Alejandra era una chica segura de si misma, aunque muy reservada. Sus relaciones personales habían fracasado porque jamas había sentido completa seguridad de haber encontrado al indicado, pero tampoco temía a la soledad; tenía pocos amigos pero todos ellos incondicionales. Por otro lado gozaba de gran éxito profesional, el cual absorbía mucho de su tiempo y los fines de semana optaba por visitar a su familia en lugar de salir de fiesta.
Ramón era un ejecutivo exitoso fastidiado de la rutina, que deseaba sentirse libre y crear una empresa propia. Tenía una familia bastante numerosa y aunque estaban constantemente en contacto, no se frecuentaban tanto, y él lamentaba verse obligado a dejar de lado su vida personal por las exigencias de su trabajo. Había tenido aproximadamente 10 parejas; la última, con quien estuvo comprometido, murió de leucemia. Y él buscando evadir su dolor, comenzó a trabajar cada vez más, lo cual explicaba su situación actual. Los fines de semana se reunía con sus amigos de la universidad para tomar un par de tragos, y hablar una y otra vez de aquellos “buenos tiempos”. Finalmente, Ramón decidió renunciar; tenía algunos ahorros y decidió tomar un tiempo para viajar por Sudamérica.
A su regreso se mudó de barrio, buscó departamentos en lugares céntricos, tranquilos y cercanos a museos; había olvidado su gran afición por el arte, que también era un buen pasatiempo para olvidarse por un rato de sus exhaustivos planes para crear su propia empresa, lo cual iba viento en popa.
No pasaron muchos días después de la mudanza para que conociera a Claudia, una artista plástica algo extravagante. Luego de volverse amigos, pasaban mucho tiempo juntos, iban a conciertos, museos y demás eventos culturales , los dos detestaban el arte moderno y la música contemporánea. Ramón le contó la trágica historia con su prometida y Claudia le contó que era gay -lo cual de alguna forma tranquilizó a Ramón, pues no sabía si ella esperaba algo más allá de una amistad.
Claudia le contó a Ramón acerca de una amiga que tenía en alta estima, ya que la conocía desde hacia casi 20 años y con una sonrisa dijo: -Al igual que tú es una soltera incasable.
Ramón de inmediato se negó a conocerla, dijo no estar preparado para salir con alguien románticamente; por otro lado externó el desagrado que le causaban las citas a ciegas, debido a malas experiencias en el pasado.
Alejandra tomaba el desayuno mientras revisaba el correo, era algo que siempre le causaba tedio, entre las noticias del periódico y recordar las cuentas por pagar, la hacían sentirse como una adulta aburrida, pero para su sorpresa había recibido una carta desde Nueva York de su querida amiga Claudia, contándole que su última exposición había sido todo un éxito y le pidieron llevarla a un par de ciudades más. También hablaba de su nuevo amigo, un agradable, aunque introvertido, hombre que le gustaría presentarle; preparar una cena en casa e invitar a un par de amigos más para amenizar la noche.
Alejandra se quedó un momento inmóvil y no supo qué pensar al respecto, ella creía que el amor no se buscaba; para ella el amor era una hermosa casualidad que como llegaba podía irse.
Ramón siguió con sus paseos y rutinas como si nada; hasta que un día, al entrar a un cine, miró a una chica que lo deslumbró, no sólo por su belleza física, sino también por la sonrisa que iluminaba su rostro, inmediatamente se dijo: “es ella”. No se atrevió a abordarla, pero esa misma noche se dio cuenta que no paraba de pensar en aquella chica misteriosa y lo atormentaba un poco no saber si volvería a encontrarla.
Por su parte, algunas semanas después, Alejandra asistió a un festival de jazz, donde observó durante un largo rato a un hombre que parecía perdido en la música, sin notar a nadie. Sintió su corazón palpitar apresuradamente; evitó el impulso de acercarse a él, aunque para el final del día concluyó por aceptar que fue un error, en esta ocasión, no seguir sus instintos.
Un jueves de octubre ambos recibieron una llamada de teléfono, para nada grata; se trataba de la muerte de Claudia, amiga de ambos. Su funeral se llevó a cabo la tarde del viernes. Y ambos afectados y sorprendidos por la noticia, al encontrarse de frente no lo podían creer, sin pensarlo demasiado se abrazaron con fuerza y lloraron. Después de unos minutos recuperaron la compostura y al caer en un silencio incómodo se miraron a los ojos. Ramón dijo con la voz entrecortada:
-Ya imagino que eras tú la amiga de la que tanto me hablaba Claudia, ella deseaba que nos conociéramos y de una manera desafortunada me encuentro frente a ti, aunque no es la primera vez que te he visto.
-A mí también me habló de algún amigo y de una reunión que había planeado, me alegro de conocerte, mas lamento que sea de esta forma tan dolorosa.
Tiempo después, luego de infinidad de citas, salidas y conversaciones profundas, iniciaron una relación llena de respeto y amor. La estabilidad reinaba y pese a que eran personas muy diferentes, tenían gustos y aficiones en común; además de un amor inquebrantable que los hizo decidir compartir el resto de su vida juntos. Su boda fue muy íntima, frente al mar, sólo con su familia cercana y contados amigos.
Todo era miel sobre hojuelas, el enamoramiento seguía presente, al igual que la pasión e intimidad; pero esta última al ser tan intensa, trajo consigo disputas y discusiones sin sentido. Momentos tensos y días en los que ambos evitaban el contacto, o incluso mirarse a los ojos. Ambos se preguntaban si el amor había llegado a su fin; el punto de quiebre fue discutir por una simple piña y la mesa de centro de la sala de estar.
Se sentaron entonces a la mesa y al unísono dijeron: “¿qué nos esta pasando?”. No existía una respuesta clara; ninguno de los dos creía en las terapias de pareja, por lo cual ésta de inmediato fue descartada. Sabían que su matrimonio atravesaba una crisis pero eran conscientes que los lazos espirituales y el amor que sentían era más fuerte que cualquier malentendido o disputa.
Decidieron hacer un contrato, con sus propias reglas y aceptaron por fin que ninguna relación es perfecta, que siempre habrán altas y bajas, pero que la comunicación y el respeto son piezas clave para evitar que se deteriore el amor.
Existe un texto, conocido como El contrato para el amor, de Jorge Bucay, psiquiatra y escritor argentino, el cual está basado en la comprensión mutua y dejar atrás la idea de poseer a tu pareja como un objeto, pues la individualidad nunca se esfuma. Se aconseja renovar el contrato cada año o cada 6 meses, según se requiera, pues cada pareja es distinta y por lo tanto tiene diferentes necesidades. Por eso no debe seguirse al pie de la letra, las modificaciones pueden ser al gusto de la pareja en cuestión. A continuación encontrarás el contrato original:
a) La relación sexual es excluyente.
b) Podría haber otras relaciones pero sin compromiso afectivo.
c) Cada uno decide libremente sobre sus relaciones extramaritales.
En b) y en c) habría que acordar si estas otras experiencias deben contarse o deben ocultarse.
Cualquiera sea la opción, derechos y obligaciones serán idénticas para los dos.
El contrato para el amor de Jorge Bucay, con sus respectivas modificaciones, ayudó a Alejandra y Ramón a reiniciar su relación de pareja como un matrimonio mucho más equilibrado, en el que en lugar de dejar que los conflictos menores se convirtieran en problemas enormes; y en el que ahora sí, la comunicación era la base del amor de los dos.
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