obstante, miras a tu alrededor y deduces que no puedes ofrecerla nada a ese hipotético bebé, puesto que recién terminaste la escuela y no encuentras trabajo. Piensas que no estudiaste cuatro cansados años como para terminar haciendo algo ajeno a tu profesión, pero tu urgencia es tanta que consideras la posibilidad de contestar teléfonos, repartir volantes o atender la taquilla del cine para tener con qué independizarte. Aunque tus libros de derecho te recuerden que pasaste mucho tiempo sin dormir con la esperanza de tener tu propio despacho o la posibilidad de viajar por todo el país, sabes que tu realidad –por lo menos en este momento– es otra.
Esos sentimientos de frustración e incertidumbre son los que parece ilustrar la artista Shaza Wajjokh, quien a base de líneas pronunciadas y escaso color nos permite conocer la vida de una mujer perdida y masoquista. Ella llora, sufre, siente temor y dolor por todo aquello que no resulta como esperaba. Estas mujeres rotas, quebradas y cansadas –pero de pie– esperan que la vida las recompense.
Te empeñas en creer que vivir en casa de tus padres es la solución, al menos temporalmente. Además tienes que aceptarlo, vivir con tu familia tiene su lado bueno, no sólo económicamente. ¿Qué harías sin los chistes bobos de tu hermano, sin la comida de mamá o sin el abrazo cálido de papá?
Por alguna razón, conforme pasa el tiempo te quedas sin amigos. ¿Una vez que la universidad concluye se termina la amistad? Parece ser así y esa soledad te lleva a observar que todos tienen empleos soñados, que sus relaciones funcionan y que sus vidas comienzan a tomar forma. Piensas que por ello dejan de incluirte en sus planes y lentamente te vuelves un fantasma frustrado que tuitea palabras tristes y frases sin sentido que te convierten en la amargada del grupo; esa misma que nadie tolera y que poco a poco se queda sola.
Shaza Wajjokh demuestra que esto es mucho más normal de lo que parece, puesto que le sucede a ella, a ti, a mí, a mi mejor amiga, a tu vecina y a tu hermana. Todas hemos tenido pensamientos masoquistas que nos hacen sentir perdidas; las mujeres solemos llevarnos por el sentimentalismo, el cual puede tumbarnos hasta el fondo de una crisis emocional.
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Pero no te preocupes, no estás sola, ninguna lo está. El tiempo pone las cosas en su lugar y cuando menos te das cuenta entenderás cada episodio negativo y lo tomarás como una enseñanza para acercarte un poco más a la felicidad; más no a la perfección, pues pensar que ésta existe te provoca un sufrir eterno. Sé consciente de que eres significativa y valiosa sin importar a qué dediques o la edad que tengas. Sin dolor ni pensamientos masoquistas no tendríamos poemas, películas, libros ni ilustraciones como éstas para recordarnos lo fuerte que podemos llegar a ser.
Si quieres conocer más de Shaza Wajjokh, consulta su cuenta de Instagram.
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Si crees que eres la única en sufrir, te equivocas y estas ilustraciones lo demuestran. También te recomendamos leer sobre el síndrome Marilyn Monroe que podría explicarte tu sentir fatídico.
