“Yo quiero que tú sufras lo que sufro:
aprenderé a rezar para lograrlo”.
-José María Fonollosa
Amar a morir, enamorarte y perder la cabeza ¿cuántas veces no hemos escuchado estas frases y pensamos en un amor romántico? En efecto, hablar de síntomas de enamoramiento que se pueden parecer a algo oscuro como la muerte o enfermedad, puede sonarnos extraño, pero es una realidad frecuente de la que no estamos exentos. Estar limerente es atravesar por un enamoramiento que se convierte cuando menos te das cuenta en una obsesión enfermiza.
Una enfermedad se nos presenta como una situación que pareciera involuntaria, va más allá de nuestra voluntad y nos remite a una situación dañina. ¿Cómo es posible hablar de amor y daño, de un sentimiento bello y enfermo al mismo tiempo? Como una enfermedad que se genera de forma brusca e involuntaria, el enamoramiento puede llegar a límites que rebasan actitudes sanas y comienzan a convertirse en una especie de adicción, con síntomas destructivos.
En efecto, hay formas destructivas de querer y en ocasiones los límites entre el amor y la obsesión se confunden en situaciones muy parecidas a la enfermedad, que se pueden generarse de forma sutil e involuntaria. No podemos negar que estamos siempre a expensas de una tensión, entre los deseos de ejercer nuestra voluntad sobre los demás y, por otro lado, a la defensiva para evitar salir lastimados. La limerencia refiere en psicología a un estado calificado como un desorden obsesivo-compulsivo.
Si no entendemos que se trata de amar procurando cuidar ser y dejar ser al otro, la relación con la otra persona puede convertirse en una forma insoportable de relacionarnos. Es triste que nuestra relación pueda convertirse en una situación dañina hacia nosotros mismos y hacia quien en inicio comenzamos amando. Los límites que se imponen a la otra persona por miedo a perderla, llegan a ser verdaderos candados y jaulas que impiden la autonomía y libertad de cada uno de los miembros de la relación.
Ser y dejar ser al otro, amar en libertad… aspiraciones hermosas pero difíciles de conseguir en una sociedad en la que tendemos a relacionarnos a partir del “esto es mío”. Las nociones sobre propiedad acerca de las cosas se han trasladado hacia las personas; del “mi coche” hemos pasado a “mi novia” y en efecto, celamos las palabras, el cuerpo y hasta la mirada que nuestra pareja pueda tener hacia otras personas.
Entender al otro libre, como lo conocimos y como es la esencia humana, es una aspiración que debemos construir. No es un imposible, tampoco es tarea fácil, pero en cualquier relación lo más importante a tener presente es la salud mental, emocional y espiritual del otro y de nosotros mismos.
Te dejamos aquí algunas pistas para que identifiques si te estás acercando a esta enfermedad.
Pensamientos invasivos e incontrolables hacia él o ella
Comienzas a pensar en esa persona de forma cariñosa, pero los pensamientos se convierten en una obsesión; literalmente no puedes dejar de pensar en la persona y te torturas pensando en si te engaña o cosas que ni siquiera tienes idea de si pasarán.
Miedo al rechazo o al abandono
No sólo piensas en que tienes que darle gusto para que no te abandone, tu miedo a ello comienza a generar celos enfermizos, así como desesperación e ideas de suicidio en caso de que esa persona no siga en tu vida.
Idealización y magnificación de la otra persona
Reconocer las virtudes de la otra persona no es algo negativo; sin embargo, que esas buenas cualidades sean un peso sobre tu autoestima o bien que los detalles negativos se magnifiquen puede causarte un daño. Cuando las virtudes de la otra persona son sobredimensionadas, puedes sentirte menos que él o ella y abrumado por eso; también el sobrevalorar lo negativo puede conducir a actitudes hasta perversas con afán de hacer sentir mal al otro y disfrutarlo.
Fantasías proyectadas sobre el otro
Súbitamente te encuentras viajando en Japón con el “amor de tu vida” o teniendo hijos y familia; pero resulta que eso está sólo en tu imaginación. Hacer planes con el otro no está mal, pero las fantasías son proyecciones que resultan absurdas y frustrantes porque no se ligan al presente ni se construyen en consenso con el otro.
Aumento de una euforia que lleve a hacer cosas absurdas
La euforia se da como un estado de exaltación y júbilo, por supuesto que esto no está mal, es normal que te dé gusto estar con esa persona; el problema reside en que tu excitación puede llevarte a actos desmedidos para bien o para mal, como gastos excesivos o bien, cuando te des cuenta tu súbita alegría desenfrenada puede irse al suelo y más abajo si él o ella hacen algo que te desilusione. Esto puede generar cambios súbitos de ánimo que te hagan daño emocionalmente.
Obsesionarte con pensar todo el tiempo a la otra persona
Pensar a la otra persona y tomarla en cuenta en tu vida, es una cuestión distinta a pensar obsesivamente en esa persona en todo momento y actividad o reproducir los recuerdos de lo que han vivido. Ello no te permitirá estar tranquilo, puede incluso desatar problemas de ansiedad, que te hagan sentir vulnerable para hacer tus actividades solo y dejar de disfrutar los ratos de tu vida en que estás sin esa persona.
Aprende a distinguir entre la limerencia y el enamoramiento
Entrar en un estado de limerencia puede ser algo sutil y casi imperceptible, que no sólo implica atravesar por un estado emocional, sino una percepción de cómo ocurren las cosas. Decía Ortega y Gasset que: “El enamoramiento es un estado de miseria mental en que la vida de nuestra conciencia se estrecha, empobrece y paraliza”. Quizá se refería a este estado en que pareciera que actuamos en estado de inconsciencia y nos dejamos llevar por el impulso.
¿Qué sería la vida sin ese pequeño espacio de locura y liberación que es el enamoramiento? Pese a ello, es importante estar alerta cuando este disfrute comienza a transformarse en un sentimiento dañino, que nos puede conducir a la desesperación, la obsesión, la depresión e incluso la violencia hacia el otro y hacia nosotros mismos.
Para saber si una relación es sana, importa que te des cuenta si hay reciprocidad, ser correspondido es el primer signo de que puedes construir en libertad, respeto y con compromiso. Una relación en la que el enamoramiento no se convierta en tortura o miedo, sino en el pleno disfrute de un vínculo donde naturalmente nazca el cariño y el amor.
*
Te puede interesar:
Cómo saber cuando el amor se ha vuelto obsesión
Las emociones que disminuyen tu inteligencia