Cientos de personas aún salen a la calle a trabajar, a pesar del confinamiento, a pesar del peligroso virus. Ellos hacen el bien para ayudar a otros poniendo en riesgo su salud. Son cientos los que no tuvieron la oportunidad de quedarse en casa a resguardarse y protegerse, personas que deben continuar trabajando para llevar el sustento a casa o simplemente porque su cuarentena no fue autorizada. Son cientos los héroes, además del personal médico, que no vemos y mucho menos valoramos, que no les agradecemos el esfuerzo y el valor con los que salen todos los días para el bien de alguien más. Basta con tomar las medidas sanitarias necesarias, un poco de amor, valentía, fortaleza para abrir la puerta de casa y salir, salir al exterior simplemente para continuar ayudando.
No nos damos cuenta, ni siquiera los vemos, por ello, reunimos historias reales de algunos seguidores que decidieron abrirse para dar su testimonio; personas que ponen en riesgo su vida para seguir ayudando, que han pasado semanas lejos de su familia para protegerlos; esas personas que, aunque no veamos, están ahí presentes con su enorme corazón salvando a un país entero.
Gracias, héroes, por no rendirse y ayudarnos aún con una sonrisa en el rostro y, sobre todo, con muchas ganas y fuerza.
De: José Sarraceno
Sonreír con la mirada
La noche que nos conocimos, yo llevaba ya días de haber ingresado por urgencias al Hospital General de Zona 58 “Santa Mónica” del Instituto Mexicano del Seguro Social donde había pasado 4 noches sentado en una silla de sala de espera pegado al oxígeno y al suero, usando (sin bañarme ni afeitarme) la misma ropa con que llegué de la calle buscando ayuda médica en uno de los peores momentos de la pandemia en México. No me puedo quejar, todo el personal con quien tuve contacto fue de lo más amable y profesional y yo me esforcé por no ser un paciente molesto ni quejumbroso. Pero ése no es el corazón de esta historia.
En mitad de la cuarta noche se desocupó la cama a la que me llevaron. El paciente que la ocupaba antes que yo había salido de alta por sus propios medios, un buen augurio. Mi vecino de la cama contigua resultó ser un ser humano de excelencia y un apoyo invaluable en mis momentos más difíciles, vaya para Cirilo un abrazo fraterno y mi agradecimiento por su amistad. Y, aun así, no he llegado a la historia que quiero contar.
Cirilo se fue a casa por sus propios medios el jueves por la tarde, un triunfo más para el personal del HGZ 58, de todos en general. Al irse mi nuevo amigo me llené de incertidumbre luego de los cinco días más apacibles que había pasado desde que había llegado nueve días antes. No tenía noticias de casa, el agua embotellada que les había pedido y los mensajes no llegaban desde tres días atrás y sólo la fe y la oración lograban mitigar el miedo que tenía de que, por algún infortunio, Xóchitl – mi esposa – se hubiese visto imposibilitada de continuar estando al pendiente de mi evolución. Fue entonces que mi ángel de overol verde y guantes rojos entró en escena. Muchos de los héroes de los que todos hablan son médicos y enfermeras, pero en mi caso mi heroína es la auxiliar de limpieza e higiene que comenzaba su turno en el 5º piso aquella tarde de jueves. Detrás de las gafas del caluroso y pesado equipo de seguridad con que se protegía, brillaba una sonrisa amable y sincera que se transmitía a través de su alegre mirada. Genuinamente interesada, preguntó por Cirilo y le contesté emocionado que lo habían enviado a su casa a convalecer, después de alegrarse conmigo por las buenas noticias me preguntó “Y usted, ¿cuándo se va a casa?” Le expliqué que ya dos médicos me habían dicho que en cuanto mi saturación de oxígeno mejorara – cosa que ya había sucedido – y que en casa ya estuviese listo el equipo de apoyo respiratorio que iba a necesitar para continuar recuperándome, que era el tercer día que no tenía contacto con mi familia y que tenía un vacío en el pecho por la angustia. Aquellos ojos amables y alegres de un café profundamente oscuro me miraron con compasión. No traigo conmigo mi celular, pero iré por él para que pueda llamar a su casa y tener noticias de su familia. Me llamo Alejandra, se presentó y de inmediato se puso a realizar sus labores con un cuidado y diligencia dignos de admiración, soy José, respondí mientras señalaba la papeleta donde venían mis datos de admisión y riesgos hospitalarios y que pendía pegada con cinta adhesiva sobre mi cabecera.
