Era la primera vez que lo veía con alguien después de que nos separamos años atrás. No había cambiado nada, seguía teniendo el mismo estilo, olía igual, aún apretaba los labios cuando no sabía qué decir y caminaba con los puños cerrados. Usaba una playera azul que le iba bien, pantalones oscuros y tenis, lo combinaba una sonrisa deslumbrante, unos ojos brillantes y, de su mano, la mano de alguien más: del amor de su vida.
Ambos estaban sentados frente a mí; ella lo tomaba de la pierna y él del rostro, mismo que recorría con pequeños besos que uno a uno me quebraban el corazón. Fue una imagen nueva, un dolor diferente al resto, un derrumbe de la calma, un fusión entre la tristeza y el enojo. Sin embargo, jamás me atrevería a interrumpir su felicidad, jamás alejaría al amor de mi vida del amor de su vida.
Él la abrazaba y parecía que le daba el mundo entero, ella mostraba no necesitar nada más: él mucho menos. Se agarraban de las manos y él hablaba y hablaba, mientras ella escuchaba y escuchaba… con atención, con gozo, con ternura e incluso con nervios. La sonrojaba, él se imponía. Se quieren, lo veo en sus ojos, lo sé, lo siento porque en algún momento así me miró a mí. La procuraba, estaba atento de que no le faltara nada, de que estuviera cómoda y si eso implicaba hacerme los más grandes de los desplantes, lo hacía. Ni siquiera me miró, estando enfrente, estando a centímetros de distancia y compartiendo mesa, ni siquiera me miró.
Estaban felices; ella disfrutaba que él la amara tanto frente a mí y él disfrutaba amarla tanto después de mí. Porque, al fin, consiguió lo que siempre soñó: al amor de su vida. Siempre fue entregado, especial, luminoso, vibrante, potente y fuerte; siempre fue noble, cálido y estable. Siempre logró llamar la atención del mundo, es fácil que te enamores de él, lo miras y no sales a salvo de sus ojos negros como la noche, de sus labios suaves como la seda, de sus manos tiernas como el cielo.
Aunque mi amor por él no desvaneció, sí lo hicieron las imágenes de un futuro juntos; el deseo de que el destino se encargaría de unirnos de nuevo, de que cruzáramos caminos en algún momento de la vida. Con el estómago revuelto, aparentaba que todo estaba bien; sonreía como si lo que mis ojos veían no quebraba mi corazón, como si lo que percibía mi alma no estuviese consumiendo mi cuerpo. Como si el amor de mi vida no estuviera con el amor de su vida.
Jamás intervendría en su felicidad porque amo que sea feliz aunque no sea a mi lado, no siempre la persona que es el amor de tu vida se encuentra junto a ti, a veces sólo puedes mirarlo de lejos, mirarlo ser feliz. Y éste es el amor que me tocó vivir y, siendo sinceros, está bien. Yo sólo puedo mirarlo y mirarlo sonreír, amar, soñar, viviendo. Amo ver cómo el amor de mi vida está con el amor de la suya.
Y aunque mi corazón se rompa en mil pedazos, disfruto de que exista; de que haya coincido con él en esta vida, en el ahora, en este mundo, en esta época. Existe y ahí está aunque esté lejos. Existe y está siendo el amor de mi vida. Existe y ahí está: siendo feliz con el amor de su vida. Pero existe.
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