Haz el siguiente ejercicio: imagínate frente al espejo con la mirada fija y la mente decidida, repasando el discurso con el que estás segura ganarás una discusión que ha atormentado tu relación los últimos meses. Tienes los argumentos perfectos archivados por orden alfabético en tu cabeza, las expresiones correctas penden en la punta de tu lengua y creaste un banco secreto de respuestas “por sí las dudas”. Terminas de ordenar tus ideas y sales de casa para tomar el auto con dirección a la casa de tu novio.
Tocas el timbre, él te abre y tú pasas sin decir una sola palabra. No es necesario aclarar cuáles son los objetivos de tu visita, ambos suben las escaleras y cierran la puerta de su cuarto para comenzar el debate. Tú comienzas de manera fluida, casi memorizada, a arrojar todas los puntos por los que aseguras tener la razón. Él te escucha y justo cuando crees haber ganado de manera invicta, su boca se contrapone a todo lo que acabas de decir. Intentas interrumpirlo con alguna respuesta de emergencia, pero es tarde y él, nuevamente, termina ganando la discusión.
Avergonzada y frustrada te rindes; después de una despedida incómoda decides bajar las escaleras para salir de ahí. Mientras eso sucede, con cada paso que das tu cerebro formula un argumento sólido y verídico con el que es obvio habrías podido ganar. Justo cuando estás frente a la puerta de la entrada tienes las palabras exactas para dejarlo callado y llevarte todos los puntos, pero ya es muy tarde. –¿Por qué no se me ocurrió antes?, ¿cómo pude olvidar esa parte?, ¿en qué momento dejé que él se comiera mis argumentos?
Fracasar en el intento debido a que la réplica nos llega a la cabeza demasiado tarde, no es cuestión de inteligencia ni mala suerte. La razón por la que es tan complicado ganar una discusión se le conoce como “el espíritu de la escalera”. Este fenómeno es más común de lo que crees y su origen viene de una expresión francesa “l’esprit de l’escalier”, con la que se reconocían los momentos en los que ya era demasiado tarde responder, aún con el argumento exacto.
Recordar algo que teníamos que haber dicho demasiado tarde, tiene que ver con una jugarreta que nuestra propia memoria nos hace. El filósofo Denis Diderot (1713-1784) también hizo alusión al termino en su obra “La paradoja del comediante”. En este título Diderot explicó cómo es que arriba del estado un orador es incapaz de recordar esa argumentación ingeniosa que tanto había preparado, pero justo bajando las escaleras del escenario ésta reaparece con lucidez en su mente.
Las situaciones en las que nos enreda “el espíritu de la escalera” van desde una discusión con la pareja, en la cual no podemos recordar las razones por las que estamos en lo correcto; hasta el momento en el que al salir de un examen notamos que contestamos incorrectamente y que de hecho, conocemos la respuesta correcta. ¿Por qué pasa esto? Según el enciclopedista Diderot esta incapacidad de ganar una discusión se debe a que el humano es un ser sensible, por lo tanto fácil de confundir cuando se encuentra frente a su contrincante.
Con exactitud, “el espíritu de la escalera” se relaciona con el modo de pensamiento difuso, el cual se encuentra justo en la superficie de nuestra consciencia. Por lo tanto, cuando queremos utilizar nuestros argumentos, al no haberlos interiorizado de manera profunda en nuestra psique, estos se pierden en cualquier parte de nuestra mente.
Al parecer la única manera de ganar una discusión es no sólo memorizando nuestros argumentos, sino estudiándolos a fondo hasta que se vuelvan parte de un conocimiento o una experiencia imposible de olvidar. Por otro lado, debemos aprender a no entrar en pánico cuando necesitemos replicar las palabras exactas, ya que la confusión puede hacernos decir todo lo contrario a lo que deseamos o pensamos.
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Fuentes:
Muy Interesante