Cuando te conocí quedé encantada con tu sonrisa, con tu sangre liviana, tu voz, tu actitud y tu carisma; con tus tatuajes, el cansancio que se percibe en tus ojos y de tu espalda ancha. Quedé encantada de cómo doblas los tobillos mientras estás de pie y de tu modo de observar al resto de la gente que te acompaña; quedé encantada con tu inteligencia y de cómo tratas a los demás, de cómo reciben tu luz y se enganchan contigo en cuestión de segundos. Quedan encantados, así como yo. Me miraste y hablaste conmigo, reíamos y, aunque fingía que no me importaba, tomabas mi cintura como si fuera aquello a lo que debes aferrarte en la vida. Mientras, yo me aferré a ti.
Me angustiaba por el tanto tiempo que pasaba antes de volver a verte; me angustiaba que estuviera sintiendo tanta ilusión por alguien a quien ni siquiera frecuentaba, con quien ni siquiera hablaba. Por alguien que ni siquiera pensaba en mí. Me enamoraba todos los días de un fantasma, de una ilusión, de miles de historias que se creaban en mi cabeza; de un invento que yo armaba. Me enamoraba de algo muy parecido a ti, pero que no eras tú.
Me quedaba recostaba en mi cama, viendo hacia el techo y cuando menos me daba cuenta ya estaba pensando en ti; algunas veces estábamos juntos en tu departamento, comíamos y tomábamos vino viendo alguna película freak de las que te gustan. Otras veces estábamos en alguna fiesta con tus amigos, bailando, riendo y siendo muy felices. En otras estábamos contándonos secretos y platicando de nuestro pasado, de nuestros miedos, de nuestras malas experiencias y de lo afortunados que éramos al coincidir.
Sí, una historia diferente todos los días; bastaba que echara a volar mi mente para que aparecieras a mi lado, para que estuvieras ahí, abrazándome, besándome y entonces, fue ahí cuando esos sueños se convirtieron en mi insomnio. Ni siquiera te veía tanto, cada tantos meses, de hecho, y los mensajes eran fugaces, pocos en realidad, casi imaginarios. Entonces me enfadaba de que estuviera sintiendo mariposas por una película que jamás había salido en cine, que ni si quiera había sido filmada, una película de la que sólo estaba escrito el guion.
La realidad era otra; tú estabas en otra órbita, en otra donde la posibilidad de echar a andar ese guion era nula. En una órbita lejana a mí, donde yo no tenía permitido el paso. Donde tú ya estabas grabando tu película, donde ya estabas echando a andar tu guion. Entonces me di cuenta de que no estaba enamorada de ti, sino de las miles de historias que inventé sobre nosotros mientras miraba el techo.
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Deja de justificarlo: no mereces estar con alguien que te rompió el corazón.
No te extraño, estoy aburrida: la razón por la que pienso en ti cuando no hago nada.
Si te vas a enamorar de mí, que no sea a medias.