¿Qué causa la adicción a la heroína? esta es una pregunta que parece bastante estúpida, ¿cierto? Es obvio, todos lo sabemos: la heroína causa adicción a la heroína. Así es como funciona, si usas heroína durante 20 días, en el día 21 tu cuerpo anhelará la droga ferozmente porque hay “ganchos” químicos en la droga que no se pueden sortear ni con la fuerza de voluntad más grande. Eso es lo que significa realmente la adicción. Pero hay una trampa, casi todo lo que pensamos que sabemos acerca de las adicciones es casi totalmente erróneo.
Si por ejemplo te rompes la cadera, te llevarán a un hospital y te darán dosis de morfina durante semanas o incluso meses. La morfina es heroína; de hecho, es heroína mucho más pura y fuerte que la que cualquier adicto puede conseguir en la calle, porque no está contaminada con las sustancias que utilizan los traficantes de drogas para diluirla. Hay personas cerca de ti que reciben dosis de heroína de lujo en hospitales en este momento. Por tanto, lo lógico sería pensar que al menos algunos de ellos se convertirán en adictos, ¿no?
Pero tu abuelo no se convirtió en un drogadicto después de su reemplazo de cadera. ¿Por qué ocurre esto? La teoría actual sobre las causas de la adicción está conformada por una serie de experimentos que se llevaron a cabo a principios del siglo XX. El experimento es simple: si tomas una rata y la pones en una jaula con dos botellas de agua en la que una es sólo agua y la otra es agua con heroína o cocaína, la mayoría de las veces la rata se obsesionará con el agua drogada y volverá por más hasta matarse a sí misma.
Pero en la década de los 70 Bruce Alexander, un profesor de psicología, notó algo extraño en este experimento: a la rata se le pone en una jaula sola. No tiene nada más que hacer sino tomar las drogas. ¿Qué pasaría, se preguntó, si intentáramos el mismo experimento en un entorno diferente? Con esta duda en mente, diseñó un “parque de ratas” que consistía en una exuberante jaula en la que las ratas tendrían pelotas de colores, túneles para escabullirse, un montón de amigos para jugar —con los que también podrían tener un montón de sexo—, en fin, todo lo que una rata de ciudad podría desear. Y aquí está lo fascinante: en el parque de ratas, las ratas casi nunca usaron el agua drogada; ninguna de ellas la consumió compulsivamente; y, finalmente, ninguna de ellas tuvo sobredosis. Pero tal vez este resultado se trataba de un comportamiento exclusivo de las ratas, ¿cierto? Desafortunadamente, tuvimos la oportunidad de observar este experimento —o algo muy similar— en los humanos: la Guerra de Vietnam.
El 20% de las tropas estadounidenses en Vietnam consumían mucha heroína. Cuando la guerra terminó y volvieron a EE.UU., hubo pánico, pues se pensó que habría cientos de miles de drogadictos en las calles. Pero un estudio siguió a los soldados a casa y encontró algo sorprendente: no fueron a rehabilitación, pero el 95% dejaron la droga una vez que volvieron a sus hogares. Si crees en la vieja teoría de la adicción, eso no tiene sentido; pero si crees en la teoría del Profesor Alexander, tiene mucho. Si te meten en una horrible jungla en un país extranjero en el que no quieres estar —y además eres forzado a matar o morir en cualquier momento— consumir heroína es una opción tentadora para pasar el tiempo y tratar de distraerte. Pero si regresas a tu agradable casa, con tus amigos y tu familia, es el equivalente a ser sacado de esa primera jaula vacía y puesto en un “parque de ratas”. No son los productos químicos, es tu jaula. Tenemos que pensar en la adicción de manera diferente.
Los seres humanos tienen una necesidad innata de unirse y conectarse. Cuando estamos felices y saludables, nos vamos a vincular con las personas que nos rodean. Pero cuando no podemos porque estamos traumatizados, aislados o derrotados por la vida, nos uniremos a algo que nos dé un poco de alivio. Podría ser un teléfono inteligente, la pornografía, los videojuegos, los juegos de azar, la cocaína; pero nos uniremos a algo, porque esa es nuestra naturaleza humana. El camino para dejar los apegos destructivos es formar lazos saludables.
La adicción es sólo un síntoma de la crisis de desconexión que está sucediendo a nuestro alrededor, y todos lo sentimos. Desde la década de 1950, el número promedio de amigos cercanos de un occidental ha disminuido paulatinamente. Al mismo tiempo, la cantidad de espacio en sus hogares ha aumentando. Se elige el espacio por encima de las amistades y las relaciones; se eligen las cosas por encima de las conexiones.
La guerra contra las drogas —en la que hemos estado sumergidos desde hace casi un siglo de manera global— ha empeorado todo. En lugar de ayudar a las personas a sanar su vida y reintegrarse, los adictos son expulsados de la sociedad. Hemos hecho más difícil que consigan empleo y recuperen la estabilidad, les quitamos beneficios, los mantenemos en celdas de una prisión —literalmente jaulas— pensando que con ello solucionamos un problema. Ponemos a las personas que no están bien en una situación que las hace sentir aún peor, y luego les reprochamos cuando no se recuperan.
Durante mucho tiempo hemos hablado de la recuperación y la rehabilitación en un nivel personal, pero es porque algo ha salido mal con nosotros como grupo. Tenemos que construir una sociedad que se parezca mucho más al parque de ratas y mucho menos a esas jaulas aisladas. Vamos a tener que cambiar la forma en la que vivimos, la forma en la que construimos relaciones y comunidades. Redescubrirnos y nunca olvidar que lo contrario a la adicción no es la sobriedad, sino la conexión.
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