Dicen que el verdadero amor puede perdonarlo todo, sin embargo, qué es lo que incluye ese ‘todo’ y qué tanto puede lastimarte. Dejar a la persona que amas es complicado; es como si sintieras que te quitan una extremidad de tu cuerpo, un brazo o una pierna que, de repente, ya no estará. Se habrá ido. Duele muchísimo, te quema el alma, te rompe el corazón en mil pedazos y cada pedazo se consume; te hierve la sangre y te debilita al punto de dejarte frágil, como si tus piernas –o tu corazón– hubieran corrido un maratón de cientos de kilómetros. Y lo hizo. Entonces vuelves al punto de partida, cuando todo era de los tonos del arcoíris, cuando esa carrera estaba a punto de comenzar y lo único que había era nervios, pero también mucha emoción. Después avanzas, el recuerdo te lleva a mitad de la carrera, notas que ya te sentías un poco agotada entonces, que no ha sido nada fácil pero, sobre todo, que te ha dolido. Te has dado cuenta de que el recorrido te ha lastimado mucho desde antes de llegar al final, te ha debilitado, te ha ido quebrando de poco en poco; te ha roto las piernas –o tu corazón– sin antes llegar a la recta final.
Seguías corriendo, y corriendo, y corriendo dejando pasar el dolor, haciendo a un lado la falta de respiración, la hiperventilación, la taquicardia, las ganas de renunciar. Lo hacías porque justificabas ese dolor como algo normal, algo parte de la competencia; el dolor como si fuera parte de un recorrido que ni siquiera tenía un trofeo o una recompensa. No querías renunciar porque amabas correr, no querías renunciar porque no querías quedar como una cobarde, y aun después de los esguinces y el sudor nublándote la vista, seguías corriendo.
No lo mereces. Nadie lo merece. Es difícil renunciar, es una decisión complicada. Pero es hora de que dejes de justificar las palabras que te dice y que te lastiman, es hora de que dejes de normalizar esa hostilidad con un “es parte de su personalidad”. Deja de justificar su violencia y agresiones con la razón del amor, créeme, no lo es, ni siquiera te atrevas a involucrarlo porque no, eso no es amor.
Deja de ignorar su falta de reconocimiento hacia a ti; deja de hacerte de la vista gorda de que esta carrera te está destrozando las rodillas, los tobillos y las piernas enteras. Está debilitando cada músculo, cada tendón y cada hueso. Cada una de sus palabras te están quebrando el alma, están despedazando tu corazón y no, no está bien. No tapes el sol con un dedo, es imposible. No finjas que no te duele, no aguantes tus ganas de llorar cada vez que esa persona hace algo que te tira. No hay justificación.
No cargues con su culpa, no te responsabilices de lo que sabemos que hace, no justifiques las navajas que lanza con su boca y las balas con sus acciones; no lo justifiques más porque no mereces estar con una persona que te rompió el corazón.
Vas llorar y vas gritar de dolor, pero la salida, al ver la luz, te hará saber que valió la pena. Sanarás tu corazón en un recorrido más lento, expulsarás ese dolor y, aun mejor, no permitirás que una carrera te haga lo mismo porque sabrás proteger tus rodillas. Si te lastima, ningún dolor puede dejarse pasar como si no fuese importante; si te quema, si te hiere, no tiene por qué quedar en el olvido.
Pero antes, debes aprender a amarte, a preocuparte por ti antes que por esa persona. Reconocerte, enfocarte y preocuparte por ti. Así lograrás ya no justificar sus humillaciones, su daño, su veneno, esa superioridad que cree tener sobre ti. Así dejarás de justificar su egocentrismo, su agresividad, sus mentiras, porque no, no es amor. En el amor no se hiere, no se humilla, no se compite. Y no, tampoco es porque el amor que “se tienen” es más grande y puede contra todo; el único amor que podrá detenlo, será el que te tengas tú misma. Es la única forma en la que dejarás de justificar a quien te hizo daño porque no mereces a alguien que te haya roto el corazón.
VER MÁS:
No me arrepiento de todo lo que te di, solamente del tiempo perdí.
Nunca me tocaste, pero tus palabras me lastimaban como si lo hubieras hecho.
Extrañar a alguien que no piensa en ti rompe el corazón mil veces más que una ruptura.