«Papito, qué rico estás».
«Hola, ¡qué guapo!»
«Te quiero dar».
«Chiquito, ¿a qué hora sales por el pan?»
¿Alguna vez has visto en la calle a una mujer acosando a un hombre? Muy probablemente no. ¿Por qué? No es porque a las mujeres no les gusten los hombres, tampoco porque sean seres sin ninguna pasión, es porque el acoso sexual está íntimamente ligado con el poder.
Los acosadores sienten ventaja social, física y cultural, es por eso que de la manera más absurda creen tener derecho a opinar sobre el cuerpo de las mujeres que pasan frente a ellos. No se trata de sexo, se trata de dinámicas donde el violentador busca legitimarse a sí mismo agrediendo a quien considera más débil.
Este estudio dado a conocer por el Journal of Personality and Social Psychology reveló que «los hombres que se sienten más impotentes durante un período prolongado pero luego experimentan un nuevo poder elevado son los más propensos a acosar sexualmente, en comparación con otros hombres». Es decir, el poder súbito está ligado al acoso de manera directa.
Según los resultados, ambos sexos se creen con el derecho de obtener ventajas sexuales cuando tienen un poder que los “avala”. De una manera errónea, estas personas son más propensas a ver a los demás «como objetos, más que como individuos», sin embargo, en los varones es más marcado y violento.
En lugar de entender su nueva influencia como la responsabilidad de hacer algo por los otros y dirigir con toda cabalidad alguna empresa, ven en ella una oportunidad para desfogar todos sus deseos.
Esto tiene algunas explicaciones fáciles de vislumbrar: el sentimiento de impunidad del que gozan los hace mucho menos sensibles frente al sufrimiento de los demás. Por otra parte, estas personas están sumamente carentes de asideros emocionales sólidos; su limitante amor propio les hace querer beberse de golpe el respeto de sus subordinados y pretenden mantener ese esquema cueste lo que cueste.
Aunque es verdad que en ambos sexos el abuso de poder se traduce en hostilidad sexual, esta práctica es vista a diario en cualquier lugar; en la calle, la escuela, la oficina o en el mismo hogar. La masculinidad, social y culturalmente aceptada como más poderosa frente a la feminidad, abusa de manera cotidiana de tan absurda jerarquización, y son los hombres quienes están dramáticamente arriba frente a los acosos por parte de las mujeres.
El poder, y no el deseo, es el que nutre estas insanas y lastimeras dinámicas, que no sólo devienen en miradas incómodas, comentarios lascivos y agresión psicológica a quienes lo sufren, sino que son las mismas que fundamentan la violencia física, económica, emocional e, incluso, los feminicidios.
No existe poder alguno sobre otro ser humano que sea legítimo. Erradicar estas conductas no es una opción, sino una obligación. La violencia, en cualquiera de sus formas, debe ser denunciada, penada y aniquilada por completo.
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