La esperanza de poder comunicarme a casa me dio el valor que requerí cuando, luego de la puesta del sol, trajeron a un paciente entubado e inconsciente a la cama vacía a mi derecha y que vino a recordarme lo frágil de la vida humana ante este virus con el que vamos a tener que aprender a vivir. Di gracias a Dios por concederme la mejoría y una expectativa más alentadora y pedí por la salud del recién llegado de quien sólo recuerdo que se llamaba Luis. Poco después de las nueve de la noche, sigilosamente y a oscuras, la luz de la mirada de Ale llenó el espacio entre mi cama de hospital y el muro. Luego la vi a ella, con voz bajita me pidió el número telefónico para marcar y pude llamar por celular a Xóchitl, me enteré que mis dos médicos, personalmente le habían dicho que me podrían dar de alta en cuanto el equipo de oxígeno estuviera listo en la casa y que ella les había informado que ya estaba listo desde dos días atrás, aparentemente esa información, sus mensajes y las botellas de agua purificada que me había enviado se perdieron en el camino entre la planta baja y el quinto piso, pero que al día siguiente iría a enderezar el entuerto, estábamos en esas cuando la enfermera entró a tomarme los signos vitales de la noche y nos sorprendió en flagrante violación del reglamento, Ya te vi, Ale dijo entre estricta y condescendiente. Ya me conoces, respondió mi heroína y tuve que terminar abruptamente la llamada esperando a que mi ángel de misericordia no tuviera alguna dificultad en el trabajo; por otra parte, tenía lo que necesitaba y me quedé tranquilo luego de saber que todo en casa estaba bien. Ale se fue a toda prisa para poder encontrar transporte a su casa, su turno había finalizado a las 11 y estoy seguro de que había realizado más de una buena obra durante aquel día. Mientras se despedía, me dijo que guardaría el número telefónico de mi esposa para comunicarse con ella después y saber qué suerte había corrido.
Con los datos que obtuve en la llamada de la noche pude informar a los médicos que me revisaron la mañana siguiente que todo estaba dispuesto en casa para recibirme y uno de ellos dio la orden de alta. A las pocas horas estaba en camino a mi hogar, mirando el mundo que yo conocía, pero con una nueva óptica, esa que se tiene cuando uno cae en la cuenta de que Dios le dio una nueva oportunidad. Días después, Xóchitl me compartió el número telefónico de Ale y la contacté para darle las gracias e informarle que estaba mejorando. Nos hicimos amigos y de vez en cuando charlamos en WhatsApp. Una trabajadora social llamó a casa la semana siguiente para informar a mi esposa que me habían asignado la cama 522 y que estaba a sus órdenes para lo que hiciera falta, Xóchitl le replico entre extrañada y divertida, Ah, caray, ¿entonces a quién me traje? Mi esposo está en casa desde el viernes pasado. Las dos soltaron una carcajada que aún anima las tardes de mi convalecencia, junto con mis charlas con Ale.
De: Eric Dzib
Hola, mi nombre es Eric Dzib de Mérida, Yucatán. Ademas de luchar contra la pandemia por covid-19, el estado de Yucatán fue impactado por la tormenta tropical Cristobal a principios del mes de junio, afectando gran parte de la península con fuertes lluvias e inundaciones, dejando a familias enteras sin un techo dónde dormir, sin nada que comer e incluso sin ropa para vestir. Quiero reconocer a María José Pacheco y familia, ya que por voluntad propia organizaron una recolección de ropa y alimentos durante varios días en su domicilio para que fuera entregado a los municipios de Tadzibichen, Tiholo, Kanakon, Huechembalam, San Pedro, Xpom y Santa María pertenecientes al estado de Yucatán para apoyar a las familias afectadas.
