Cuando renuncié a mi trabajo sentí que mis pulmones se agrandaban. De repente podía respirar profundamente y mi cuerpo se hizo ligero, como si ese aire extra me ayudara a flotar. En la oficina me pidieron que me quedara un par de semanas en lo que encontraban a alguien más y acepté. Todo lo que normalmente me habría estresado dejó de preocuparme porque, después de todo ¡sólo serían dos semanas! y no ese túnel sin salida en el que tantas veces me sentí.
Pero llegar a esa liberadora charla con Recursos Humanos fue el último paso de un largo proceso en el que el estrés laboral cubrió cada aspecto de mi vida, desde mi humor hasta mi aliento. Ahora que empiezo a redescubrir a la persona que fui antes de que todo en mi vida se tratara de trabajo puedo identificar las 10 síntomas de estrés que en su momento no vi:
1. Mi actividad favorita era dormir
Mi despertador sonaba hasta cinco veces antes de que lograra salir de la cama. Roncaba y dormía mal. En la oficina me sentía amodorrada y no podía esperar a que llegara la hora de volver a mi casa para reencontrarme con mi cama.
2. Todo el tiempo sentía que algo iba a salir mal
Más de una vez despidieron a varios compañeros sin que nadie lo esperara. Nos movieron de área, de jefe, de actividades y de tiempos de entrega tantas veces que lo única certeza que me daba la empresa es que todo podía cambiar de repente.
3. Subí de peso
Sí, la vida sedentaria combinada con malos hábitos de alimentación siempre tienen consecuencias. Sin embargo, también perdí la energía para hacer algo al respecto. Intenté salir a correr por las mañanas pero nunca vencí al despertador y me resigné a comprar ropa más grande.
4. Lo único que hacía era trabajar
Dejé de procurar mis gustos y pasatiempos. Casi no salía con mis amigos, no iba al cine, ni a museos o conciertos. Mi tiempo libre lo gastaba organizando todo lo que mi trabajo no me permitía hacer entre semana y terminaba tan exhausta que si me sobraban horas prefería quedarme en casa y descansar.
5. La gripe me duraba semanas
Me enfermaba muy seguido y el malestar se quedaba hasta un mes. Uno de los principales síntomas de estrés es la disminución de la respuesta del sistema inmunológico, lo que explica porque en mi oficina la gripe se convertía en epidemia.
6. Siempre estaba triste
O de malas. El 90 por ciento de mi conversación era sobre el trabajo y cómo no me sentía a gusto allí, entonces casi no tenía cosas positivas que decir. Cuando menos me di cuenta, esa negatividad permeó toda mi forma de ver el mundo.
7. Tenía mal aliento
Así de desagradable como suena. Cada que salía de la oficina tenía una sensación de sequedad y amargura en la boca. Después supe que uno de los síntomas de estrés más frecuentes es que disminuye la salivación, entonces la boca se deshidrata y comienza el mal aliento. Además, en situaciones estresantes estamos demasiados ocupados para comer, beber o lavarnos los dientes.
8. Estaba sola
En el trabajo mantenía trato cordial con todos, pero no era tan cercana a ninguno de mis compañeros como para platicar de temas personales. Además, nunca sentí la confianza de hablar con mi jefe ni con Recursos Humanos sobre mis miedos e inquietudes respecto al trabajo.
9. Trabajaba por dinero… y nada más
Cuando empecé a pensar en renunciar hice una lista de pros y contras sobre mi trabajo. Entonces descubrí que lo que hacía ya no me estaba aportando retos, ni aprendizajes. Tampoco tenía posibilidades de crecimiento, ni me estaba acercando a mis otros proyectos de vida. En realidad, lo único que me motivaba para estar allí era que llegara la quincena.
10. Muchas veces traté de convencerme de que estaba bien allí
Cuando me decía a mí misma que quería cambiar de trabajo, una voz en mi cabeza me daba argumentos para no hacerlo: “Quédate, estás cómoda”, “¿Y si no encuentras otra cosa”, “La verdad no está tan mal…” hasta que entendí que esa voz eran mis miedos, entonces me hice una última pregunta: ¿qué es más aterrador, estar sin trabajo unos meses o quedarme, por tiempo indefinido, en un lugar que no me hace feliz?
Quizá se imaginan que en cuanto decidí renunciar tiré todo mi papaleo a la basura y me fui tranquilamente hacia la puerta. Pero no, llevar a cabo esta decisión me llevó un par de meses en los que ahorré, preparé mi currículo y medité seriamente qué quería hacer con mi vida. Con algo de paciencia encontré otro trabajo que en verdad me apasiona y así, haciendo lo que me encanta, el estrés laboral es algo que se queda en la oficina y se mantiene alejado de mi vida, mi humor y mi aliento.