Creí que era muy extraño, que algo pasaba conmigo o tenía alguna especie de enfermedad. Mi corazón estaba confundido, mi mente no sabía qué dirección tomar y por años guardé el secreto de lo que sentía dentro de mí. Sentía un latido fuerte cuando la miraba a ella pero sorprendentemente también lo sentía cuando lo miraba a él. Estaba nervioso, con miedo o preocupado, hasta que entendí que era completamente normal. No, no estoy enfermo, soy bisexual.
Puede sonar extraño para ti e incluso ahorita me ves contándolo tranquilamente pero sin duda hay una gran lucha detrás de aceptación y amor propio. No sabía si tenía algo extraño o incluso si podía llegar a aceptarlo. Mucho tiempo lo escondí por el miedo a ser juzgado pero es que en realidad yo tampoco entendía qué estaba pasando.
No es algo de moda o que me sucedió hace poco. Haciendo memoria, es algo que me había pasado toda la vida pero al no estar normalizado, no me había dado cuenta. Soy bisexual. A la primer persona que le conté fue a mi mejor amigo y él me apoyó incondicionalmente. No sé, me da la impresión que nuestra generación es mucho más empática con estas preferencias sexuales e identidades. Me dijo que ya lo sospechaba, según yo no se notaba pero no me costó trabajo tener su cariño y apoyo como siempre.
Me quitó un peso de encima contarlo a alguien más. Dudé mucho en compartirlo pero me estaba ahogando ese secreto. No me sentía yo, no me sentía libre, es como si algo me estuviera amarrando las manos en mi espalda. Quería mostrar en redes sociales las personas que me gustaban y no enfocarme en lo que los demás esperarían de mis gustos.
Pero había algo que me asustaba más que nada en el mundo: contárselo a mamá y papá. Sentía que los decepcionaría, como si fuera algo malo, como si rompiera su corazón. No quería hacerlo y por mucho tiempo viví una doble vida: en mi casa era heterosexual y fuera de ella bisexual. Qué difícil y complicado. Me sentía siempre en una mentira dentro de casa.
Mis amigos lo empezaban a notar, algunos me preguntaban directo y sorprendidos, algunos más se enteraban por otros, era feliz, era libre, por fin había encontrado una identidad donde me sintiera yo. Y entonces sucedió lo inevitable, mis papás se enteraron antes de que yo estuviera listo para contarles.
Y entonces caí. Les vino como balde de agua fría, no estaban listos tampoco. Me juzgaron, me castigaron e incluso quisieron llevarme a terapia porque creían que estaba confundido. Todo lo contrario, por primera vez en mi vida sentía que mis dudas se habían aclarado. Caí en depresión por el desprecio de mis padres y estuve a punto de ponerle punto final a todo. Entonces lo conocí. Él abrió mis ojos, con sus brazos sostuvo mi caída y me hizo darme cuenta que no, no era moda o que estuviera confundido. Realmente me sentía bien, me gustaba y aprendí de su mano que no estaba mal.
Empecé a dar pequeños pasos agarrándome siempre de su fuerza y poder. Como un roble, como una columna que guiaba mi vida. Él ya había pasado por este proceso y sanó. Hoy es el hombre más feliz con su preferencia sexual admitida. Yo estoy en ese proceso y me doy cuenta de lo difícil que ha sido el camino y que no soy el único ni último. ¿Cuántas personas pueden sentirse así? Lastimados, confundidos porque no los aceptan tal como son y hasta violentados.
Seamos más empáticos porque aunque mi camino aún no termina, llevo ya algunos pasos dados que no pienso retroceder, pero sí, han dolido bastante. Así supe que era bisexual, así lo di a conocer a mis amigos y así se enteraron mis padres. No es fácil, de hecho todo lo contrario. No es moda, no estamos mal, nuestro corazón no se limita a un género, sino ama la esencia y lo bien que la otra persona le hace a nuestras vidas. Sí, así como él, que llegó a la mía a guiarme y sostener mi camino.