El mayor miedo que existe al hacerse un tatuaje no es el dolor que éste genere, sino cuánto se va a ver. A pesar de que muchos podemos considerarnos fanáticos indiscutibles de este tipo de arte, no mostramos el mismo entusiasmo al decidir hacernos uno. Desde pequeños nos han dicho que llevar estas marcas es equivalente a ser una especie de delincuente o marginado al que la sociedad no toma en serio; sin embargo, vale la pena preguntarse de qué época proviene este pensamiento.
Tener tatuajes, al menos para la mayoría de quienes vivimos en el siglo XXI, se ha convertido en algo casi tan lujoso como tener un auto del año. La gran demanda y los elevados precios que cada artista pone a su trabajo han hecho que el de tatuar sea uno de los trabajos mejor cotizados. Después de todo, para ser un tatuador profesional no sólo se necesita ser propietario de un equipo de máquina, agujas y tinta; sino que para llegar hasta la piel de su primer cliente, estos artistas tienen que pasar por un largo periodo de preparación.
Sin importar cuán elaborados estén estos tatuajes, todavía hay gente —generalmente mayor a nosotros— que se niegan a aceptar lo maravilloso detrás de esta técnica; lo cierto es que el prejuicio que persigue a las personas tatuadas es incluso ajeno a quienes tienden a discriminarlas. La satanización de estos diseños es todavía más vieja que el antiguo estilo old school utilizado principalmente por los marineros norteamericanos a partir de la década de los veinte. Gracias a sus colores vivos y gruesas líneas, este tipo de tatuaje puede ser considerado como una de las primeras muestras de que el trabajo de sus elaboradores tardo o temprano sería considerado arte.
Después de tomar en cuenta toda la historia y la tradición que se esconde detrás de cada diseño, sería lógico ver en estas marcas un rasgo de nuestra historia del que deberíamos sentirnos orgullosos a nivel artístico e incluso social. Así como nuestros padres y abuelos nos enseñaron a no avergonzarnos de nuestro pasado, también deberíamos sentirnos orgullosos de poder tener un tatuaje sobre nuestra piel; pues tanto a nivel global como personal representan una parte importante de nuestra historia que no podemos dejar atrás. Es por ello que tatuarse no debería ser otra cosa sino una celebración de quienes somos y hacia adónde nos dirigimos, pues cada pinchazo con las agujas impregnadas de tinta es, sin lugar a dudas, una historia que contar.
¿Pero cuál es el mejor lugar para mostrar ese orgullo? Debemos ser sinceros y pensar que cuando estamos orgullosos de algo, no nos basta con sólo mostrarlo a los demás, sino que nos vemos en la constante necesidad de presumirlo; así que lo más prudente sería llevar nuestro tatuaje hacia una zona altamente visible, como nuestras manos. Desde los nudillos hasta las muñecas, aunque parezca una zona reducida, ésta se puede convertir en el lienzo perfecto para retratar justo lo que queremos decir cuando las palabras no son suficientes.
Ya sea como señal de orgullo hacia nuestro pasado o como una expresión muy personal, un tatuaje en las manos es justo lo que un hombre necesita para liberarse de todas las ataduras que lo llevan a pensar que lo mismo que era mal visto hace casi 100 años, pueda ser considerado, aun en nuestros días, como un pecado. Con cada marca que la aguja deje sobre su piel, un hombre podrá decir de una vez por todas que es, por fin, una persona libre del mundo.