Aún no es fácil ser gay, aún la sociedad sigue siendo cruel y dura con las diferentes preferencias sexuales, aún es muy complicado armarse de valor y demostrar quién eres en verdad. Da miedo, da pavor y te llena de incertidumbre cómo reaccionarán tu familia y amigos. Lo hice, me atreví y hoy puedo decir con orgullo quién soy. Sentí que jamás lograría algo por mis preferencias pero ¿saben qué? amo voltear hacia atrás y ver todo el camino recorrido.
No es fácil. Miles de niños y adolescentes pasan por este proceso lleno de altibajos. Yo lo pasé. No me sentía cómodo como me veía – o quería ver – la sociedad. Mamá siempre me compró balones pero yo prefería ir a nadar. Papá siempre quiso vestirme con camisetas de equipos y yo prefería el cuello tipo polo y colores brillantes. Mis amigos comenzaban a tener novias, no yo quería. Y no pensé que estuviera mal y hasta ese momento no sabía que podría ser homosexual, simplemente no llamaba mi atención tomar la mano de una niña y besar sus labios.
A medida que fui creciendo empecé a darme cuenta que en realidad lo que yo veía era a los hombres, a esos seres iguales a mí. ¿Tenía alguna enfermedad? ¿estaba mal? ¿podría cambiarlo? tenía muchas dudas y miedos, entre ellos ¿cómo decirle a mi familia?
Empecé a lanzar indirectas… ¿qué harías si sabes que un primo es gay? le decía a mis papás. ‘Eso es una tontería’, mencionaban. ¿Cómo compartirles que tengo dudas luego de recibir esa respuesta?
Crecí ‘escondido’, sonreía forzadamente cuando me preguntaban si tal actriz me parecía guapa. Pero luego lo conocí a él… unos ojos mágicos, una sonrisa de sueño y una forma de caminar pausada que me provocaba cosquillas en el pecho. Lo confirmé, yo no era como los demás. ¿Creen que me emocionó saberlo? la verdad no. Todo lo contrario, me llené de miedo, me oculté más e incluso llegué a deprimirme. ¿Por qué yo? era claro pero ¿cómo lo diría? ¿y si mejor no lo digo?
Seguí estudiando y luego trabajando. Me daba cuenta de los beneficios que tenía escondiéndolo. Sabía que si lo diría sería diferente y posiblemente perdería amigos, empleo y seguro, familia. Preferí callar.
Pero cada que decidía no decir nada, se iba llenando un vaso de liberación. Quería gritarlo pero no podía. Ese vaso seguía llenándose a veces por gotas y algunas otras con chorros. Sucedió lo inevitable: llegó al borde. Tenía que decirlo. Ya no me sentía cómodo fingiendo ser alguien que no soy. Quería que todos mis allegados me amaran y aceptaran a pesar de tener preferencias diferentes. No es cierto que no te importa lo que diga la gente, claro que te duele y te preocupa.
Un día lo hice. Primero con mi mamá. Lento, con temor, tratando de ocupar las palabras correctas y suavizando la situación. Quería un abrazo, lo tuve. Mamá supo cómo hacerme sentir querido y protegido. Me hizo sentir valioso y fuerte para poder decírselo al mundo. Tenía miedo, claro, pero ella supo darme fuerza para que fuera el inicio de mi vida feliz, libre y plena.
Luego siguió papá. Él no dijo palabra alguna, no hubo abrazo y por el contrario, una respiración marcada y serio semblante. Me tambaleó. Por supuesto que su reacción bajó un poco la valentía que había tenido con mamá. Pero entonces me di cuenta que ya había dado los primeros pasos y no me iba a detener.
Quería que el mundo me conociera de verdad. Le siguieron mis amigos, familiares y hasta en el trabajo fue un secreto a voces. Cuando llegó la noticia a la oficina sentí un frío estremecedor en el cuerpo. Amo mi trabajo y no quería ser discriminado o perderlo por hablar de mi sentir. Fue inevitable. Hubo acciones y comentarios que me hirieron y no siempre estuve tan poderoso como después del abrazo de mi mamá. Me deprimí por algunos meses. Me costó trabajo recuperarme pero siempre tenía conmigo el beso en la frente de mi mamita que me reconfortaba y ayudaba a dar un pasito a la estabilidad física y mental.
Pasaron meses y un camino lleno de piedras que lastimaban los pies. Pero estoy aquí, feliz, sé que no serán los únicos obstáculos que viviré pero ahora me siento mucho más libre y fuerte para enfrentarlos. Es un aprendizaje y me encanta voltear hacia atrás porque creí que jamás lograría hacer nada por ser gay y mírenme ahora, con la cabeza en alto, sintiéndome orgulloso de mí y mi camino.
Me sentí muy identificado con Tom Daley, el nadador inglés que ha ganado medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 en el salto de trampolín de 10 metros sincronizado junto con Matty Lee. Luego de recibir el reconocimiento a su participación dijo:
‘Soy un hombre gay y también campeón olímpico. Y me siento muy empoderado por eso porque cuando era más joven sentí que nunca iba a lograr nada por ser quien era.’