Anthony Bourdain (1956-2018) es, con toda seguridad, uno de los chefs televisivos más amados de la televisión contemporánea. Dejando de lado el terror que significa Gordon Ramsay y su personalidad altamente capitalizable, y abandonando lúdicamente la tradición de personajes como Julia Child o Dione Lucas, Bourdain se construyó a sí mismo como un hombre desfachatado que siempre estuvo dispuesto a viajar a cualquier lugar, a entrar a cualquier cocina, con tal de encontrar las joyas gastronómicas más escondidas de la Tierra.
Catapultado a la fama por sus shows, Anthony Bourdain: No Reservations y Parts Unknown, el chef ganó la estima del mundo entero por poner su mirada y prestar su paladar a los lugares que muy pocos se habían atrevido a explorar, y que resultaban tan cercanos, increíblementemente familiares para quienes vivíamos en esas regiones. Asimismo, por ser una persona que no temía mostrar sus demonios y equivocaciones al resto, por dejarse ver en sus peores momentos, pero siempre con la buena voluntad de una botella y un plato rebosante.
Cómo olvidar, por ejemplo, cuando visitó México y se dejó llevar por las recetas de Oaxaca, aprendió a comer tacos –demostrándole a la humanidad cómo era uno en verdad–, se adentró a la Central de Abastos, degustó mezcales “como se debe” y desayunó en la hoy famosa Fonda Margarita. Un lugar en la calle de Adolfo Prieto, dentro de la colonia Del Valle en la CDMX, y que hoy goza de extremo renombre gracias a las palabras del chef: «Probablemente el mejor desayuno que haya tenido jamás».
Con ese background, con esa sencillez y temple para no cerrarse ante ninguna experiencia, Bourdain nos dejó algunos quotes que bien se pueden trasladar a lecciones de vida; especialmente hoy, que su muerte ha conmocionado a los foodlovers de todo continente.
«La buena comida es por lo regular, casi siempre, la comida más sencilla».
«La buena comida y el buen comer son cuestión de arriesgarse».
«Sin nuevas ideas, el éxito puede echarse a perder».
«Cuando te pregunten las razones por las cuales dejaste tu último trabajo nunca las digas, a menos que sea por dinero o por ambición».
«Sin experimentar, sin disposición a hacer preguntas y probar cosas nuevas, seguramente seremos estáticos, repetitivos, moribundos».
«Tu cuerpo no es un templo, es un parque de diversiones. Disfruta el viaje».
«¿Realmente queremos viajar en papamóviles herméticamente sellados a través de las provincias rurales de Francia, México y el Lejano Oriente, comiendo sólo en Hard Rock Cafes y McDonalds? ¿O queremos comer sin miedo, desgarrando el estofado local, la humilde carne misteriosa de la taquería, el regalo sincero de una cabeza de pescado a la parrilla? Sé lo que quiero. Lo quiero todo. Quiero probarlo todo de una sola vez».
«Puedes aprender mucho de un persona cuando compartes la comida con ella».
«No mientas. Cometiste un error. Admítelo y muévete. Sólo no vuelvas a hacerlo. Nunca».
«Viajar te cambia. A medida que avanzas en esta vida y en este mundo, cambias las cosas ligeramente, dejas marcas por pequeñas que sean. Y a cambio, la vida y los viajes te dejan marcas».
«No tengo que estar de acuerdo contigo para que te guste o te respete».
Sobre todo, Bourdain nos dio un consejo que se debe llevar a cabo más de lo que pensamos o más de lo que permitimos, un aviso sobre lo que debemos estar dispuestos a arriesgar: «Si tienes veintidós años, estás en buena forma física, con ganas de aprender y de ser mejor, te insto a viajar lo más lejos posible. Duerme en el piso si es necesario. Descubre cómo otras personas viven, comen y cocinan. Aprende de ellos, a donde sea que vayas». Más allá de la comida, la bebida y los placeres casi hedonistas de la cuisine, Bourdain nos exhortó a vivir.
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