Tú me enseñaste a odiar,
a ver a las otras chicas como enemigas.
Me enseñaste a rivalizar incluso con mis hermanas.
Tú me enseñaste qué hacer para contentar a un hombre
porque el amor, así con mayúsculas,
es a lo máximo a lo que aspiro.
Tú me enseñaste que las mujeres debemos elegir
entre sumisa o bruja.
Me enseñaste el placer
de la necrofilia, sí, sí,
el romanticismo de besar a un cadáver.
Me enseñaste, también, ¿recuerdas?, a abusar de una chica
que se queda dormida, no importa si está cansada o drogada,
si está maldita o pinchada por una rueca.
Qué gran maestro fuiste, Walt Disney.
–Marta Fornes
Así es, Disney nos ha jodido la vida. El fragmento que acabas de leer pertenece a un poema que se ha viralizado en redes sociales durante las últimas semanas. Las mujeres del mundo han reconocido en cada una de sus palabras una verdad absoluta. Todas hemos sido engañadas por vestidos brillantes, amores “eternos y perfectos” y cuerpos idílicos, estas películas nos han hecho odiarnos a nosotras mismas convirtiéndonos en mujeres infelices.
Así como esta protesta se ha expandido sobre todos los rincones del planeta, también lo ha hecho un nuevo “reto” que consiste en llegar a tener “el peso de Cenicienta”.
Probablemente la punta de lanza de esta “moda” fue que en 2005 Lily James protagonizó la película Cenicienta, donde lució una cintura pequeñísima. Sin embargo, esto fue algo insufrible para la actriz.
Dijo que para entrar en el vestido se sometió a una dieta líquida.
«Cuando tenía puesto el corsé grabábamos continuamente; no nos deteníamos ni para almorzar o tomar el té. Incluso comíamos mientras estábamos en movimiento y yo ni siquiera tenía tiempo para desatarme el corsé. Así que si comía algo sólido no lo podía digerir bien y corría el riesgo de vomitarle en la cara a Richard Madden [el príncipe] durante la grabación. Así que lo único que tomaba era sopa».
De entonces para acá, niñas y jóvenes se han obsesionado con el “peso Cenicienta”, el cual funciona más o menos así: se toma la altura y se multiplica por sí misma (por ejemplo: 1.7 x 1.7 = 2.89) y ese resultado se multiplica por 18 (o sea 2.89 x 18 = 52). Entonces, 52 sería el “peso Cenicienta”, algo muy bajo en las equivalencias aprobadas por los organismos internacionales de salud.
Esforzarse por llegar a este peso mínimo implica, según la dietista Lyndi Cohen, «sentirse letárgico, experimentar cambios de humor extremos, tener vello corporal no deseado, tener dificultades para socializar, correr el riesgo de desmayarse y perder su período». Las consecuencias pueden ser mortales, muchas mujeres pierden la vida sometiéndose a regímenes radicales o hasta dejan de comer. Al comienzo las consecuencias son ignoradas porque las chicas lo toman como un juego o una meta que presumir en sus redes y obtener los tan deseados likes.
La moda comenzó en Japón pero su difusión como hashtag vía Twitter ha hecho que se propague por todo el mundo. Por ejemplo; una de las defensoras opina: «No entiendo qué es tan controvertido. Algunas personas sólo quieren ser flacas. No hay nada de malo en eso».
Y en respuesta, otra usuaria responde: «es malo porque el peso que es el “peso de Cenicienta” es MUY inferior al que se considera saludable para un ser humano normal. Si esto se convierte en una expectativa social de belleza, las niñas podrían enfermarse o morir a causa de ello».
Pero ¿por qué es tan difícil ver que Disney y sus historias no pertenecen a la realidad?, ¿qué tanta complicación existe en distinguir la realidad de la fantasía y la locura? Probablemente no es culpa de las niñas y jóvenes que anhelan llegar a este peso. Son justo ellas las víctimas de la censura de sus cuerpos y de la exigencia por medidas irreales y nocivas para su propia salud física y emocional.
¿Belleza y aceptación personal a través de la tortura física y de la muerte? Nunca. La única manera de estar realmente bien es conociendo tu cuerpo de manera respetuosa y cuidarlo no sólo para que “luzca bien”, sino para que funcione adecuadamente y te haga vivir nuevas experiencias que te llenen de alegría y placer, no para someterlo a una tortura estúpida que puede cobrar tu última respiración.
Fotografías: Syndrome Stockholm