Ya instalados en la era postmoderna, las relaciones de pareja tradicionales han sufrido embates potentes y han tenido que adecuarse a los cambios sociales generados por las nuevas tecnologías. Con respecto al sentimiento omnipresente de los celos, estas herramientas no han favorecido a su eliminación o forma de tratarlo, sino que lo han convertido en algo más obsesivo.
En la actualidad, los adolescentes y un creciente número de adultos depositan gran parte de su identidad en pequeñas cajas de pandora que guardan en su bolsillo trasero. Tal es la confianza en estos aparatos que si alguien quisiera enterarse de cualquier dato sobre ellos, basta con tomar su celular y scrolear en él; echar un vistazo a Facebook para conocer su pasado; en Twitter para saber lo que piensa; en sus notas para saber qué necesita; en sus seguidores para descubrir qué le gusta; y en el terreno de lo privado, en sus mensajes para saber con quién habla.
Esto último es lo que más perjudica las relaciones actuales, el querer saber con quién habla nuestra pareja. Hoy la única manera de comunicarse con alguien es vía celular. Los enamorados ortodoxos ya para el año 2012 se habían dado cuenta de esto y con ello la tendencia a la “revisión celular” se incrementó.
En el pasado, las personas que sentían celos y deseaban saber si su pareja los engañaba, preguntaban a conocidos, amigos o vecinos si habían notado algo extraño. La ama de casa que vivía en frente era una aliada fundamental para la investigación femenina, mientras que los hombres siempre tuvieron una manera más frontal y agresiva de celar; aunque también existían -hoy ya muy pocas- parejas que deciden aguardar la llegada de su amado para preguntarle: “¿Se puede saber por qué has llegado tan tarde del trabajo?”.
Actualmente esta metodología ha caído en desuso y el mejor —o peor— aliado es el teléfono celular. Con sus 2, 3 o hasta 4G de señal y su enorme memoria para archivar cientos de datos, como si se alimentara un barril sin fondo de información valiosa hora tras hora.
Entre los tipos de revisión celular se encuentra el “espontáneo”, en el cual una de las dos personas se retira y olvida su celular, dejando a su pareja con un impulso voraz de romper el pacto tácito de privacidad. Este hecho casi delictivo puede concluir de dos maneras: la calma —siempre pasajera— de la persona celosa al ver que no hay rastros de charlas indebidas o, situación contraria, la furia al ver mensajes inapropiados que dan pie a la desconfianza que tanto ha reprimido.
Por otro lado, existe la revisión “premeditada” y ésta, queridos enamorados, es peor que la anterior. En este caso, ambos permiten que sus parejas revisen por un tiempo determinado su celular. Aunque esto sacia la sed de celos que uno de ellos fue desarrollando en su mente a lo largo de la relación, implica también una entrega total de la propiedad personal y la privacidad. Esto significa permitirle al otro ver a través de nuestros ojos, con el pretexto de que sólo así podría querernos de verdad.
Llevado a cabo el evento, se pasa a ser un mapa físico-político en manos de un conquistador asustado; un mapa sin secretos ni sobresaltos que se lee fácilmente y deja que lo manipulen con la amenaza latente de que si no colabora, tarde o temprano, irá a parar a la basura. Este individuo deja su intimidad de lado por el bien de “la relación”, aunque sea una relación de poder.
Es complicado que esta época de “avances” ayude a las parejas en cuestiones de confianza. Afortunadamente se ha visto, entre llantos y discusiones, a personas que no tienen miedo, que son verdaderos vencedores y rompen las cadenas de la opresión, para abrirse camino con la verdad en la boca y el corazón en la mano, pero… ¿Y si esto no alcanza? Será tiempo de que guarden el corazón para otro momento y hagan con su teléfono lo que quieran.
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