Fue Mary Woolstonecraft, autora de Frankenstein, quien dijo por primera vez en 1792 que las mujeres no eran diferentes a los hombres. Pero después, en pleno siglo XX, las mujeres seguían sin poder votar. Ahora, las feministas del pasado han hecho su revolución y, gracias a ellas, podemos votar, viajar sin permiso, abrir una cuenta de banco, divorciarnos, entre otras cosas. Lucharon por alejarse de su rol tradicional y acceder a puestos sólo reservados al género masculino.
Con las mujeres dentro de la fuerza laboral se pensó que tendrían igualdad. Y sí, las mujeres ya estaban ganando dinero pero faltaba cubrir una parte no tan visible: el trabajo doméstico y de cuidados. Los hombres aún no querían entrarle y ni se planteaban hacer ese trabajo invisible, no reconocido e históricamente relacionado con las mujeres. Es decir, ahora tenían una doble jornada: laborando fuera de casa y luego dentro de casa. Porque sí, limpiar, cocinar o cuidar es trabajo y es vital para que una economía y una sociedad funcione, y es tan importante o más, que muchos trabajos de oficina.
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Hay varios estudios que demuestran que las mujeres dedican al menos el doble de tiempo a tareas domésticas y de cuidados que los hombres. Se preguntarán, ¿qué hacen los hombres con esas horas “extras” que no dedican al hogar? Pues trabajo y ocio. Lo cual hace que no podamos llegar a la equidad y las mujeres se topen con el techo de cristal. Y en lo que María pone lavadoras o va al supermercado, Luis sigue trabajando en ese proyecto del trabajo que le dará un ascenso. En lo que Carmen baña a los niños o los lleva al pediatra, Rodrigo va a la cena de la oficina, lo que le permite hacer networking y crear una red de contactos para su carrera profesional.
Las mujeres, además de hacer un trabajo no reconocido con su doble jornada, son las que dejan de lado su carrera cuando hay que cuidar a algún familiar. Su desarrollo profesional no depende tanto de las capacidades que tenga, depende más bien de su contexto y de su red de apoyo. Cuando más hombres decidan entrar también a las tareas domésticas y los cuidados, más mujeres dejaremos de hacer esa doble jornada y no tendremos que sacrificar nuestra profesión.
Aquellas mujeres que decidieron o tuvieron que quedarse en casa haciendo un labor doméstico no es que trabajen menos, de hecho las tareas en el hogar nunca acaban, son interminables. Además, el trabajo que ellas hacen no es reconocido, ni valorado. No hay vacaciones, ni aumentos de sueldo, ni promociones.
La autora francesa, Emma Clit lo plasma muy bien en sus historias. Ella nos dice que las mujeres tenemos una carga mental que los hombres no tienen. Las mujeres siempre estamos pensando en lo que hay que comprar, en lo que hay que lavar, lo que se va a cocinar… es desgastante, ¿no lo creen? Somos consideradas como las “jefas del hogar” y los hombres se ven a sí mismos como subordinados que deben seguir instrucciones en caso de que necesitemos ayuda.
Es decir, a muchos hombres les cuesta mucho tomar iniciativa para ir a hacer las compras, cambiar un pañal o vaciar la lavadora. Esperan a que su pareja se los pida y, si ella hace alguna tarea y se molesta por hacerlo, responden con un “me lo podrías haber pedido”. Hombres, por favor, las mujeres no quieren “ayuda” en casa, sólo quieren que ustedes hagan su parte, la que les toca. Sin que haya que pedírselos porque también viven en la misma casa.
Las mujeres tienen, al final, menos tiempo y menos dinero. A esto se le suma la famosa “tasa rosa”, que es el porcentaje extra que las mujeres pagan por comprar productos femeninos. La solución se debe basar en la corresponsabilidad y la conciliación. Se necesitan más hombres implicados en la crianza o el mantenimiento del hogar. La conciliación (en la que se deberían involucrar gobierno y empresas), también es importante. Es necesario hacer compatible la vida personal con la vida laboral.
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