Fue mucho tiempo que casi estuve contigo, que fuimos casi todo, que casi te enamoraste de mí, que casi nos amamos. Fue mucho tiempo que casi nos tenemos, casi nos besamos, casi nos abrazamos y casi nos quedamos. Casi fuimos algo, pero doliste como si hubiéramos sido todo. Doliste tanto. Doliste tanto porque casi te tuve, doliste tanto porque, en realidad, no fuimos nada.
Me doliste tanto porque mi cabeza se fue hasta el cielo con todas las ilusiones y esperanzas que te tenía, mismas que, cuando decidiste irte, se azotaron en el suelo de jalón. Como si hubieran sido arrebatas con los ojos cerrados. Ya no te culpo, creía mucho en ti y pensaba que algún día podrías verme como yo te miraba a ti, pero casi, casi lo haces, casi me miraste como yo te miré a ti. Casi me acariciabas como yo te acariciaba, casi me besabas como yo te besaba, completo, no a medias, sino total.
Casi te tuve, pero te encargaste de darme sólo la mitad. Todo incompleto. A medias. En cachos, en trozos. Me conformé; me conformé con la mitad de tus manos, la mitad de tus labios, media de tu atención; la mitad de tus noches y la mitad de tus días, la mitad de tus abrazos y la mitad de tu amor. Me conformé tanto que por eso me dueles, me dueles como si me hubieras dado todo, porque, en realidad, no me diste nada.
Hoy suelto todas tus mitades, no me sirven, no me sirve un amor a medias. Un amor incompleto no lo quiero. Me duele como todo, pero lo suelto como lo que es: nada. Quédate con las boronas, ya no las necesito. Ya no las necesito porque he aprendido a amarme lo suficiente, tanto como para darme cuenta de que yo no merezco eso que me ofrecías. Me siento mejor ahora conmigo que cuando casi te tenía. Gracias, pero es hora de parar. Quédate con tu ‘casi’ porque ahora ya quiero un ‘todo’.
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