«Si comparo ese resultado con el modo en que tú estás arruinando tu salud […], a veces me parece que, en lugar de vivir juntos, sólo nos acostaremos contentos y satisfechos el uno junto al otro para morir. Pero lo que quiera que suceda sucederá cerca de ti».
—Franz Kafka
Franz Kafka, quien para muchos es sinónimo de tristeza y fatalismo, demostró que el amor fatídico es en realidad el más grande y profundo. Por lo menos eso manifiesta en cada una de las cartas que el autor de La Metamorfosis le escribió a Milena Jesenská.
La historia está llena de relaciones como la de Kafka: accidentales, imperfectas y destructivas. No obstante, hubo una en especial que aún causa envidia: la de William S. Burroughs y Joan Vollmer, misma que nos demostró que la complicidad y el amor crecen en medio de la destrucción entre dos personas.
Una relación que comienza con un «Bienvenido a tu destino» advierte desde un principio el vendaval de situaciones —buenas y malas, pero siempre extremas— que envolverán a una pareja. Entre el nubarrón de drogas, poesía y la pasión entre Burroughs y Vollmer durante 1950, nació uno de los juegos más tiernos y particularmente extraños en la historia de la literatura beat.
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William y Joan se sentaban a espaldas en las esquinas opuestas de una habitación. Cada uno llevaba un cuadro de papel y un lápiz o bolígrafo consigo.
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En los papeles se dibujaba un cuadro dividido en nueve partes exactamente iguales. El silencio de la habitación sólo podía ser roto por el sonido del grafito o la tinta deslizándose sobre la hoja.
Cada uno de los nueve espacios era llenado con una imagen, la complejidad de la misma no importaba mucho en realidad.
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Al final comparaban sus ilustraciones para ver qué tan parecidas eran entre sí.
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Más que amoroso éste podría parecer un juego sumamente infantil, pero para el escritor Lucien Carr –quien fue el primero en presenciarlo– esta actividad reveló la profunda complicidad que unía a William y Joan. Más de la mitad de las imágenes eran prácticamente las mismas; lo cual les hacía pensar que aquel destino al que se habían dado la bienvenida era el mismo que los mantendría conectados toda la vida.
Si alguien quisiera intentar este juego, aún cuando las imágenes no sean totalmente iguales, deben recordar que lo importante es que sus ideas sean similares. Es decir, que sus pensamientos parezcan funcionar como un engranaje que, de no ser por el otro, no podría funcionar con efectividad.
Tanto las mentes como las almas, cuando en realidad son gemelas, comparten no sólo un destino, sino también los ideales que conducirán a ambos a la felicidad.
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BIBLIOGRAFÍA
García- Robles, Jorge. Burroughs y Kerouac: dos forasteros perdidos en México. Debolsillo, México. 2007