Texto escrito por: Natalia Sánchez
Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en México solamente 1.5 de cada 10 puestos de alta dirección son ocupados por mujeres y ganan aproximadamente 17% menos que los hombres.
Anteriormente, se creía que este problema era natural, debido a que por mucho tiempo una gran parte de la población femenina no iba a la universidad; se creía que en la medida en que más mujeres recibieran educación superior y se incorporaran al mercado de trabajo, irían también ocupando puestos directivos en las industrias del país. Sin embargo, el tiempo pasa y las cifras no muestran las mejoras que se esperaban, la pregunta que hay que responder es: ¿Cómo se puede cerrar la brecha de género existente en los puestos directivos de las industrias mexicanas?
No hay duda de que la participación femenina ha aumentado en la industria del país, en el 2014, 35 de las 347 empresas que son parte de la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción cuentan con jefatura femenina y el hecho de aplaudir este porcentaje es alarmante; es apenas un 10% del total, cuando las mujeres conforman aproximadamente la mitad de la población económicamente activa del país. Aunque es un avance relativamente significativo, tomando en cuenta que en algún momento ese número era cero, el ritmo con el que ha crecido hasta el momento es muy lento, alcanzar una igualdad de género a este paso llevaría, al menos, setenta años más.
Las razones por las que las mujeres no llegan a los puestos directivos de las empresas son, esencialmente, dos: las empresas, al tener en consideración a una mujer y a un hombre con la misma educación y la misma experiencia, escogen al hombre; y muchas mujeres ni siquiera aplican para los puestos directivos, pues suponen que son puestos no disponibles para ellas.
La política de cuota de género es una regla que exige que cierto porcentaje mínimo del total de empleados sean del género femenino, quienes no cumplan con esta regla podrían ser sancionados con multas, con fin de que las empresas tengan un incentivo fuerte para cumplirla. Esta política de género fue anteriormente aplicada en el Congreso de la Unión y logró que el porcentaje de legisladoras subiera de un 27% en 2006 a un 38% en el 2012.
Gracias a este aumento de participación femenina en la cámara de legisladores, se logró mejorar la representación de las mujeres en la toma de decisiones del país; dado este ejemplo de éxito, se puede seguir el mismo proceso en otros ámbitos distintos a la política. En el ámbito de la industria, al exigir un mínimo de participación femenina en los puestos directivos, la brecha de género sería reducida significativamente porque, después de todo, las empresas no tendrían otra opción. Quienes rechazan la idea de establecer cuotas de género argumentan que posicionar a mujeres en puestos directivos por el simple hecho de ser mujeres y no por talento afectaría el desempeño del puesto y, como consecuencia, la productividad de la empresa.
La verdadera solución, según algunos opositores, es que se mejoren las condiciones para crear talento femenino, es decir, mejorar el acceso a la educación para las mujeres; pero en México se ha logrado una paridad educativa, es decir, el número de mujeres que cuentan con educación superior es aproximadamente igual al de hombres. Lo que indica que la brecha de género actual no es producto de una desigualdad de talento o preparación, sino el simple hecho de que las mujeres no alcanzan los puestos, a pesar de estar preparadas, y se está desaprovechando una gran parte de la fuerza laboral de la economía mexicana.
Según el Foro Mundial Económico, existe una relación directa entre el Producto Interno Bruto y la igualdad de género de un país; una economía donde existe paridad en la participación, aumenta el desarrollo y la competitividad, además de potencializar el capital humano, razones que vuelven a la paridad de género algo por lo que luchar, no sólo por fines éticos sino económicos.
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