Estaba emocionado contigo; me sentía en paz, feliz, pleno y tranquilo. Me gustaba sentirte cerca de mí, aunque supiera que –en realidad– estabas a kilómetros de distancia. Me gustaba acariciarte aunque tu piel ni siquiera me perteneciera; me gustaba mirarte, aunque tú miraras a alguien más. Me gustaba besarte, aunque tu saliva fuera hiel; me gustaba tanto, que esperaba a que un día, sin aviso previo, me besaras como lo hacía yo. Porque siempre te esperé a ti.
Yo te esperaba sentado, de pie, acostado; te esperaba en el teléfono, en la cama, en el café y en el centro. Te esperaba porque sabía que un día vendrías, porque las ilusiones y la esperanza me invadían, y me hacían creer que llegarías, me tomarías entre tus brazos –con el cuerpo débil y cálido– a decirme que había llegado el día: yo era con quien tú querías estar. Me mantenía porque no quería hacerte falta nunca, porque, a pesar de que no le pertenecías ni al aire que respiras, sabía que yo sí te pertenecía a ti. Porque los pies siempre me hacían volver a los tuyos, porque mis labios siempre regresaban a tus besos y mi piel a tu hogar, a tu frío, a ti.
Te esperaba cada día y cada noche, en la lluvia y en el sol; te esperaba en los libros y también en los cigarrillos. Te esperaba aunque supiera que nunca me ibas a amar. Te veía tan cerca y a la vez tan lejano, tan mío pero tan ajeno, tan estable pero tan fugaz. Te esperaba porque quería que me vieras como un hogar, uno en el que pudieras alojarte y habitar el tiempo que quisieras, hasta que me di cuenta de que de eso no se trata el amor.
El amor siempre buscar calor, no frío; el amor busca una casa para vivir y no para ir y venir cuantas veces quieras. Por eso, así, entendí que lo tuyo era más nieve que fuego, y aunque tu ausencia también fuera invierno, yo ya debía buscar mi propia primavera. Comprendí que, aunque estabas aquí, no te tenía, y sé que el amor no es poseer, pero sí lo es permanecer y tú, tú no querías hacerlo. Así fue que preferí dejarte ir, dejarme ir, dejar irnos.
No me arrepiento de lo vivido, vivimos lo que teníamos que vivir, te amé lo que tenía que amarte y también te esperé lo que te tenía que esperar. No más, no menos. Fue justo a tiempo, perfecto y puntual. Y hoy, después de tanta ilusión, dejo de detenerme por ti. Ya no te espero sentado en aquel café que sentía nuestro, ya no te espero en mi libro de amor favorito y tampoco mientras volteo al cielo creyendo que, al bajar la mirada, estarías tú. No, no es culpa tuya, es del amor: porque amar también es dejar ir. Y hoy, amor, te dejo ir.
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Para la persona que casi se convierte en mi todo pero no tuvo la fuerza para quedarse.
Si te vas a enamorar de mí, que no sea a medias.