Por un momento creí que no podría encontrar a ese hombre con el que soñaba; después de estar con chicos que sólo rompían mi corazón, pensé que nunca llegaría aquel que no me mintiera, una que de verdad se enamorara de mí y me aceptara así, sin máscaras, así, como soy. Pensé que no encontraría al hombre que, con un abrazo, pudiera enlazarme toda, toda y completa. Pero lo encontré, o él a mí; nos encontramos. Gracias al hombre que llegó a mi vida y por ayudarme a volver a creer.
Fue tanto el tiempo que desconfié de ellos, que les perdí la fe, que caí en esa absurda idea de que “todos son iguales”, que pensé que al acercarme a cualquiera volvería a mentirme, a lastimarme, a hacerme creer que yo no merecía un amor bonito. Hasta que llegó él… hasta que llegaste tú. Cuando menos te esperé, cuando menos te deseaba, cuando menos te soñé y te imaginé: el momento perfecto para tu llegada.
A partir de ese momento mis relaciones pasadas ya no tenían importancia, el dolor había desaparecido y, con él, la desconfianza porque, desde el primer instante, me convenciste de que contigo no viviría lo mismo, que contigo iba a ser amada, protegida y valorada. Me diste tiempo, me diste mi espacio para sanar –primero– por mi cuenta, después, contigo; me tuviste paciencia y me abrazaste tan fuerte en esas noches de ansiedad que todas las piezas de mi alma volvieron a unirse. Viste todo lo que me caracteriza y no te fuiste, al contrario, amaste cada parte de mí y lo sigues haciendo; reconociste mi fortaleza, mi libertad, mi pasión y mi entrega, así como mis miedos, mis llantos y mi mal humor… y te quedaste, me valoraste y me deseaste… y lo sigues haciendo.
Hoy seguimos, con amor, con respeto, con libertar, con paciencia y compresión. Y no hay nada mejor que eso. Me enseñaste ese lado rosa del amor del que todos hablan que, aunque a veces se torne de colores porque sabemos que las relaciones no son perfectas, para mí, la nuestra lo es. Porque me escuchas y te escucho; me hablas y te hablo, me abrazas y te abrazo, pero no nos lastimamos; no me haces creer que no valgo la pena, al contrario, me convences de que la valgo y me convences de que lo nuestro se merece esta oportunidad.
No eres perfecto, yo lo sé, pero tampoco “eres como todos”. Me ayudaste a llegar más rápido a esa luz del túnel que pensaba lejana; me ayudaste a recoger las piezas que pensaba perdidas y que no había visto cuando me puse a reparar mi corazón; no, no llegaste a levantarme ni a sanarme porque eso lo había hecho yo antes, pero sí llegaste a ayudarme, a apoyarme y complementarme y, eso, no está de más para nadie. Menos para una mujer que estaba tan rota como yo.
Gracias por llegar, quedarte y permanecer. Gracias por el empeño con el que te comprometiste para sacar lo nuestro adelante. Gracias por ayudarme a afinar los detalles que me faltaban para sentirme mejor, gracias por el apoyo y las palabras de aliento; la libertad y el amor. Gracias por enseñarme que el mundo no es de aquellos que se creen príncipes azules, sino de los que no pretenden serlo pero se esfuerzan. Gracias por convencerme de que no “todos son iguales”.
VER MÁS:
Por qué es mejor estar sola hasta encontrar a alguien que te enloquezca.
Hay personas que nacieron para amarse pero no para terminar juntas.
Cómo fue el día que empezó a gustarme alguien que no eras tú.