De: Bárbara Delgado
Mi mamá más que ser una heroína, es un ángel. Se llama María Bárbara Vázquez Meléndez, no es doctora o enfermera, ella es trabajadora social en el Hospital General Balbuena. Desde que llegó el Coronavirus ella ha cuidado de los pacientes, de los familiares de los pacientes y de sus compañeros.
Mi mamá pudo haber tomado la elección de pedir un permiso por problemas de salud, ya que ella es una persona vulnerable porque tiene un padecimiento cardiaco y hace 4 años tuvo neumonía, sin embargo, ella tomó la decisión de salir y luchar contra el covid-19.
Pero al darse cuenta de que ni el gobierno y mucho menos las autoridades del hospital daban el equipo de protección necesario, tomó la decisión de hacerlo ella y fue así como logró donativos de caretas y cubrebocas. Desde el primer día que recibió los donativos los fue a entregar al personal médico, enfermer@s, camilleros, personal de intendencia, personal de seguridad y a las trabajadoras sociales. No sólo repartió en el hospital donde ella labora, también apoyo a otros hospitales como el de Tláhuac y el Pediátrico de Moctezuma, además de apoyar a las trabajadoras sociales de ALTADENA.
Hasta el día de hoy mi mamá sale con una sonrisa y con todo el ánimo para brindarles la mejor atención a los pacientes y a los familiares.
De: Ángel de Jesús
Soy Ángel de Jesus Chulim Pat de Cancún, México. Tengo 27 años y comencé a hacer voluntariado desde marzo del 2020. Todo comenzó cuando decidí ser parte de un grupo de jóvenes que busca ayudar.
Cuando empezó la contingencia sanitaria buscaron gente que pudiera entregar despensas casa por casa en la ciudad y en lugares donde la gente perdió el empleo, lugares donde la gente ya no tenía qué comer. Es un programa del gobierno del estado.
Para ser voluntarios pasamos por muchos procesos y cursos donde nos enseñaron medidas de seguridad, ya que estaríamos de casa en casa justo en el pico de la pandemia. Nos levantábamos a las 5 de la mañana para poder llegar al batallón y empezar a hacernos el chequeo médico, sanitizarnos, tomarnos la temperatura y confirmar que no teníamos algún síntoma. Llegábamos al comedor para desayunar, cargábamos la camioneta de sueros, agua, cubrebocas, vitaminas y todo lo posible para ayudarnos a no contagiarnos y nos íbamos a nuestra ruta. Empezábamos aproximadamente a las 8 de la mañana, incluso despertábamos a la gente para que saliera por la ayuda. Después de terminar la zona que nos correspondía descansábamos un momento para luego revisar si a alguien le hacía falta. Regresábamos al batallón para bañarnos, sanitizarnos, comer y después regresábamos a casa.
Lo que más me gusta del voluntariado es conocer y trabajar junto a personas que ahora considero familia, así como escuchar historias de los vecinos y otros voluntarios. He aprendido que existe una desigualdad muy grande; sin embargo, podemos hacer cosas desde nuestra trinchera para ayudar a cambiarlo.
El voluntariado es una verdadera oportunidad de conocer la realidad de los asentamientos y hacer algo al respecto.
Por cierto, hoy 20 de junio fue mi ultimo día y concluimos toda la entrega en tres fases. El dibujo que comparto es de una niña de 5 años quien lo obsequió al llegar a su casa con la ayuda. Soy el chico que esta con guantes en la fotografía, viendo las cámara y con cubrebocas azul.
¡Muchas gracias a todos ustedes, héroes!
¿Conoces a alguien más que también es un Héroe de Pandemia y no es médico o enfermero? Envíanos su historia a i.lifestyle@culturacolectiva.com
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